El fútbol, los negocios, la política y la violencia
La incursión de la política en el fútbol, el accionar de los barrabravas y los intereses económicos que se mueven entre la dirigencia, están generando un cóctel explosivo que pone en peligro el verdadero objetivo que es el deportivo.
"La pelota no se mancha", fue la frase que quedó grabada después de que Diego Maradona sufriera el triste desenlace en su participación en el Mundial de Fútbol de Estados Unidos.
El mensaje del futbolista estaba dirigido a la máxima conducción de esa especialidad deportiva al recordar que su sanción fue la respuesta al movimiento que había iniciado con anterioridad, en México, cuando planteó que la FIFA anteponía los intereses económicos y de la televisión por sobre las posibilidades físicas de los jugadores, al hacerlos jugar a las 12 del mediodía en pleno verano mexicano.
Más allá del error cometido por el futbolista al consumir sustancias no autorizadas y de la justicia de la sanción, a Maradona no le faltaron razones cuando se refirió a los intereses del máximo organismo del fútbol y casi fue una premonición; porque el paso de los años ha demostrado que la conducción del fútbol, especialmente en nuestro país, antepone los intereses políticos y económicos, relegando y desvirtuando la verdadera misión, la deportiva.
En la Argentina se está conformando una conjunción de intereses que pueden terminar en el corto plazo en un verdadero cóctel explosivo. La política -especialmente desde la actual gestión gubernamental- está incursionando peligrosamente en las decisiones del fútbol, a través de la implementación de un programa que le está costando a todos los argentinos la nada despreciable suma de más de 1.000 millones de pesos al año; que van destinados a cubrir los déficits de los clubes y a comprar voluntades cuando deba llegar el momento de la votación para establecer quién deberá presidir el destino de la AFA en los próximos años.
En ese marco de situación se da la contradicción de que aparecen clubes pobres con dirigentes ricos; transferencias de jugadores entre clubes y grupos privados de inversores por millones de pesos, teñidas de sospechas; barrabravas que actúan en connivencia con los directivos y que son utilizados para echar a técnicos o apretar a jugadores y árbitros; sanciones diferenciadas -deportivamente hablando- ante actitudes violentas de las hinchadas y que tienen directa relación con la importancia de un determinado club y hasta llamativos fixtures que benefician a determinadas instituciones.
Esos aspectos señalados son preocupantes, pero más inquietante aún es el futuro cercano. Porque hasta ahora muchos dirigentes aprovecharon el fútbol para potenciarse en la política, como fue el caso de Mauricio Macri, en el orden nacional o Eduardo Bauzá o José Michelli, en el provincial.
Pero ahora la situación puede variar sustancialmente con la incursión de gente que quiere aprovechar su posicionamiento político para ingresar al mundo del fútbol. Y la sola mención de los nombres genera preocupación. Aníbal Fernández es vicepresidente de Quilmes; el controvertido Guillermo Moreno conformó el Club Mercado Central para competir en las ligas oficiales; un hermano del titular de la Anses dirigirá los destinos del club Ramón Santamarina, de Tandil; mientras el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, junto a su hijo Pablo, impulsó la conformación del Camioneros Fútbol Club, anotándolo en la liga de fútbol de Luján, en la provincia de Buenos Aires.
Frente a ese panorama, con los intereses que hay en juego, cabría preguntarse si alguien puede asegurar que en el futuro la transparencia del deporte podrá anteponerse. Es difícil que ello ocurra porque, tal como lo había anticipado Maradona, todo lleva a indicar que la pelota ya está manchada.