El enigma de los sorprendentes caballos calculadores de Elberfeld
Cuando los indicios sensorios no son suficientes para explicar esta curiosa capacidad de los animales.
De acuerdo a como hemos visto en el esclarecimiento de las habilidades del famoso caballo Clever Hans, las objeciones al meritorio trabajo del psicólogo Oskar Pfunst fueron prácticamente nulas y quedó claramente demostrado que el animal tenía una gran capacidad para percibir los mínimos indicios sensorios que le proporcionaban involuntariamente su dueño o aquellas personas que presenciaban su mini-show. Pero en el caso de otros cuatro caballos calculadores que surgieron en Elberfeld (Alemania), la polémica no quedó resuelta de una manera tan "simple".
Mientras que unos científicos consideraron que la explicación para el caso Hans era también válida para estos animales, otros apuntaron a su imposibilidad interpretando los sucesos de manera diferente e incluso algunos postulando la hipótesis telepática como génesis del enigma. Antes de analizar esta diversidad de opiniones veamos como surge el prodigio de Elberfeld.
LOS CABALLOS DE ELBERFELD
En 1906 Karl Krall, un rico industrial que había adquirido a Clever Hans, decidió retomar los pasos del ex dueño von Osten y sumó cuatro nuevos ejemplares: Muhamed, Zarif, el poney Hanschen y un viejo caballo ciego de nombre Barto.
En pocos meses Krall consiguió resultados sorprendentes y estos últimos cuatro caballos no sólo duplicaron las virtudes de su antecesor sino que además, y en franca superación, lograron extraer en tiempo récord raíces cuadradas, cúbicas y cuartas de números de hasta seis y siete cifras.
Los argumentos en favor de una capacidad extraordinaria de cálculo o percepción telepática por parte de los caballos estaban basados fundamentalmente en los siguientes puntos:
1. Imposibilidad de fraude por la demostrada honestidad de Krall.
2. Descartada la hipótesis de las señales inconscientes brindadas por los observadores, puesto que Barto era ciego.
3. Aciertos en ausencia del señor Krall y los palafreneros.
4. Experiencias en que se aislaba al caballo y se lo observaba a través de una mirilla.
5. Complejidad de los cálculos a resolver.
6. Rapidez en la resolución de las operaciones.
Un análisis más profundo del caso nos permitirá observar la labilidad de estos argumentos.
La posibilidad del fraude nunca fue excluida en su totalidad. Si bien Krall siempre mostró buena disposición para el libre examen de los caballos (lo cual tampoco era garantía), la frecuente y activa participación de los palafreneros es un factor a no descuidar. Según algunas acusaciones, en ciertas oportunidades el cuidador se apartaba de los investigadores pero sin permanecer enteramente oculto a la visión de los animales (!!!).
Pasemos al comentario del profesor David Katz sobre una carta abierta recibida por G. E. Müller de Edelberg, quien bajo el seudónimo de "Faustinus" se presentó y describió luego sus experiencias con los caballos:
"Faustinus, en su carta, relataba las experiencias con los tres caballos, que se llamaban Muhamed, Hanschen y Barto, este último ciego. Respecto al primero dice: «Muhamed no entiende absolutamente nada de lo que se le propone, pero responde a un lenguaje de signos que le hace Albert, uno de sus guardianes.» Muhamed dio contestaciones correctas mientras Albert se hallaba presente, pero fallaba cuando Faustinus le preguntaba encontrándose solo. En ocasiones en que él pensaba encontrarse solo con Muhamed, Albert se hallaba fuera de la cuadra y fácilmente podía manejarse para emplear su método de aprendizaje y comunicarse con el caballo. Sobre esto escribe Faustinus: «Estudié tan cuidadosamente el sistema de Albert, que yo mismo pude emplearlo y obtener las respuestas que yo deseaba, correctas o equivocadas. El sistema de Albert consistía en hacer una señal imperceptible con la cabeza, que indicaba a Muhamed cuándo tenía que parar los golpes.»" [Müller, G. E. (1915) Ein beitrag über die Elberfelder Pferde. Z. Psych., 73.]
