El Gobierno, ¿espera a octubre o va por todo desde ahora?
* Por Mariano Grondona. Suponer que el ministro del Interior Florencio Randazzo actuó por su cuenta cuando acusó a La Nacion y a Clarín de "tener una actitud que atenta contra la democracia" equivaldría a ignorar el dogma kirchnerista según el cual las decisiones de fondo las toma únicamente la Presidenta.
Queda a su cargo definir, además, los roles que deberán asumir los actores de reparto que la rodean. Si bien el objetivo final de monopolizar el poder que inspiró tanto a Néstor como a Cristina Kirchner desde 2003 no ha cambiado, lo que ha cambiado es el método mediante el cual cada uno de ellos procuró alcanzarlo. A Néstor, agresivo y frontal, no le importaba quedar como "el malo de la película", porque aquello que quería era, por lo pronto, inspirar miedo. Por eso, más todavía que el "malo", Néstor aspiraba a ser el "macho" de la película; la figura viril capaz de poner de rodillas a aliados y adversarios por igual.
Sin embargo, cuando la gente del campo lo resistió en 2008, el estilo de Néstor demostró ser contraproducente frente a un adversario que, movido por otro miedo aún más fuerte que el que él inspiraba, el miedo de perderlo todo, se animó a resistirlo. El método de la confrontación también probó ser electoralmente peligroso en una sociedad como la nuestra que, después de tantas guerras internas, ha aprendido a valorar el diálogo. Y fue así como, con la áspera conducción del ex presidente, el kirchnerismo perdió las elecciones de 2009 nada menos que por 70 puntos contra 30. El novedoso factor "psicológico" que un país cansado de batallas estériles le opuso al kirchnerismo terminó por convertirse en una valla electoral que el ex presidente nunca pudo franquear.
Así como Néstor encarnó un exceso de masculinidad, Cristina trajo consigo una dimensión femenina. Como las mujeres siempre han sido tenidas, aunque sólo fuera físicamente, como el "sexo débil", su arma ancestral no ha sido la agresión, sino la astucia. Cristina desempeña hoy, así, un nuevo rol en el juego del poder, ya que a ella le corresponde con exclusividad dar las noticias "buenas". ¿Quiere decir que los "malos" han desaparecido? No, quiere decir que el papel de los "malos" ya no lo desempeña como antaño Néstor Kirchner, sino aquellos a quienes la Presidenta ha nominado en cada caso. Ella, como Néstor, ataca. Pero, a la inversa de Néstor, lo hace sin que se le note. Los que atacan por orden de ella, y se les nota, son los Randazzo. Gracias a esta división de funciones en las que ella queda indemne, la Presidenta ha obtenido un índice de aprobación popular inalcanzable para su marido.
¿Críticos u opositores?
Al arremeter como lo hizo por orden ajena a La Nacion y Clarín, Randazzo atribuyó a ambos medios un rol que no les corresponde, como supuestos voceros de la oposición . Pero el papel de los medios en una democracia no es la oposición, sino la crítica . La diferencia entre ambos conceptos es abismal. La crítica no consiste en embestir rabiosamente al Gobierno, sino en analizar sus hechos y sus dichos desde una mirada independiente que persiga dos objetivos: uno, la información veraz; el otro, la opinión intelectualmente honesta aunque, desde ya, falible. ¿En qué consiste la honestidad intelectual ? En que aquel que piensa las noticias no sepa, al empezar, adónde lo conducirá su reflexión, y en que esté dispuesto a sostener las conclusiones a las que ha llegado aun cuando contradigan sus intereses. "Pienso, luego publico": he aquí la consigna moral que obliga a los editorialistas y los columnistas. Una consigna tan noble como difícil de cumplir.
Si la búsqueda de la veracidad informativa y de la opinión honesta es la meta moral de la profesión periodística, ¿por qué es descalificada por un gobierno que exalta, al contrario, al llamado periodismo militante , un simulacro de periodismo que, alimentado por las arcas públicas, se pronuncia invariablemente a su favor? Porque para el kircherismo, fiel a una concepción bélica de la política, sólo hay amigos o enemigos; nunca neutrales. Esa actitud es incompatible con el periodismo porque éste, en la concepción republicana de la democracia, no debe actuar como un amigo o un enemigo, sino como un freno del poder. Es que es tal el poder del Gobierno en un sistema presidencialista como el nuestro, que una serie de contrapoderes, como el Congreso, los jueces, el federalismo y el propio periodismo, han sido creados para balancearlo siguiendo aquella famosa frase del francés Montesquieu y del norteamericano Madison: que es necesario, para salvar a la sociedad del despotismo, que el poder detenga al poder.
Pero es natural que los políticos, ya estén en el gobierno o en la oposición, para los cuales lo que más cuenta no es la neutralidad frente al poder sino la lucha por el poder, encuentren difícil de asimilar la idea de que los periodistas, en definitiva, "no quieren a nadie". Decía un periodista al que solíamos admirar cuando todavía lo era, que "el verdadero periodismo siempre molesta". Una vez molestó a Menem. Después, molestó a los Kirchner. El día de mañana molestará a los sucesores de los Kirchner. Es fácil confundir por eso a los periodistas con los opositores, porque ambos critican al Gobierno, pero los opositores, cuando critican, lo hacen como un medio para su propio fin, que es conquistar el poder, una meta prohibida para el periodismo. Por un tramo, los opositores creen identificarse con los periodistas hasta que llegan al gobierno y, una vez en él, creen que esos mismos periodistas a quienes tenían por aliados, los han traicionado.
¿Y los votantes?
Ante la gran ventaja que ha obtenido el Gobierno en las elecciones primarias, ¿es correcto decir, ahora sí, que "Cristina ya ganó"? Sí y no. Sí, porque será prácticamente imposible revertir en octubre las cifras de agosto. No porque, más que ganar Cristina, perdió la oposición . Ninguno de sus representantes tuvo el carisma suficiente para atraer a los votantes ni la humildad necesaria para dar un paso al costado. El sistema democrático consiste en la competencia entre dos protagonistas: el Gobierno y la oposición. Nuestro sistema es todavía doblemente imperfecto porque, en tanto que el Gobierno aspira al monopolio y va por todo, la oposición ha perdido por walk over Porque a uno le sobra y a la otra le falta vocación de poder.
Urge, entonces, comprender a los votantes que le dieron al Gobierno esta victoria aplastante.
Criticarlos por lo que han hecho no es sólo ofenderlos. Es, además, no comprenderlos. En medio de la bonanza económica que nos envuelve, aun cuando ella sea frágil e incierta, ¿qué podían hacer el 14 de agosto los votantes no politizados? Tenían que escoger entre una presencia criticable de un lado y una ausencia inexplicable del otro. ¿Qué podían hacer?
Sería un error del Gobierno pensar que aquellos que lo votaron no comparten, pese a ello, las críticas fundadas que se le hacen en materia de inseguridad, de desmesura intervencionista o de corrupción. Votar no es, en efecto, preferir "todo" lo que dice o hace un candidato determinado, sino escoger como se puede entre lo poco que hay. ¿Qué culpa tiene el pueblo, en todo caso, si los dirigentes de uno y otro bando los han dejado sin opciones?
Queda, en fin, un último peligro por evitar: que el propio periodismo, ante la deserción de los opositores, se ponga a suplantarlos. En esta democracia adolescente que todavía somos, cada uno debería cumplir su rol. El Gobierno, administrar sin oprimir. La oposición, simplemente, existir. El periodismo, mantenerse fiel a su antigua consigna: no querer ni odiar a nadie..