El Gobierno prefiere el vacío
*Por Joaquín Morales Solá. Todo lo que preexistía ya no existe. Hoy, un radical y un peronista competirán por la gobernación de Río Negro. Los dos son kirchneristas.
*Por Joaquín Morales Solá. Todo lo que preexistía ya no existe. Hoy, un radical y un peronista competirán por la gobernación de Río Negro. Los dos son kirchneristas. Francisco de Narváez terminará siendo el candidato de dos postulantes presidenciables absolutamente incompatibles: Ricardo Alfonsín y Alberto Rodríguez Saá. Felipe Solá inauguró una extraña corriente, el peronismo independiente, cuando le dijo adiós al peronismo disidente. El propio kirchnerismo (y el peronismo en general) son estructuras vacías. La Presidenta aspira a controlar el sello del Partido Justicialista, porque el control político es su meta. El vacío del sistema de partidos es la única presencia visible en el final de un largo ciclo político que comenzó en 1983.
Cristina Kirchner camina no sólo hacia una victoria, sino también hacia una enorme concentración de poder en sus exclusivas manos. El poder disimula el vacío propio y se beneficia del ajeno. La Presidenta contará con mayoría propia en las dos cámaras del Congreso si se cumplieran los actuales pronósticos de las encuestadoras más serias del país. La administración nacional es, por su lado, un rebaño de cristinistas convencidos. Gran parte del Poder Judicial está dispuesta a obedecer o a complacer. Algunos jueces actúan por lo que presienten que al poder le gusta, sin necesidad de que nadie les pida nada. Es difícil encontrar tanto poder eventual en una sola persona en la historia de la nueva democracia argentina.
El 50 por ciento de Cristina Kirchner (podría obtener algunos puntos más en octubre) tiene la explicación que dio en los últimos días un viejo contradictor suyo: el Fondo Monetario. El país está creciendo en estos meses al 8 por ciento anual, confirmó. Suficiente. Ninguna sociedad cambia su gobierno cuando la economía crece con ese ritmo de vértigo. ¿Y después? El después está lleno de riesgos aquí y en el mundo, pero las sociedades no votan por las probabilidades del destino.
Ni siquiera la economía explica el pobre reparto del otro 50 por ciento. ¿Se equivocaron los argentinos cuando distribuyeron de manera tan mezquina el voto antikirchnerista? En el desempeño de los candidatos opositores en los días recientes están las razones de por qué despertaron tan poca ilusión en los votantes del 14 de agosto. ¿Cómo pedirles a los argentinos independientes que confíen en Alfonsín si sus propios correligionarios de Mendoza, Jujuy, Santa Cruz o Río Negro le están dando la espalda? ¿Podía Duhalde hacer más que lo que hizo si no pudo retener en el peronismo disidente a los Rodríguez Saá, a Reutemann, a De Narváez ni a Solá? Duhalde y Alfonsín están interpretando la última función de sus carreras políticas.
La crisis de liderazgo argentina tiene su correlato en la incoherencia de los opositores o, quizá, la incoherencia sea sólo el tramo más conmovedor de una crisis tan vieja como profunda. La implosión de los partidos en el gran colapso de 2001 no se resolvió nunca. Es fácil decir que Kirchner se negó a la reconstrucción del sistema (y así fue), pero decir sólo eso significaría también la injusta exculpación de los que no fueron ni son kirchneristas. El radicalismo es, desde hace mucho tiempo, una estructura sin militantes ni simpatizantes, que sólo alcanzó algunas satisfacciones electorales cuando se confundió dentro de coaliciones. Satisfacciones siempre efímeras.
El peronismo nunca superó el movimientismo de Perón para vertebrarse como partido. La razón del movimiento justifica todo. De Narváez pasó de una alianza con Mauricio Macri a otra con Alfonsín, para terminar recalando ahora en las cercanías de Rodríguez Saá, con el argumento de que pertenece a un movimiento y no a un partido. Da lo mismo. Sin embargo, la sociedad parece exigirles a sus políticos más coherencia que la que éstos están dispuestos a ofrecer. De Narváez también está amenazado por el declive de su carrera. Ni el peronismo ni el radicalismo, en fin, serán en adelante como se los conoció.
