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El dolor de ya no ser

*Por Daniel Avellaneda. River empató 1-1 con Belgrano en el Monumental y no le alcanzó para seguir en Primera. Es el primer descenso en sus 110 años de gloriosa historia.

Ese niño al que se le inunda la mirada no entiende cómo es posible que el mundo que le construyó su padre durante tantos domingos se le venga abajo en noventa minutos. Y ahí está su viejo, el que le transfirió la pasión, con la cara hundida en una bandera roja y blanca que se estruja como su corazón. También llora aquel hombre grande, envuelto en una bufanda que le aprieta el cuello pero que nada tiene que ver con el nudo que se le hace en la garganta . Y esa mujer a la que se le adivina la banda debajo del tapado negro, cubierta de lágrimas y rimel. Ese llanto monumental , el del hincha genuino, el que acompañó hasta que la esperanza se diluyó con la irrupción de los violentos, es el dolor de ya no ser .

Después de 102 años en Primera División, el descenso es una sentencia que refleja toda la decepción. Esa que se multiplica en cada rincón de un estadio que es testigo de un evento inédito, impensado. El que parece una historia surrealista, pero es la más cruda realidad. Sí, no es ciencia ficción, River se fue a la B .

Entonces, se explica semejante explosión de congoja . Si River es el club más ganador del fútbol argentino, ¿cómo no liberar tanta pena? Si River cosechó 33 títulos locales, un campeonato amateur, 13 copas oficiales y 5 modernas, entre ellas, las Libertadores del ‘86 y ‘96, la Intercontinental del ‘86 y la Supercopa y la Recopa del ‘97, ¿cómo no expresar toda la tristeza? Si en ese mismo arco en el que no pudo hacer el penal Mariano Pavone se cansó de meterla Angelito Labruna, ¿cómo no sentir que el cuerpo se derrumba por dentro? "River sos mi vida. Hoy no me mates" , reza el trapo blanco, escrito con aerosol. Flamea en la tribuna San Martín, ahí mismo, donde las broncas se expanden desde los insultos, mezcladas con signos de impotencia. Resulta exagerada. El descenso no es la muerte de nadie. Que lo digan San Lorenzo y Racing. Pero ahora, en este preciso momento, para los hinchas parece un drama.

"Dejá el alma" , dice otra bandera, izada en la Sívori. Es la que se les escapa por la boca a esos fanáticos que se quedan congelados, los que no quieren ni pueden moverse de ese lugar en el que nunca imaginaron estar.

No, por más que se pellizcan en la Belgrano baja esta es una pesadilla de la que no es posible despertar. Si todo había sido distinto antes. La familia de River llegó con fe a Udaondo y Figueroa Alcorta. Hubo un abrazo monumental, convocado vía Facebook . Y una caravana de fieles que recorrió de palmo a palmo avenida Libertador. Y camisetas con la banda roja sobre el pecho blanco tapizando populares y plateas. Había clima de final de campeonato o de Copa Libertadores. Como hace exactamente tres lustros, aquella noche del 26 de junio de 1996, cuando Hernán Crespo le hizo dos goles a América de Cali y River se transformó en campeón continental.

La recepción, con humo blanco y rojo, bajo un diluvio de papelitos, recordó los mejores tiempos en el peor de los tiempos . Y el arranque del equipo, el que impulsó la ilusión, pareció un contagio de toda esa pasión. Y la mediavuelta de Pavone se gritó como pocas veces . Como aquellos que hizo Crespo en la final contra los colombianos. Como aquel de Antonio Alzamendi en Tokio ante Steaua Bucarest, el de la Intercontinental del ‘86. Como los goles del Beto Alonso en el Superclásico de la pelota naranja. Como el cabezazo de Mario Kempes ante Ferro en el desenlace del Nacional ‘81. Como el grito esperado de Rubén Bruno ante Argentinos en 1975, el que cortó la racha de 18 años sin títulos. Como los primeros tres goles que se hicieron en este idéntico Monumental, el 26 de mayo de 1938, los de Peucelle, el Charro Moreno y Bernabé Ferreyra. Como cualquiera de esos 5751 goles en Primera, pero más fuerte que nunca.

No alcanzó ese gol. Y estalló la desilusión. De todos esos hinchas que fueron a alentar. A pesar de todo. Esos mismos que seguro, cuando asuman el dolor, lo volverán a acompañar. Siempre.