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El fin justifica los medios y abre la puerta para el "error"

*Por Ricardo Kirschbaum. La irregularidad es eso: algo no regular. Puede ser un error, sea cual fuere su importancia. Cuando ese error se replica una y otra vez estamos frente a otra cosa muy distinta, que no se puede justificar con liviandad.

La irregularidad es eso: algo no regular. Puede ser un error, sea cual fuere su importancia. Cuando ese error se replica una y otra vez estamos frente a otra cosa muy distinta, que no se puede justificar con liviandad . De lo contrario, se sigue alimentando una cultura que tolere y ampare maniobras o acciones reñidas con la ley. La minimización del "error" o su subestimación, cuando está en juego la credibilidad de un resultado electoral, pone en evidencia una conducta de subordinación de la ley o de las instituciones a la consecución del objetivo perseguido.

Cuando aparecieron las primeras denuncias de corrupción durante el gobierno de Néstor Kirchner, algunas de las cuales salpicaban al propio ex presidente , fueron inmediatamente descalificadas por los voceros habituales del oficialismo. Dijeron que en el Estado hay una corrupción estructural y que, en medio de esa cultura asentada, los episodios que se denunciaban formaban parte de ese fenómeno . Esa explicación general apuntaba a segar las fuentes de las denuncias, inhabilitándolas por una supuesta intencionalidad antes que examinar con seriedad las pruebas de esa corrupción, por ejemplo.

Durante el menemismo, los actuales escuderos mediáticos del oficialismo, usufructuarios de la gigantesca cadena de propaganda que se creó con fondos públicos , tuvieron otra actitud frente a las mismas denuncias de corrupción o de afectación de las libertades básicas del periodismo. Denunciaron e investigaron con rigor, como se debía hacer entonces y se debe hacer ahora, pero no se hace . Lo que antes era periodismo de investigación hoy es una perversa campaña mediática, lo mismo que denunciaban a coro Menem, Emir y Amira Yoma, y tantos otros .

Lo que hoy está en juego, reflexionan los pensadores del kirchnerismo, son cuestiones más importantes y trascendentes que esas cuestiones menores como son las falsificaciones de resultados de la elección. Así, otra vez, el fin justifica los medios .

Los errores en el escrutinio los admitieron un juez electoral y otra jueza también electoral, la que, condescendiente, las llamó "picardías", como si hacer fraude (sobre todo en una urna) fuera algo jocoso y formara parte de la viveza criolla.

Es cierto que esas "irregularidades" no alteran el resultado de las primarias ni sus consecuencias políticas.

Cristina ha triunfado holgadamente y lo hubiera hecho igual sin ningún "error" que la ayudase a superar el 50% a nivel nacional y a sacar más votos que Scioli, otra obsesión, en la provincia de Buenos Aires. Si se hubieran investigado, habría quedado al desnudo una acción dirigida a conseguir ese objetivo. Pero se eligió otro camino.

Se argumentó que contar los votos de las urnas sospechadas hubiera puesto en peligro la elección del 23 de octubre. Con lo cual, la fiscalización fue reemplazada por una necesidad política , que corre la línea de la ley de acuerdo a las conveniencias.

Peor aún: las elecciones de agosto, que fueron presentadas como una herramienta por excelencia para transparentar la política, quedaron embadurnadas .

La reacción opositora de reclamar boleta única como garantía que evite las "picardías", fue, como siempre, tardía y sólo testimonial.