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El escándalo de la pobreza

Una nueva cifra sobre pobreza golpea el rostro y la conciencia de todos los argentinos.

Una nueva cifra sobre pobreza golpea el rostro y la conciencia de todos los argentinos. A pocos meses de finalizar 2019, un último relevamiento arroja cifras escandalosas sobre la realidad social en nuestro país: casi un 36 por ciento de los ciudadanos argentinos son pobres y un 7 por ciento padece indigencia. Además, si se mira atentamente el informe, el mismo exhibe un dato desconsolador: entre los menores de 14 años, el índice de pobreza se elevó al 52.6 por ciento, lo que significa que millones de niños y niñas de este país han entrado vertiginosamente en el más absoluto de los desamparos.

Hace cuatro años atrás, cuando se iniciaba un nuevo período político en este país, el presidente de la Nación recién electo prometió, en su discurso de asunción ante el Congreso, que al finalizar su mandato entregaría un país sin pobres. Las últimas estadísticas desmienten de manera escandalosa esa promesa. No solo la Argentina no ha bajado su nivel de empobrecimiento sino que el mismo ha aumentado. Y ese dato no solo es estadístico, lo vemos en las calles y en las plazas de nuestras ciudades, repletas de hombres, mujeres y niños sin hogar, arrojados a la intemperie, tratando de encontrar el mínimo sustento para sus vidas amenazadas por el hambre y el frío. Las estadísticas están allí, corporizadas en sus cuerpos, en sus miradas, en su brutal desamparo humano.

¿Qué significa que un 52 por ciento de los jóvenes menores de 14 años esté en esa situación de vulnerabilidad?  Sencillamente que estamos frente a una nueva generación perdida, millones de niños que mañana llegarán a adultos sin haber recibido lo mínimo – ni educación, ni salud, ni alimentación- para construir una vida digna, restos o víctimas de un sistema que les ha arrebatado, de manera obscena, sus derechos ciudadanos.

La pobreza y la indigencia empeñan cualquier imaginación de futuro. La pobreza extendida mina toda esperanza igualitaria o equitativa,  al tiempo que anuncian un mañana aún más dañado y fracturado que aquel en el que hoy vivimos.

La pobreza es un escándalo, siempre. Pero aún más en un país como la Argentina que otrora fue visto como la reserva alimentaria del mundo, como el territorio pródigo para el desarrollo y el bienestar de todo aquel que quisiera habitar este suelo americano.

Acaso, y es lógico que así sea, la revelación de estas cifras genere un lógico desánimo  en aquellos que imaginábamos un presente distinto al que está hoy frente a nuestros ojos, sin embargo, ni el desánimo ni la sensación de derrota debieran ganar nuestros corazones. Porque esta cifra escandalosa debe obligarnos a todos, absolutamente  a todos, a comprometernos seriamente en poner un fin a esta situación injusta. Tenemos las herramientas, tenemos los medios para lograrlo, solo se precisa de una férrea decisión política que logre estar acompañada de un gran consenso social, si de verdad queremos alcanzar esa meta.

No podemos ni debemos resignarnos. Porque sería injusto que no podamos legarle a las próximas generaciones un país donde todos, absolutamente todos, tengan derecho a gozar de una vida digna, tal como lo dicta la letra de nuestra Constitución.

Seremos juzgados por el fracaso o por el éxito en alcanzar ese objetivo.

 

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