El fin de las vacaciones
Después de la pausa de las vacaciones –para quien pueda tenerlas–, llega la reinmersión en nuestras actividades, trabajo, estudio, con sus ritmos productivos.
El verano es un período donde todo parece más dulce y lento, donde nos buscamos más tiempo para estar con la familia, con los amigos, para leer. Además, es un tiempo en el que a menudo reflexionamos sobre nuestros sueños, sobre lo que hacemos, cómo vivimos y lo que podríamos cambiar.
En general, la vuelta a la vida más activa, productiva, rutinaria, está acompañada de cierta tristeza, no quiero utilizar la palabra depresión con su connotación clínico-patológica, que implica a su vez la necesidad de una intervención, sino la tristeza natural y muchas veces justificada, sobre todo cuando el trabajo no significa más que pura supervivencia económica, sin olvidar algo aún peor: la situación de quien no lo tiene.
El trabajo es el lugar donde pasamos más tiempo de nuestras vidas y donde en muchos casos sacamos la menor satisfacción. Tal vez, sea bueno pensar que cuando trabajamos, no sólo producimos bienes y servicios, también nos producimos a nosotros mismos.
En su afán por ver sólo lo que entra en cálculos utilitarios, la economía se vuelve ciega frente a la riqueza cualitativa, que únicamente se da cuando se crean, además de la productividad, las condiciones sociales, ambientales y relacionales que permiten una verdadera sostenibilidad.
De allí, la importancia que damos a la lucha por un trabajo, que además de lo económico, nos proporcione la posibilidad de un sentido o por lo menos la sensación de que estamos participando en la realización de algo importante para nosotros y los demás.
El viejo esquema, todavía muy presente, en el que el obrero sabe cómo se hace el trabajo y el patrón sabe el por qué, representa hoy en día y en un futuro uno de los más grandes retos a resolver, ya que ni las promesas comunistas, ni las capitalistas han logrado dar con la solución.
Muchas personas, más de las que creemos, luchan cada día, buscan y encuentran soluciones, sin hacer ruido, sin que la mayoría, y mucho menos los medios de comunicación, les presten atención. Simplemente no se resignan, corren riesgos, toman responsabilidades, fracasan a veces, pero siguen contra viento y marea.
Si como sostiene Jeremy Rifkin, la humanidad se ha desarrollado desde el principio, según grandes eras (mitológica, teológica, ideológica, psicológica...) y hoy hemos entrado en la empática, espero y deseo, que empáticamente logremos cambiar y mejorar también el mundo laboral.
Una vieja anécdota cuenta que un viajero encuentra a dos hombres al borde de la carretera picando piedras y les pregunta: "¿qué están haciendo?". El primero contesta: "estoy picando piedras". Y el segundo: "estoy construyendo una catedral". Ahora, esto podría convertirse en que los dos contesten a coro: "Estamos construyendo el futuro".
¡Cuánta menor tristeza tendríamos en los muchos días que nos esperan antes de las próximas vacaciones!
En general, la vuelta a la vida más activa, productiva, rutinaria, está acompañada de cierta tristeza, no quiero utilizar la palabra depresión con su connotación clínico-patológica, que implica a su vez la necesidad de una intervención, sino la tristeza natural y muchas veces justificada, sobre todo cuando el trabajo no significa más que pura supervivencia económica, sin olvidar algo aún peor: la situación de quien no lo tiene.
El trabajo es el lugar donde pasamos más tiempo de nuestras vidas y donde en muchos casos sacamos la menor satisfacción. Tal vez, sea bueno pensar que cuando trabajamos, no sólo producimos bienes y servicios, también nos producimos a nosotros mismos.
En su afán por ver sólo lo que entra en cálculos utilitarios, la economía se vuelve ciega frente a la riqueza cualitativa, que únicamente se da cuando se crean, además de la productividad, las condiciones sociales, ambientales y relacionales que permiten una verdadera sostenibilidad.
De allí, la importancia que damos a la lucha por un trabajo, que además de lo económico, nos proporcione la posibilidad de un sentido o por lo menos la sensación de que estamos participando en la realización de algo importante para nosotros y los demás.
El viejo esquema, todavía muy presente, en el que el obrero sabe cómo se hace el trabajo y el patrón sabe el por qué, representa hoy en día y en un futuro uno de los más grandes retos a resolver, ya que ni las promesas comunistas, ni las capitalistas han logrado dar con la solución.
Muchas personas, más de las que creemos, luchan cada día, buscan y encuentran soluciones, sin hacer ruido, sin que la mayoría, y mucho menos los medios de comunicación, les presten atención. Simplemente no se resignan, corren riesgos, toman responsabilidades, fracasan a veces, pero siguen contra viento y marea.
Si como sostiene Jeremy Rifkin, la humanidad se ha desarrollado desde el principio, según grandes eras (mitológica, teológica, ideológica, psicológica...) y hoy hemos entrado en la empática, espero y deseo, que empáticamente logremos cambiar y mejorar también el mundo laboral.
Una vieja anécdota cuenta que un viajero encuentra a dos hombres al borde de la carretera picando piedras y les pregunta: "¿qué están haciendo?". El primero contesta: "estoy picando piedras". Y el segundo: "estoy construyendo una catedral". Ahora, esto podría convertirse en que los dos contesten a coro: "Estamos construyendo el futuro".
¡Cuánta menor tristeza tendríamos en los muchos días que nos esperan antes de las próximas vacaciones!