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El éxito de la visión realista de Barack Obama

*Por Zaki Laidi. El fin de la persecución del jefe de Al Qaeda, Osama bin Laden, constituye un éxito formidable para Barack Obama, que ve confirmada de manera irrefutable su visión realista del mundo y de su lucha contra el terrorismo. Para él, la lucha contra el terrorismo nunca fue una guerra ideológica sino un combate contra un adversario temible.

Por esa razón había abandonado claramente la retórica de la lucha contra el terrorismo para concentrar su combate contra al Qaeda. Esta victoria también contiene un fuerte simbolismo. La muerte de Bin Laden se produce en el momento en que las revoluciones árabes muestran que el espacio político no es reductible a la oposición entre islamismo y dictaduras.

Dicho esto, frente a estas revoluciones, no hay una "doctrina Obama". En primer lugar porque su presunto autor lo rechazó explícitamente. En segundo lugar, porque éste es un realista de sangre fría más preocupado por teorizar su pragmatismo . Por último, porque la sucesión imprevista e imprevisible de los acontecimientos en el mundo árabe torna a la vez vano y difícil cualquier intento de fijar una política aunque se trate de la mayor potencia del mundo .

Existe no obstante una política estadounidense preocupada por lograr la cuadratura del círculo: acompañar la exigencia de cambio político en las sociedades árabes sin poner en entredicho la estabilidad de sus intereses garantizados hasta ahora parcialmente por regímenes muy sacudidos y todos cuestionados.

Antes de precisar todo esto debemos primero eliminar un equívoco. El que pretende que la primavera árabe consagra la victoria póstuma de los neoconservadores estadounidenses.

Ciertamente, estos últimos habían insistido con justa razón en la existencia de un déficit democrático en el mundo árabe. Pero al unir, como hicieron, la promoción de Irak de la democracia con una intervención extranjera, contribuyeron a identificar la democracia a un valor impuesto desde el exterior.

De esa forma agravaron un problema que pretendían arreglar.

Además, y a pesar de una retórica democrática, la política de Bush a partir del 11 de septiembre contribuyó fuertemente a reafirmar a los regímenes autoritarios árabes.
Para Barack Obama, las revoluciones árabes constituyen una buena noticia.

Las reivindicaciones de los pueblos que se levantan coinciden con los ideales estadounidenses y eso no carece de importancia a largo plazo. También son coherentes con las ideas que el propio Obama desarrolló en los discursos de El Cairo, Moscú y Shangai: la democracia es un valor precioso pero su eclosión es asunto de los pueblos propiamente dichos.

No obstante, detrás de Obama, hay una potencia estadounidense que sí tiene intereses para proteger y defender . A medida que la primavera árabe se propaga hacia las regiones estratégicas de Oriente Medio y el Golfo Pérsico, donde sus intereses vitales están en juego, los arbitrajes que debe efectuar son múltiples y complejos. No obstante, el hecho de que los Estados Unidos deban soportar y reaccionar a acontecimientos en los que no son los amos del juego confirma un hecho político mayor. Y esa realidad nueva es propiamente revolucionaria.