El sistema de signos que cita "Faustinus" no se empleó con Hanschen ni con Barto, y aunque tenía la creencia de que estos dos animales también estaban dirigidos en sus respuestas por Albert, no pudo descubrir el modo que tenía de comunicarse con ellos. Lo extraño era que al someter a las pruebas a Hanschen, no era necesario que Albert se encontrara en la cuadra puesto que podía comunicarse con él fácilmente desde afuera. Pero el caballo fracasaba en cuanto no podía seguir a Albert con la mirada. Por su parte Barto, el caballo ciego, dio excelentes resultados cuando Albert propuso que las preguntas fueran escritas sobre la piel del equino o pronunciadas en voz alta. Una vez que Albert tuvo que salir durante la prueba, el caballo fracasó en las preguntas más sencillas que le hizo "Faustinus". [Katz, D., Animales y Hombres. Estudios de Psicología Comparada. Edit. Espasa Calpe S.A. (2º edición), Madrid, 1961]
Los errores frecuentes que cometían los caballos también proporcionaron una interesante pista que, finalmente, dio origen a un estudio por parte del psicólogo suizo Édouard Claparède sobre el porcentaje de respuestas correctas y erróneas de los animales. Según su informe, obtuvo un 11% de respuestas exactas para las preguntas fáciles y un 13% para las difíciles; en otra serie, un 7,5% para las fáciles y un 13% para las difíciles. [Graven, J., El pensamiento no humano. Edit. Plaza & Janes, S.A., Barcelona, 1972]
Estas reveladoras cifras refuerzan la hipótesis de las señales inconscientes que ya habían sido comprobadas en el caso de Clever Hans. Si estos nuevos caballos calculaban realmente, era lógico esperar que sus aciertos fueran mayores en cálculos simples y no precisamente en los más complicados; pero si consideramos que la solución de un problema complejo implica una mayor tensión y descontrol de las emociones del observador (hecho que desde ya facilita el mejor desempeño del animal para captar cualquier mínimo indicio sensorial), ello nos da una explicación de tan ilógica actitud. Esto también se interrelaciona con los puntos 5 y 6. La posibilidad de que algún palafrenero o el propio señor Krall conocieran algún método de cálculo rápido tampoco estaba excluida, incluso los informes indican que los caballos no respondían cuando el número propuesto no tenía raíz exacta.
A propósito de esto, la siguiente anécdota es más que elocuente: "El filósofo R. Quintón, como consecuencia de una acalorada discusión a propósito de los caballos de Elberfeld, descubrió este método simplificado al que aludimos. Y, en 1912, él mismo extraía de memoria, en dos segundos, las raíces de números de muchísimas cifras delante de los miembros de la Facultad de Filosofía de París. Los sabios filósofos creían que se trataba de un calculador prodigioso, pero el mismo Quintón explicó que se trataba simplemente de un método muy reducido que él solo había llegado a descubrir en base a lo que sabía de los caballos". [González Quevedo, O., El Rostro Oculto de la Mente. Edit. Sal Terrae, Santander, 1976]
Además, ¿quién podría asegurar que Krall o alguno de los guardianes no fuera un calculador prodigio? Sabemos positivamente que muchos de los calculadores prodigio que han pasado a la historia, resolvían problemas muy complejos mediante técnicas de su propia invención y a pesar de ser iletrados, incluso algunos habían adquirido el método de cálculo sin proponérselo. [Smith, S. B., The great mental calculators. Columbia University Press, 1983]. Tampoco olvidemos que existen métodos especiales para realizar cálculos complejos (extracción de raíces cuadradas, cúbicas, cuartas y quintas de números de varias cifras) y en cuestión de segundos que frecuentemente utilizan los ilusionistas (ver video) en sus presentaciones de Mnemotecnia Teatral y Mentalismo. [Gardner, M., Mathematics, Magic and Mystery. Dover Publications, Inc., New York, 1956]
borradaCONCLUSIÓN
Lo que alguna vez señalara el destacado psicólogo C. Lloyd Morgan (1852-1936) se cumple a raja tabla: "Nosotros no debemos interpretar un caso de conducta animal como consecuencia de las más elevadas facultades mentales, siempre que podamos explicárnosla por las más simples". La lección que dejó el caso de Clever Hans era suficiente para explicar el de los caballos de Elberfeld y, si sumamos una posible intención de fraude encubierto mediante el empleo de técnicas de cálculo rápido por parte de Krall o los cuidadores, obtenemos la explicación más simple y plausible.
Pero, y como suele ocurrir, lo que siempre debería haber permanecido en un plano estrictamente teatral o circense (o cuando mucho ser considerado un caso ejemplar en la investigación de conducta animal), siguió cautivando a algunos investigadores deseosos de hacer extensivas sus creencias paranormales en los humanos a los animales.