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El fenómeno actual de embadurnar fachadas

El pintarrajeo de fachadas en la capital, es un fenómeno que crece de modo exponencial. Se manifiesta en todos los espacios disponibles y abarca todas las superficies.

No respeta edificios públicos, ni casas de familia, ni templos, ni monumentos históricos: hasta decora los carteles indicadores de las calles. Ni siquiera se salvan los peñascos que bordean los caminos de nuestra serranía. Nos hemos referido al asunto en varias ocasiones, pero su proliferación actual oportuno tocarlo nuevamente.

Mucho se ha escrito sobre el suceso contemporáneo que lleva la denominación italiana de "graffiti", esto es "garabato". Estudiosos de la conducta social han dedicado sesudas páginas a tales "escrituras veloces y efímeras" con las que la inmensa mayoría de los vecindarios urbanos del mundo deben convivir. Se ha trazado inclusive una genealogía, que hace arrancar el "graffiti" de aquellas prehistóricas pinturas rupestres, que se fijaban en las paredes de cuevas utilizando pigmentos de colores. Se recuerda que se descubrieron "graffiti" en las paredes de la antiquísima Pompeya. O, yendo más cerca, que los usaron los jóvenes nazis en los años 30 y 40 con fines de propaganda. O que los estudiantes franceses de mayo del 68 manifestaban, con esas pintadas, su rebeldía frente al orden existente. Es conocido que fueron adquiriendo poco a poco jerarquía artística: hace unos años, en Buenos Aires, el centro "Ricardo Rojas" los mostró en una exitosa exposición, con el título de "Street Art".

Todo esto puede parecer muy interesante para los ensayistas. Pero hay que convenir que tiene demasiados ángulos francamente negativos. A cualquier propietario, el "graffiti" estampado -generalmente con pintura al aerosol- sobre el muro exterior de su casa, no le resulta artístico sino dañoso y ofensivo. Constituye una intervención no autorizada, que vulnera el aspecto de su vivienda, y que le obliga a realizar gastos para devolver las cosas a su estado anterior; y esto hasta que sufra una nueva pintada.

Además, esa restauración muchas veces es muy difícil, si no imposible, por la textura del muro. Hay que recordar que, legalmente, se trata del daño intencional a la propiedad de terceros: algo tipificado como delito en el Código Penal. Ni qué decir los gastos que representa para el Estado, cuando quiere adecentar sus edificios.

De un modo general respecto de la capital, parece difícil negar que el "graffiti" agrega una triste nota de suciedad y de desaliño a un centro urbano que, como el nuestro, justamente en esos aspectos registra sus deficiencias más notorias. Creemos que se hace necesaria una campaña de concientización, dirigida a modificar estas conductas: campaña que debiera iniciarse, en el próximo período lectivo, en escuelas y colegios, con charlas que susciten reflexiones que indudablemente faltan hasta el momento. Nuestra ciudad tiene la triste fama de ser una de las más descuidadas del país. A eso contribuye poderosamente el grado de indiferencia vecinal respecto de los frentes de sus inmuebles. Y también colabora negativamente el Estado, cuando pega carteles en lugares vedados, para publicitar sus propias acciones u otras que auspicia, y contribuye así al mal aspecto de la ciudad.

Es hora de disponerse a tener una capital más cuidada, y por consiguiente más civilizada. Es decir, algo que podrá lograrse solamente a partir de un cambio de conciencia y de actitud, que organice ese respeto a la propiedad ajena que hoy escasea de modo alarmante.