El exitoso marketing de Cristina
*Por Luis Majul. Al jefe de marketing político de la campaña Cristina ya ganó hay que felicitarlo y reconocerle su esfuerzo y creatividad.
El hombre ha aprovechado al máximo las cuestiones políticas y también las de la vida para concretar el milagro de la resurrección.
Ha conseguido, en menos de seis meses, corregir los terribles errores que venían cometiendo tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández de Kirchner, desde el comienzo mismo de la asunción de ella, cuando calificó la aparición de la valija de Antonini Wilson como una operación de la agencia de inteligencia norteamericana.
El cambio de humor social que produjo la muerte del ex presidente, la sentida y cuidada puesta en escena de la despedida final, la exaltación de la juventud militante como sinónimo de futuro, sus primeros discursos después de la pérdida haciendo referencia a "El" y su "sacrificio", la prolongación del luto como un recurso no forzado y la extensión virtual del verano como consecuencia de los nuevos feriados son sólo algunos de los hechos que sirvieron para poner a su favor a mucha gente que hasta entonces parecía no soportarla.
Todo esto es cierto. Pero sería injusto explicar la notable subida en las encuestas de la Presidenta sin reconocer, además, la enorme influencia que tiene la economía en el ánimo de los argentinos.
Desde la acertada decisión de implementar la Asignación Universal por Hijo hasta la fuerte inyección de dinero que vuelca el Banco Central para multiplicar el consumo y generar, en la clase media, la sensación de que estamos mejor que nunca. Los encuestadores dicen que la intención de voto de Cristina está vinculada a la sensación de bienestar que produce tener algo de plata en el bolsillo. Contra esto, de nada sirve que la oposición advierta que los desequilibrios estructurales de la economía podrían generar una bomba de tiempo en un futuro no tan lejano. Y tampoco parece importar demasiado a una buena parte de la sociedad la teoría de que esto es posible porque un buen día el mundo le empezó a comprar a la Argentina toda la soja que jamás había imaginado vender, a precios exorbitantes.
Pero lo más notable de la campaña de marketing político Cristina ya ganó es que sus diseñadores han logrado transmitir una imagen presidencial opuesta a la que tenía antes de la muerte de su esposo. La Presidenta ya no grita. Ya no reta. Ya no da clases de economía, periodismo, derechos humanos y política agropecuaria con el dedo levantado. La Presidenta ya no se enrosca, de manera directa, en las brutales peleas del gobierno contra Clarín. No se embarra con la guerra de aprietes y poder que enfrenta a su administración con su aliado, el líder de la CGT, Hugo Moyano.
A lo sumo, desautoriza a Diana Conti y comunica con sutileza que ni siquiera es todavía candidata. Como mucho, agudiza sus reflejos y sale a corregir al director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, ante su infeliz pedido de que Mario Vargas Llosa se abstuviera de hablar en la Feria del Libro. Sólo si es necesario, comunica a los argentinos que no está de acuerdo con las medidas de acción directa, aunque por lo bajo sus colaboradores las toleren, las impulsen o las avalen. De últimas, ella manda a sus ministros a instalar la idea de que el bloqueo a la planta impresora de Clarín no es un ataque al derecho de informarse sino un añejo conflicto gremial.
Tan sutil e inteligente es la nueva manera de comunicar de la Presidenta que sus ideólogos están logrando mantenerla al margen de todos los hechos vergonzantes que deberían afectar su imagen y sus chances de ser reelegida. ¿Cómo se explica si no que los ganadores de la elección en Catamarca hayan logrado esconder el apoyo de Ramón Saadi hasta después del resultado final? ¿Cómo se entiende que el Frente para la Victoria en La Rioja haya salido a anunciar un acuerdo con Carlos Menem, el gran demonio de la maldita década del 90 que el kirchnerismo había venido a extirpar? ¿Por qué nadie le enrostra al Gobierno la matanza de dos aborígenes en Formosa, si Gildo Insfrán es uno de sus aliados más consecuentes? ¿Por qué nadie le cuestiona su silencio ante el intento de José Luis Gioja de reformar la Constitución en San Juan sólo para perpetuarse en el poder? ¿Por qué nadie la responsabiliza en forma directa por la acción de censura de Guillermo Moreno contra las consultoras y le dice que eso también es un brutal ataque contra la libertad de expresión?
Una respuesta posible es que los líderes de la oposición tienen miedo de criticar sus políticas con energía, porque sus asesores aconsejan no enfrentarse abiertamente con una viuda que tiene la pesada carga de gobernar un país. Otra hipótesis es que, después de varios intentos, los marketineros políticos del Gobierno han conseguido "parir" una presidenta con una imagen definida y aceptable, lejos de los conflictos innecesarios que provocaba el ex presidente. Habían tratado de hacerlo cuando decidieron enfrentarla con el campo, pero entonces se equivocaron de enemigo. Habían querido "inventarla" poniéndola lejos de Kirchner, pero nunca consiguieron borrar la percepción de su dependencia afectiva y política. Ahora que su compañero murió, que la economía sigue con viento a favor y que la oposición se mantiene dispersa y confundida, los cristinistas de la última hora empiezan a hablar de ella como una "mujer de Estado" sin que nadie salga al cruce de semejante definición.
Igual, detrás de la cuidada imagen de Cristina Fernández hay soldados que continúan en el frente haciendo "el trabajo sucio", descalificando a políticos y medios y periodistas críticos.
Los líderes de la oposición no comprenden el doble juego. Pierden el tiempo mirando encuestas y esperando que ella cometa un gran error. En vez de criticar con energía lo malo y presentar un mejor proyecto, rezan para que el pico de imagen positiva baje junto con los primeros días de frío. Esa conducta especulativa que destacan, cada vez que pueden, los defensores de la Presidenta, es otro de los grandes logros de los creativos de marketing de Cristina ya ganó , a menos de siete meses de las próximas elecciones presidenciales.