El divorcio Alfonsín-Binner
Por Mario Fiore* Radicales y socialistas parecen similares, pero conciben el poder de manera antagónica. Que no se mezclen, es un síntoma de que las ideas comienzan a discutirse en los partidos.
Quizás sea una buena noticia para la política argentina la ruptura de la alianza electoral entre radicales y socialistas. Partidos con coincidencias doctrinarias históricas, que en los papeles abrevan a la Internacional Socialista, tienen en cambio diferentes maneras de concebir el poder. No es este un dato secundario.
Es cierto que la bifurcación de los caminos del radicalismo y el socialismo quizás sólo le sirva en lo inmediato al Gobierno nacional, porque si Ricardo Alfonsín y Hermes Binner compiten entre sí se restarán votos y ninguno tendrá chances reales de llegar a una segunda vuelta electoral con el kirchnerismo.
Sin embargo, este no entendimiento sobre cómo construir poder y qué hacer una vez que se gobierna, probablemente aclare un panorama político más allá de la coyuntura electoral. Que un partido quiera aliarse con el peronismo disidente de Francisco De Narváez y el otro no, indica claramente cuáles son los límites de ambos.
En este "fracaso", se recorta el universo de las ideas proclamadas, se tejen redes de coherencia interna, se dibuja el campo semántico de eso que se llama ideología. No es poca cosa en un país que hace diez años rifó su sistema de partidos políticos con la crisis económica y "el que se vayan todos" y que entregó luego las llaves de la vida político-partidaria a un solo hombre: Néstor Kirchner.
Dos visiones
Son dos visiones diferentes, por eso el camino se bifurcó. Pero si esto es una buena noticia es por lo expuesto: el elector, el ciudadano, empieza a tener claro qué piensa cada grupo de dirigentes políticos -es difícil hablar de partidos- ya que en las boletas no estarán todos tan revueltos.
La muerte de Kirchner dejó a la oposición, que se unió artificialmente para derrotarlo, con sus propios dilemas. Que aparezcan los límites entre unos y otros parece un síntoma de que los partidos empiezan a resucitar y dejan de ser sólo cáscaras para competir en las elecciones.
El fallecido ex presidente Kirchner logró someter al justicialismo -derrotando a su mentor, Eduardo Duhalde- y luego dividir en mitades al radicalismo, el principal partido de la oposición. Algo similar hizo con una parte de las agrupaciones de izquierda, incluidos el socialismo de provincia de Buenos Aires y Córdoba.
Con sigilo y una chequera abultada, Kirchner coptó políticos por derecha y por izquierda. Instaló, como consecuencia no deseada, la duda identitaria en la oposición, que se dividió entre los que resistían y los que se abandonaban su propio barco. La tentación del poder revelaba un marco doctrinario hecho añicos.
Pero la muerte de Kirchner, que en los últimos tres años se había recostado sobre el aparato del justicialismo, dejó al desnudo el estado de situación. Los partidos no se regeneraron ni se recompusieron en la última década y sólo funcionan en términos de "aparatos" electorales. El debate, las políticas, los "modelos", nadie los discute.
Las propuestas se construyen de acuerdo a las circunstancias. Las bases programáticas casi no existen, apenas que se escriben -por obligación legal- las plataformas electorales.
Un frente progresista con bases programáticas. Esta era la meta en la que el socialista Binner y el radical Alfonsín trabajaron durante un año. En el trato periódico, forzaron una sintonía y mutua admiración. El hoy candidato radical tomó la alianza con el gobernador santafesino para correr por izquierda a su entonces rival en la interna de la UCR, el Vicepresidente Julio Cobos, con fluidos lazos con el peronismo anti K.
Alfonsín fue de los radicales que nunca sacaron los pies del plato, léase el partido. Nunca formó parte del elenco variopinto del kirchnerismo, como Cobos y los radicales K. Sus peleas más conocidas fueron hacia el interior del radicalismo, contra viejos lobos bonaerenses como Federico Storani y Leopoldo Moreau, que sólo su padre, cuando vivía, podía contener.
Binner ganador
Binner derrotó varias veces al peronismo santafesino, primero como intendente de Rosario, luego como gobernador. Pero pese a las coincidencias ideológicas con algunas medidas del kirchnerismo -apoyó la ley de Medios, la estatización de Aerolíneas Argentinas, el fin de las AFJP- nunca dejó de hacer críticas severas que le generaron desconfianza de la Casa Rosada.
Fue el principal impulsor del 82% móvil a los jubilados en el Congreso, porque de hecho él lo paga en su provincia y esta no cayó en ningún estado de zozobra. El bloque socialista en el Parlamento lidera los pedidos de reformas impositivas para hacer más justa y equitativa la contribución al fisco, sin las cuales ningún gobierno puede considerarse progresista.
La historia terminó mal, como es de público conocimiento. El radicalismo, allá por marzo, comenzó a mirar al peronismo disidente como opción. Primero Cobos y Sanz, que siempre creyeron en la necesidad de ampliar las bases de sustentación electoral, y luego Alfonsín para truncarles el camino interno a sus rivales, establecieron contactos con el peronismo disidente.
Todos golpearon la puerta de De Narváez, quien tiene el antecedente de haberles ganado a Kirchner y Daniel Scioli hace dos años. Al bajarse Cobos, el diputado peronista le dio el OK a Alfonsín porque este medía mejor en las encuestas que Sanz. Comenzaron ahí las contradicciones para el propio Alfonsín, quien mientras Mauricio Macri -otrora socio de De Narváez- buscaba la presidencia renegó de cualquier acuerdo con la centro-derecha. Pero después giró, obligado a conquistar votos peronistas y ser competitivo en la provincia de Buenos Aires, donde vota el 40% del padrón nacional.
Ayer, sin poder ocultar la incomodidad de su viraje, dijo: "Estamos trabajando en la política -junto a De Narváez- sin ninguna culpa".
Binner, cebado por socialistas, Margarita Stolbizer y Pino Solanas, decidió no acompañar a Alfonsín en una aventura que consideró similar a la Alianza del '99. "Para eso que sigan los que están ahora", afirmó. Las palabras llenaron de resentimiento al alfonsinismo, que lo acusó abiertamente de jugar a favor del Gobierno nacional y adherir a la consigna marketinera de que "Cristina ya ganó". Lo que para unos es coherencia ideológica como única ruta de construir gobernabilidad, para otros es complicidad con el oficialismo.
En política, sostienen los radicales (que a lo largo de la historia se aliaron con derechas e izquierdas), no se puede ser idealista. Pero sufren por tener que hacer eso mismo que ellos le critican al justicialismo a la hora de construir poder.
El modo en cómo se concibe el poder está atrapado en la dicotomía entre principios doctrinarios y gobernabilidad. Los radicales inventaron -en rigor lo hizo el mendocino Raúl Baglini- su propio teorema y señala que "el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente es inversamente proporcional a su distancia con el poder".
Una forma inteligente pero extremadamente conservadora de zanjar el asunto. Los socialistas, que no se sienten presionados a ser gobierno como sí se sienten los radicales, creen que es en la construcción de políticas serias, como la que desde hace 20 años aplican en Rosario y 3 en la provincia de Santa Fe, el único modo de llegar al poder.
Por lo pronto, el único acuerdo entre radicales y socialistas fue no comprometer la delicada elección el 24 de julio en Santa Fe. Saben que si gana el kirchnerismo, será poco lo que podrán hacer en octubre y las visiones contrapuestas sobre el poder caerán en la misma bolsa: la de la derrota.