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El exilio de San Martín

No es un hecho menor que nuestro héroe máximo haya muerto en el exilio, sin poder retornar a la patria a la que había contribuido de manera decisiva a poner de pie y a incorporarla al mundo.

El general José Francisco de San Martín murió el 17 de agosto de 1850 en Boulogne- sur-Mer (Francia), en el exilio. El indiscutido héroe máximo de la Nación argentina no sabía que estaba inaugurando una condición por la que atravesarían luego muchos otros compatriotas, expulsados de un país que, a lo largo de su historia, se ha empeñado en complicarse la existencia con violentas disputas intestinas.

No podía saberlo, pero algo debe haber intuido cuando tomó la decisión de emigrar a Europa después de la entrevista de Guayaquil con Simón Bolívar, que dejó asegurada para siempre la independencia sudamericana del yugo español. La debilidad de San Martín en aquel encuentro histórico –en el que ambos próceres plantaron un mojón histórico para el sueño aún incumplido de la unidad latinoamericana– provenía del escaso respaldo que obtenía en su propia tierra.

Uno puede imaginar el amargo sentimiento que se apoderaría de su espíritu, que siempre había sentido la empresa libertadora en dimensiones continentales y que no había vacilado en atravesar con su ejército los Andes –una hazaña inigualable– para pelear por la emancipación de Chile, ni en embarcarse luego hacia Lima para expulsar a los españoles del Perú, al volver sus ojos hacia el Río de la Plata.

El naciente país se desgarraba entonces en furiosas luchas intestinas, por mezquinos intereses de facciones que irían prefigurando una de las tantas dicotomías insalvables a las que parecemos tan afectos desde épocas tempranas: la de unitarios y federales. Esa lucha fratricida amenazaba con devorar al héroe y a su gesta.

"Seamos libres y lo demás no importa nada", dice un papel pegado en la pared de la casa que lo recuerda en Yapeyú, su lugar de nacimiento. Está escrito por San Martín y refleja la grandeza y el desprendimiento de su accionar, alejado de toda apetencia personal, de toda discusión política o sobre formas de gobierno; de toda disputa, en suma, que desviara la atención de ese eje simple y claro que conducía a la emancipación.

A tono con los tiempos, se ha intentado en la actualidad "bajar del bronce" a este hombre singular, en películas, libros y ensayos que pretendieron enrostrarle su condición de masón, su carácter mestizo o su supuesto papel de agente inglés. La empresa no es fácil, y menos con banalidades sacadas de su contexto histórico y que muchas veces se expresan más para llamar la atención que para revelar nuevas verdades.

Quizá sería más útil y nos ayudaría a ser más comprensivos, a superar antinomias que todavía nos hieren y a elevar nuestra mirada hacia horizontes más amplios, detenernos en este aspecto tan hondo y humano que tiñó los últimos años del héroe: la injusticia del exilio, de no poder retornar a su patria, a la que había contribuido a poner de pie y a incorporarla al mundo como una nueva y gloriosa Nación.