El Indio Solari desde adentro: el increíble fenómeno que nunca más quiero presenciar
Por primera y última vez en la vida, presencié un evento único. Crónica de una histórica "misa ricotera".
Mucho se dice de las misas ricoteras. Que el Indio Solari es el artista argentino más convocante del país, que el pogo de los Redonditos de Ricota es el más grande del mundo, que ser fanático de la banda es una pasión.
Todo eso es cierto y más. Por unos días, una banda de rock argentina moviliza y cambia la vida de miles de familias de distintos puntos del país que dejan todo y hacen lo que sea para poder ver durante un par de horas a su ídolo o por el recuerdo de lo que fue.
Cuando se habla de "todo" no es una exageración. El evento que tuvo lugar este sábado en Gualeguaychú fue muy accidentado y, pese a la felicidad y emoción de sus concurrentes, muchos coinciden en que será la última vez que vuelvan a verlo.
La odisea de llegar
El micro salió a las ocho de la mañana desde plaza Miserere donde unas 200 personas esperaban ansiosas y preparadas: todos tenían, además de prendas con insignias de la banda, sus conservadoras listas con suficientes cervezas y fernet.
En ese micro, como en el resto de los que formaron parte de la "peregrinación", y también en las estaciones de servicio, bares y cualquier comercio abierto de la zona, todo el tiempo sonaron canciones de la banda a todo volumen que anticipaban el evento.
Cerca de las dos de la tarde Gualeguaychú ya estaba colapsada. El municipio cuenta con unos 84 mil habitantes y recibió 180 mil fanáticos en un par de días por lo que realizar cualquier actividad simple como alimentarse o ir al baño, era una tarea casi imposible.
Desde temprano, miles de personas con banderas, remeras y vinchas, tomaban vino en cajas, fernet en botellas de coca cola cortadas a la mitad y cervezas, mientras caminaban por las calles principales de la ciudad, imposibilitando cualquier acceso de vehículos. Muchos de los que presenciamos el recital tuvimos que caminar hasta 20 kilómetros para llegar al predio y para poder regresar después a los vehículos.
Los comercios y supermercados cerraron sus puertas ante el aluvión de gente y en su lugar, se abrieron cientos de puestos de hamburguesas, choripanes y bebidas de apariencia improvisada, en las calles. Algunos fanáticos que no querían gastar en comida, llevaron su propia carne y la asaron en la veredas en parrillas hechas con chapas y ladrilllos.
Encontrar algo para comer que no fuera hecho en base de carne era casi tan difícil como llegar el hipódromo.
Durante unos diez días personal de mantenimiento colocó en el predio cerca de medio metro de tierra para alisar el terreno y favorecer el traslado de los fanáticos. Lo que nunca tuvieron en cuenta fue una incesante lluvia que azotó el lugar durante dos días hasta horas antes del evento.
El resultado fue una cancha inmensa completamente inundada donde se armaban lagunas y zonas en las que cruzar significaba quedarse atascado. Hasta los más tranquilos, que esquivaron saltar y bailar durante el show, terminaron con barro hasta las rodillas.
Fue el día más frío del año y así todo, más de 200 mil personas dejaron todo en el barro.
Tras un día entero sin dormir y muchos kilómetros caminados, el interrogante sobre la causa detrás de un fenómeno único todavía permanece. Lo que si se puede ver es que hay mito presente, hay sentido de pertenencia y hay pasión. Los fanáticos del Indio Solari son como seguidores de un gran equipo de fútbol que trasciende todo los clubes y por el cual se está dispuesto a dar todo.
No, no me arrepiento. Pero eso sí, no volvería más.