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El discurso de Cristina: la fuerza de la emoción

*Por Gabriela Azzoni. El orador político sabe que gana más voluntades apelando a la emoción que a la razón de sus votantes. En su hacer persuasivo se dirige a hombres concretos -ya sean partidarios o indecisos- que reaccionan a los estímulos afectivos con pasión.

El discurso de la Presidenta está atravesado por el sentimiento. Cristina apela a los afectos estratégicamente al comienzo de sus locuciones para ganarse el beneplácito de su audiencia y al final de las mismas para cerrar provocando un golpe de efecto. Así, agradece el cariño que la gente le profesa y -al mismo tiempo- le declara su amor. La mandataria destaca su entrega total rozando el sacrificio.

Cristina ha logrado conectarse con los votantes emocionándolos. Los tiene de su lado. Ha conseguido arrebatarles la conciencia. Se ha establecido un contrato fiduciario: el auditorio cree que sus palabras son portadoras verdad. El dolor la reviste de esa cualidad fundamental para atraer voluntades: la sinceridad. No finge en su sufrimiento por eso este provoca compasión. La vulnerabilidad la despoja de la arrogancia y la vanidad. Y, por lo tanto, la dota también de humildad -acercándola indefectible a los ciudadanos.

La Presidente está conmovida y conmueve. Está movilizada interiormente por una pérdida. Su viudez se sobredimensiona por la excepcionalidad. Cristina no es una mujer cualquiera. Es la mujer más poderosa del país. Su marido tampoco era un hombre cualquiera. Era el ex presidente al cual ella inmediatamente sucedió.

El regodeo por escucharse a sí misma -encadenando una palabra tras otra y cayendo, a veces, en el sinsentido- cede a la expresión de un estado de ánimo afligido por un hecho doloroso. Esa sinceridad es la que despierta la emoción y la consecuente adhesión.

Es decir, ese auditorio conmovido se torna permeable al punto de vista del orador. Aquí aparece entonces otro factor importante en el arte de persuadir: estar profundamente convencido de la razón por la que se da batalla. Cristina saca de su propia experiencia aquello acerca de lo cual discursiviza. Son sus propias convicciones -que eran las mismas de Néstor- su principal fuente de inspiración.

Así, la exaltación y la reivindicación del ex presidente y de su ex marido se vuelven lugares comunes. La mayor fuerza persuasiva radica en la construcción de Néstor Kirchner como un político de raza que luchó por sus ideas. Un titán que entregó su vida por ellas. Su figura se engrandece -al mismo tiempo- ante la prácticamente inexistencia de los hombres de la oposición. Estos son construidos como la antítesis de él: no se juegan, no arriesgan, retroceden, le sacan el cuerpo al desafío. Actitud por la cual los tilda de "refugiados electorales".

En este relato ocupa un lugar destacado la enumeración de los logros del modelo que aparecen obviamente hiperbolizados por el contraste con la crisis de los primeros años de este siglo. A estas conquistas adhiere una buena parte de la ciudadanía -tal como lo indican los distintos sondeos de opinión. Esos votantes que le permitirían ganar en primera vuelta.

La Presidenta conmueve generando empatía; pero ha comprendido que la "humilde mujer" sufriente debe ir cediendo lentamente para comenzar a entusiasmar, para dar un mensaje esperanzador -sobre todo- a los jóvenes. Por eso elige construirse como un puente entre las viejas y nuevas generaciones -atravesada por el deber y la responsabilidad que han signado todas sus decisiones. De forma tal de pulverizar cualquier acusación de ambición desmedida de poder.