Sociedad
El Fantasma beatificado de Maradona, Nápoles y la Argentina
Atados por el cuerpo místico del ídolo transgresor, todos parecemos celebrar el titulo del Napoli. De la explosión de júbilo al Vesubio nacional brota en erupción cotidiana.
Por Miguel Wiñazki
Como si el Vesuvio hubiera desbordado su lava, Nápoles detonó estridente tras el campeonato y un hilo de plata mística la unió con la Argentina, como en tantas otras travesías diversas, como a “Corazón” de los Apeninos a los Andes. Miles y miles gritaban “Diegooo, Diegooo”, y Maradona, tan pecador en vida, beatificado por encima de San Gennaro, volvió a salir campeón y nadie recuerda ni quiere recordar sus fechorías aquí o allá porque “la liquefazione del sangue di San Gennaro” se reiteró en ese “miracolo” del fútbol y de la fe y Maradona volvió allá en Nápoles y acá también, siempre vivo y muerto y fantasmal.
La Argentina entera y Nápoles trabaron lazos de sur a sur, atados por el cuerpo místico del ídolo transgresor.
Según Roberto Saviano, el autor de “Gomorra”, esa novela estremecedora sobre la Camorra napolitana, “El miedo es el instinto más vital, el que más hay que respetar -y completó su pensamiento- La cobardía es una opción, el miedo es un estado”.
¿Miedo a qué? Aquí, en la Argentina, o allí en Nápoles campeón, el miedo adquiere rostros múltiples, pero para connotar el concepto en una palabra afín a ambas latitudes; es pavura a la camorra. Miedo a la camorra no en sentido estricto (aunque cabe temerla en sentido estricto) sino más extendidamente es temor y quizás seducción también por esa vocación por la desobediencia, y por la minusvalía de la vida. Aquí tememos por pobreza, por inflación, y por la muerte que se perpetra por menos de una ópera de dos centavos, y allí por una postergación histórica cuya bandera de reivindicación popular es justamente Maradona.
Hay una camorra estatal aquí. O gubernamental, o eso se percibe en general. Por criminalidad indirecta: negligencia, codicia, egoísmo e ignorancia esa camándula ensimismada también liquida vidas y esperanzas.
Estudiosos de la literatura napolitana han afirmado que es difícil encontrar otra ciudad retratada en su libros, en donde se describa de manera tan poderosa el deseo de marcharse.
¿Cuántos sentimos en la Argentina lo mismo?
Aquí, hoy, en éste país, el Vesuvio nacional brota en erupción cotidiana, en cada desangelado y preocupante aumento, con cada muerte por nada, porque matar es una costumbre que suele tener cierta gente, porque la droga también envenena cada día más, porque la educación fracasa en general, porque la clase política se esboza y perfila ajena a la tierra, porque nos empobrecemos mas y mas.
Y todo se enuncia a cada momento y nada se resuelve.
También hubo una gran erupción futbolística con el Mundial que representó una voluntad extraordinaria tan masiva como nunca de ganar, de saltar, de danzar descontroladamente.
Nos volvimos a ilusionar.
Dicho sea de paso, Messi, parece negociar con el Rey de Arabia Saudita que tiene credenciales literales de sátrapa con las manos ensangrentadas y no santificadas precisamente.
Pero esa es otra historia.
Lo cierto es que Argentina es también otro volcán, con su cráter siempre hirviendo en cierta latencia aparente, pero ardiendo de impotencias y frustraciones. Hay un horizonte sin embargo, no solo por las elecciones, quizás -incluso- por algo más profundo, por esa fuerza que trasciende la vida que viene de otra parte que enciende las piernas del difunto santito-demonio Maradona. Sus botines con los cordones desatados embotan las piernas que a todos nos han cortado por tantas impericias y desastres, pero que viven gambeteando lo que bloquea, y seguimos gambeteando, aunque a veces, los fouls de la vida y de la realidad nos revuelquen y nos quiebren.
O nos acribillen.
Cuando murió Maradona, en su desenfrenado velorio, el presidente Alberto Fernández descendió hacia el piso enrejado de la Plaza de Mayo para intentar detener a los barras que se trepaban en maremagnum para acercarse al catafalco. Muchos tenían la intención de llevarlo a pulso hasta quien sabe donde. Bajó Fernández con un megáfono y nadie lo escuchó. Un megáfono mudo. Pronunciaba su gran impotencia ya entonces creciente.
Diego; tuya es la muerte, pero también la fuerza, y el nuevo campeonato del Napoli y tuyos los goles, lo tenebroso de tu final abandonado; y también la luz y la vibración, el baile, las trampas que supiste perpetrar, la diabluras ante todos los contrarios que supiste engatusar y vencer, y son tuyas todas tus recaídas, tus toxicidades, tus rentadas aberraciones políticas y tus resurrecciones. Y todo eso, también es nuestro.
Y eso es Argentina, y es Nápoles.
Hay algo trascendente a los cuerpos vivos; esos espíritus, esos fantasmas, complicados, altivos, espectros perdidosos y ganadores, vigentes, así en la tierra como en el cielo.
Extraído de Clarín
Dejá tu comentario