El homogéneo lenguaje oficial
Es de lamentar que desde la administración pública se pretenda influir sobre los contenidos de los artículos periodísticos.
No es de extrañar la homogeneidad de comportamiento existente en las filas del oficialismo. En un artículo profusamente documentado, uno de nuestros redactores políticos acaba de acreditar con su firma la cantidad de recaudos -algunos, sumamente extravagantes- que sus miembros adoptan antes de que quede a veces registrada y se tome, por lo tanto, como indebida indiscreción una entrevista cualquiera con periodistas de medios independientes.
En esa línea se ha situado la coincidencia de ministros y otros funcionarios de la administración pública al procurar que se destiña el trabajo de los medios de prensa no sometidos al elenco oficial respecto de la cobertura periodística de las recientes elecciones. Como cada uno cumple el papel que puede, el canciller Timerman dio al asunto más lata que otros y se quejó así, en un diario de Uruguay, de que "el matutino opositor La Nacion" hubiera puesto el acento, al analizar los resultados del domingo 15, más en los desaciertos de candidatos de la oposición que en los aciertos de la Presidenta.
El canciller Timerman es el mismo que se ha asegurado un lugar en el anecdotario diplomático argentino por haber usado un alicate en el asombroso impulso de abrir con las propias manos en Ezeiza pertenencias del Estado norteamericano. Como se sabe, éstas terminaron siendo devueltas después de todo un inútil escándalo alrededor de la llegada en regla al país de un avión militar. Sin medias vueltas, como en aquel caso, y también ahora con igual precariedad de elementos, Timerman ha dicho que un sector de la prensa es "destituyente".
Si el canciller pretende con esa temeridad -en la que no está solo, por cierto- acallar a quienes no se hallan dispuestos a silenciar sus observaciones críticas, se equivoca. No lo han logrado los periódicos chispazos acusatorios que un grupo de intelectuales e informadores actuantes en el kirchnerismo han dirigido desde hace tiempo al periodismo ajeno a las complacencias con el poder de turno dentro de un régimen que nadie discute que es democrático por el origen, pero que debería ser mucho más republicano en su ejercicio real.
Aun a costa de echar sobre los barriales de la lengua española lo poco recomendable de un nuevo neologismo, aquella gente congregada por la exultación epistolar ha sido más original que el canciller. Fueron ellos quienes hicieron primero el discutible aporte lingüístico de hablar de que algo o alguien puede ser "destituyente". Suena como un grave asunto, por cierto, sobre todo si se lo dice con envaramiento.
La creatividad, reconozcámoslo, sigue siendo, en cualquiera de sus variantes, terreno más apropiado de quienes hacen de la vida artística todo un derrotero invariable, sin distracción en los meollos, desde luego respetables, de la más cruda política internacional. Como estamos acostumbrados a lo que procede incluso de la periferia del arte, tomamos nota debida de aquellos escarceos más o menos políticos.