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El Festival de Kannes

*Por Alejandro Borensztein. Últimamente, los viajes de la Jefa son un diez. Este año hicimos Roma, Venecia, New York, París y ahora Cannes. Se ve que estamos dulces. Atrás quedaron destinos un poquitito más deprimentes como la Caracas de Chávez y Trípoli con Kadafi.

"¿Y ahora quién va a cantar en el avión?", nos preguntábamos al enterarnos de que Amado se quedaba para resolver un pequeño problemita cambiario. "Nosotros", dijo Aníbal, que se coló en la comitiva disfrazado de wachiturro, con la banda y cantando "Muévete, muévete, mueve el cachete". El vientito de su canto, al salir de esa boca enigmática, clandestina y peronista, agitaba la arboleda que le crece, sauvagement, bajo la napia protectora.

La Jefa, cinéfila como siempre, ordenó que en el vuelo dieran la película belga "Rosetta", de Luc y Jean Pierre Dardenne, Palma de Oro de Cannes 1999, y a continuación "T’am e guillas", la película iraní de Abbas Kiarostami, ganadora en 1997.

Yo hubiera preferido "Piratas del Caribe 4", pero bueno... ella quería "onda Cannes". Con el 54% de los votos, no hay manera de discutirle nada.

De todos modos, no hay mal que por bien no venga: a los diez minutos de comenzada la iraní, ya roncábamos como troncos.

Aterrizamos en Barcelona. Por razones desconocidas, la Jefa se cambió a otro avión particular, mientras los demás tuvimos que tomar un vuelo comercial a Niza. Como ninguno se había jugado a comprar dólares con las restricciones de la AFIP, no teníamos ni para la tasa de embarque. "Rechaza la AFIP el pedido de dólares de un ministro kirchnerista", es un titular que nadie tiene margen para bancarse. Yo había llevado 600 dólares para comprarme un iPhone liberado porque Moreno, para protegernos a todos, no permite que ingresen (buenísimo, así podemos redistribuir la riqueza mucho mejor), pero me hice el dobolu. Igual, no creo que lo compre.

No es un buen momento para largar verdes. Me da cosita.

Por suerte, estaban Aníbal y los wachis que cantaron un par de temas en el aeropuerto, pasaron la gorra y, en cuanto juntamos las monedas suficientes, embarcamos. Un éxito, firmó autógrafos. Al llegar nos esperaba Tomada con un bondi para llevarnos al hotel. Nos abrazó emocionado y angustiado. No era para menos: hacía dos días que estaba en Cannes a solas con Timerman.

Si bien las reuniones del G20 fueron muy buenas, lo que más importaba era el encuentro con Obama. La Jefa estaba muy tensa. Años esperando este momento.
Atrás de ella entramos todos, incluído Aníbal que se hizo pasar por el traductor. No hacía falta.
El primer bocadillo de Obama a la Jefa fue en perfecto porteño: "Hola bebé". Nos quedamos fríos.

Intervino Timerman: "Queremos un diálogo serio, señor Presidente. Soy el excelentísimo Señor Canciller de la República Argentina y un histórico militante de la causa nacional, popular y antiimperialista que reclama por nuestro derecho a participar en las grandes decisiones estratégicas políticas, económicas y militares". Obama lo miró de costadito: "Tengo una idea -le dijo-, yo voy a tratar de resolver el conflicto con los iraníes y vos te ocupas del problema de Di Zeo con Mauro. ¿Qué te parece, papá?". La Jefa terció nerviosa expresando el deseo de mejorar la relación y limar asperezas.

"No problem, Compañera -dijo Obama-. Olvidemos el día que requisaron nuestro avión militar y abrieron las valijas con las claves secretas del Pentágono". "Discúlpeme, señor Presidente -interrumpió Timerman-, pero no podíamos permitir que en nuestra patria libre y soberana se pretenda introducir armas ilegales o drogas". Obama lo miraba: "¿Y? ¿Encontraste mucha droga, melenita?" . El Canciller se agrandó y sacó algo de su bolsillo, como si tuviera el as de espadas: "acá le devuelvo dos porros que le confiscamos al Liutenant Johnson y una caja de Lexotanil que escondía el Captain Rodriguez". Obama agarró uno de los porros, se lo puso en la boca, lo prendió, aspiró fuerte y con los ojos achinados, convidó. Aníbal casi agarra, pero la Jefa lo miró como para matarlo.

Con un rápido movimiento de sus dedos gordo y medio, Obama arrojó el porro por la ventana, con más arrabal que Julio Sosa: "No me gusta el faso paraguayo. ¿Qué más me trajiste, pibe?".

La Jefa quería darle seriedad a la reunión. "Scoccimarro, llévese al Canciller a pasear por la playa un ratito. Si llora, cómprele un helado".

"Bueno, vamos a los bifes", dijo Obama. "Tenemos que fijarle un techo al precio de los comodities. Son momentos difíciles y hay que poner el hombro". La jefa se puso firme: "Son momentos difíciles... para ustedes. Nosotros estamos fenómeno. ¿Acaso usted no le dijo ayer a Nico (por Sarkozy) que tienen que aprender de mi?". "Bueno, bueno -dijo Obama-, se agrandó Chacarita". La jefa tomó envión: "Nosotros queremos que nos tengan en cuenta, somos parte de los mercados emergentes, queremos participar de todas las discusiones. El mundo ha cambiado y tenemos mucho para decir. Si ustedes no nos dan un lugar, entonces lo harán los chinos. Son el nuevo imperio. Los chinos van a prestar la guita para salvar a Europa y también los chinos van a ponerle el precio a los comodities". Obama se recostó en su sillón mientras se prendía el segundo porro. "Compañera, usted ayer dijo que esta crísis se puede llevar puesta más de una democracia. Averigüe cómo anda la democracia china, si es que la encuentra, y después hablamos". Hizo una pausa y le tomó la mano: "Este segundo mandato nos va a encotrar mucho más juntos, bebé".

Ella se soltó y lo miró: "Segundo mandato, mío. El tuyo, está en veremos, negrito lindo". Le hizo pestañita, se saludaron con afecto y nos volvimos al hotel. Se la veía más relajada. Atrás quedó la tensión.

La Jefa había ordenado, para el regreso, la película japonesa "Jigokumon" de Kinugasa, ganadora de la Palma de Oro en 1954, y tres documentales rumanos.

Enfrente del hotel había un mantero de la calle Florida al que le fue muy bien con el modelo superador y ahora instaló su manta en la vereda del refinadísimo Boulevard de La Croisette. Le compré una copia pirata de la película "Un cuento chino", de mi hermano Sebastián, que ese mismo viernes ganaba el Gran Premio a la Mejor Película en el Festival de Roma. Se la di a las azafatas para que la pasen. Guardamos la peli japonesa y las rumanas para otro viaje. Llevé baguettes, fiambres, vinitos. Todo rico. Todo lindo. La vuelta fue mucho más divertida. Mi Reina está feliz.