El kirchnerismo empieza y termina en Cristina Kirchner. Ella no tiene partido ni gabinete ni equipo. No le deberá nada a nadie, salvo a sus votantes, si es que aceptara esa deuda. Está sola en medio de un océano de poder. Puede girar a la izquierda o a la derecha. Puede ofrecerles a los británicos la paz o la guerra. Puede tenderle un puente al extravagante y ofensivo presidente iraní, después haber hecho todo lo contrario en los últimos años. Ningún país se siente seguro cuando todo depende del humor de una sola persona.
En esas constataciones del inconsciente social debería buscarse la explicación (o parte de ella) de la grave fuga de capitales, que podría llegar a los 22.000 millones de dólares durante este año. Cambian pesos por dólares los grandes tenedores de dinero, pero también los que buscan hacerse de mil o de dos mil dólares. Hay entre éstos muchos votantes de la Presidenta. Votan a Cristina, pero la confianza es escasa.
La única figura política que el kirchnerismo ha dado hasta ahora es la del ministro de Economía, Amado Boudou. Pero ¿quién recuerda un discurso medular sobre las ideas del candidato vicepresidencial? Se supone que lidera una corriente económica más racional dentro de la administración. Más racional que Guillermo Moreno. Eso no significa un gran esfuerzo para nadie.
Esa es la hipótesis. Las pruebas dicen que Boudou se limitó en la campaña a tocar la guitarra con la banda La Mancha de Rolando. La política se ha vuelto más transgresora y, en efecto, siempre resultará conveniente que no se junte lo inútil con lo envarado. Hay una distancia, no obstante, entre la simpática transgresión y parecerse a Abdalá Bucaram, el ex presidente de Ecuador, que en los años 90 consiguió la fama política como presidente y como cantor. Bucaram era entonces una expresión del vecino Caribe y su realismo mágico.
El kirchnerismo tiene militantes, al revés del radicalismo, y carece de estructura. Periodistas militantes. Profesores militantes. Fiscales militantes. Jueces militantes. Un juez de la Corte Suprema de Justicia, Eugenio Zaffaroni, les aclaró a sus colegas del máximo tribunal que él "no es un juez neutral". Otro juez de una instancia menor, Alejandro Catania, pidió datos de periodistas para citarlos como testigos en una causa de Moreno contra el economista Carlos Melconian. La citación es sólo una provocación. La Constitución protege las fuentes de información de los periodistas. Un juez importante señaló que es probable que nadie le haya pedido nada a Catania. Es el clima de época. El juez intuye lo que quiere el Gobierno. Otra cosa es si intuye bien o mal, dijo, irónico. ¿El clima de época es -o será- la persecución del periodismo?
El peronismo disidente se congeló en la época en que bastaba con ser antikirchnerista para ganar una elección. El "peronismo independiente" de Felipe Solá se parece mucho al "peronismo cordobesista" de De la Sota. Retazos de un ciclo que ha sido. Solá expresó a muchos cuando dijo que esta oposición no lo representaba. Pero también decepcionó a muchos otros. Debió dejar pasar las elecciones para despedirse de los disidentes. Ahora no es candidato a nada. ¿Para qué apresurarse en una transición hacia ningún lado? Es improbable que Cristina Kirchner intente en algún momento seducirlo con algún destacado lugar político. La Presidenta no pierde tiempo seduciendo a la política.
El fin de una era política significa el comienzo de otra, aunque no necesariamente inmediata.
¿Cómo será? ¿Quiénes la protagonizarán? ¿Cuándo sucederá en un clima social de anorexia política? Sólo se sabe que Macri (uno de los pocos opositores que quedará con vida) está hablando con peronistas y radicales para cooptarlos en su proyecto de construcción de un partido nacional. El radicalismo se prepara para la guerra civil interna que padecerá después del consumado el fracaso. El peronismo disidente se disuelve en el aire: muchos de sus dirigentes de segunda línea son ya impúdicos en sus deseos de acercarse al Gobierno. El Gobierno prefiere el vacío. Ni siquiera llenará su propia y módica estructura. La ilusión de un poder absoluto y largo es inherente al poder..