El infierno tan temido
*Por Héctot Aguer.Catecismo de la Iglesia Católica identifica al infierno como el estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dioscierra.
EL DIA, siempre atento a lo que ocurre en la Ciudad, registró no hace mucho, y con detenimiento, un confuso episodio sucedido en un colegio privado de La Plata. Al parecer, el sacerdote que confesó a niños de sexto grado para prepararlos a la comunión los aterró con la amenaza del infierno, para ellos y sus parientes, si faltan a misa. Según se dijo, esta desmesura los quebró emocionalmente. Es probable que el ocasional capellán haya incurrido en una grave imprudencia. El diálogo pastoral con los fieles en el sacramento de la reconciliación, sobre todo si se trata de niños, exige el uso de máxima delicadeza y sentido pedagógico al aplicar las verdades católicas acerca de la objetividad del pecado, de la responsabilidad subjetiva y de sus consecuencias en la relación con Dios.
Catecismo de la Iglesia Católica identifica al infierno como el estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dioscierra
Como parece algo extravagante hablar hoy día del infierno, el caso tuvo repercusión y fue objeto de comentarios, algunos de ellos bastante descaminados. Se llegó a decir, quizá scherzando -aunque con estas cosas no se juega- que Juan Pablo II había suprimido el infierno y que Benedicto XVI decidió reponerlo. Al deliberar sobre este tema, la imaginación puede tendernos una trampa desempolvando las figuras acopiadas por la literatura y el arte que han quedado impresas en la retaguardia de nuestra fantasía.
COINCIDENCIAS
En el orden conceptual, por otra parte, se han alternado interpretaciones aparentemente opuestas: ¿es el infierno un lugar o una situación existencial? Pero veamos qué enseña la Iglesia, y aquellos dos pontífices a los cuales se presume en desacuerdo. Benedicto XVI en la encíclica "Spe salvi" se refiere a la opción de vida del hombre, fraguada a lo largo de toda su existencia, que se torna definitiva con la muerte; queda entonces expuesta ante el Juez. En ese contexto, señala que puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismos el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor; en ellas no habría ya nada remediable, sería irrevocable la destrucción del bien. Es eso, dice el Papa, lo que designamos con la palabra infierno. El Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por Juan Pablo II contiene un amplio desarrollo sobre el infierno, al que se identifica como el estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados. Hay plena coincidencia en el magisterio de los dos pontífices.
No podría ser de otra manera, ya que la noción de una ruina eterna del hombre como posibilidad real es una verdad de fe que la Iglesia encuentra en la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento cuanto en los Evangelios y en los escritos de los apóstoles. El Catecismo concreta esa enseñanza: "morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección". El hombre ha sido creado para la plenitud de vida y la felicidad que sólo puede hallar en Dios; la separación eterna de él es la frustración total de su existencia. Dios tiene un respeto absoluto por la libertad de la criatura, que puede rehusar su amor. Las afirmaciones bíblicas y la enseñanza de la Iglesia sobre el infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con su destino eterno y constituyen al mismo tiempo una exhortación apremiante a la conversión. Nos recuerdan la gravedad de la vida y la existencia de lo irrevocable.
Es frecuente la objeción contra la doctrina sobre el infierno por apelación a la misericordia de Dios, en competencia con su justicia. Pero la justicia y la misericordia en Dios no son antinómicas como en el juez terreno, a quien compete castigar el delito con pena justa y no perdonarlo. Nuestros conceptos y nombres alcanzan a Dios con propiedad, pero de modo deficiente. En realidad, el Dios inefable es misericordioso porque es justo y es justo porque es misericordioso.
La doctrina sobre el infierno no debe ser magnificada ni extrapolada en el conjunto armonioso de la fe cristiana, cuyo centro se encuentra en el amor de Dios manifestado en la cruz de Jesucristo. Lo comprendió muy bien el autor del soneto a Cristo crucificado que es una joya de la literatura española:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido:
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa cruz, y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor y en tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
que aunque cuanto espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera.