El dirigible y el Parlamento
*Por Arnaldo Pérez Wat. Cuando el Congreso funciona como corresponde, sus leyes son verdaderamente leyes, consonantes con la justicia y para bien de los gobernados.
El Graf Zeppelin (LZ 127) llegó una vez a Buenos Aires. El dirigible realizaba semanalmente el vuelo regular desde Alemania a Río de Janeiro. Un sábado, a las 20, arrojó los lastres y salió desde los lagos de Constanza, en la frontera con Suiza, se dirigió a Sevilla para enfilar luego a Recife, desde donde se dirigió a Río. Desde allí regresaba, pero esta vez le pagaron 30 mil pesos más para que siguiera 2.500 kilómetros hacia el sur.
El formidable dirigible alemán, de 136 metros de eslora y 30,5 metros de ancho, evolucionó varias veces sobre la avenida de Mayo, entre el Congreso y la Casa Rosada. De manera que, con las primeras luces del 30 de junio de 1934, con sus pequeños corcoveos en forma de saludo, parecía advertirles a los porteños: "No olvidéis estos dos grandes monumentos de las repúblicas democráticas" (sedes del Poder Ejecutivo y del Parlamento).
Los inteligentes alemanes que conducían la nave sabían que volaban sobre una nación de grandes riquezas naturales y brillante porvenir. A las 7.45, el coloso puso proa hacia Campo de Mayo, donde una multitud –que se había trasladado en 18 mil autos– lo esperaba pese al frío. Estábamos en la llamada Década Infame, pero, precisamente en ese año, el presupuesto argentino para educación era superior al de todos los países sudamericanos juntos, incluido el de Brasil.
Órdenes sabias. Perduraba el recuerdo del derrocamiento de Hipólito Yrigoyen. Ejercía la Presidencia Agustín P. Justo. Con posterioridad, en 1943, otro golpe militar nos llevaba al vaivén gobierno civil-gobierno militar.
Los gobiernos legales eran interrumpidos por quienes se autodenominaban defensores de la legalidad, que restablecían el orden con una serie de órdenes. Cuando el país no está enfermo, las órdenes más sabias salen de ese templo llamado Parlamento. Del Poder Ejecutivo deviene otro tipo de órdenes. Sin embargo, cuando el Congreso funciona como corresponde, sus leyes son verdaderamente leyes, consonantes con la justicia y para bien de los gobernados.
¿Qué corrompe más a las masas, el poder o la miseria? En la referida década del dirigible, gobernaban los conservadores, a quienes se tildaba de ser personas que sólo pensaban en su propia conservación.
(Eran) "señores geniales que habían conseguido infundir a los pobres el miedo a que ellos dejasen de ser ricos", según Florencio Escardó. Con dádivas, se maneja a las masas, pero existía el riego de que algunos asaltaran el Congreso en virtud de "la flexibilidad de los espinazos", que mencionaba José Ingenieros.
Sarmiento dijo en una conferencia sobre "La doctrina Monroe", el 27 de octubre de 1865: "500 millones de seres humanos se solazarán dentro de dos siglos en este espacio que encierra todos los dones de la naturaleza, y nuestras ideas actuales del derecho no están calculadas para el gobierno de tales masas de hombres".
Y todavía andamos con titubeos respecto de las leyes: de manera moral y simbólica, no existe esa milla de distancia entre el Congreso y la Casa Rosada, que deben distinguirse netamente, pues representan una armonía entre los poderes.
Por lo tanto, la vena patriótica se impone con más necesidad que nunca toda vez que el pueblo, masivamente, debe elegir. La conciliación es un deber cívico, porque sólo se puede vivir en forma pacífica bajo el imperio de la ley. De otra forma, no llegaremos a cristalizar nuestras legítimas aspiraciones de una existencia en paz bajo este cielo, como soñaba el noble maestro sanjuanino.