El difícil año de Piñera
El presidente de Chile, Sebastián Piñera, intentará superar un año marcado por la tragedia en su país ampliando en 2011 su gobierno hacia el centro político como primer paso para mantener a la derecha en el poder después de la elección presidencial de 2013.
El presidente de Chile, Sebastián Piñera, intentará superar un año marcado por la tragedia en su país ampliando en 2011 su gobierno hacia el centro político como primer paso para mantener a la derecha en el poder después de la elección presidencial de 2013.
La mayor dificultad, aparte de la negativa por ahora de la Democracia Cristiana de adherirse a su gobierno, son las secuelas del terremoto de febrero que mantienen amplias zonas del sur del país en condiciones de emergencia.
"Esto nos puede destruir", dijo el propio Piñera a sus asesores al asumir en marzo, cuando tuvo certeza que el movimiento telúrico había dañado un millar de escuelas y 80 hospitales, y había dejado sin casa a 200.000 familias, además de destruir puentes y caminos.
Los 30.000 millones de dólares en daños y los 15.000 millones de dólares que deberán ser gastados del presupuesto en reconstrucción por los próximos años obligaron ya al gobierno a abandonar parte del programa por el que fue elegido.
"El presidente aún tiene una copia del programa en su escritorio", dijo en off un ministro, resumiendo el impacto de la tragedia, que causó daños equivalentes a un 17 por ciento del PIB.
Las protestas de afectados y alcaldes de las comunas asoladas por el terremoto, que derrumbaron ya en junio la popularidad de Piñera bajo el 50 por ciento, amenazan con volver en 2011, un año en que trabajadores y estudiantes prometen mayores movilizaciones.
Piñera, poseedor de un estilo locuaz y activo, sorteó este año la crisis gracias a la tragedia de 33 mineros atrapados 700 metros bajo tierra en el desierto de Atacama.
Desoyendo las sugerencias de sus asesores, el mandatario optó por acometer un inédito rescate en la historia de la minería, pero sin dejar de decir siempre que la operación "estaba en manos de Dios".
Finalmente, tras 69 días de espera, sacó con vida a todos los trabajadores, en un evento televisado en vivo a más de mil millones de personas que subió su popularidad al 70 por ciento y entregó al oficialismo un candidato presidencial, el hoy popular ministro de Minería Laurence Golborne.
El apoyo, sin embargo, decayó con igual rapidez en medio de huelgas de empleados públicos, protestas de la etnia mapuche, sospechas de intervención en el fútbol y la muerte en un incendio de 81 presos, situación que puso al descubierto la crisis y hacinamiento carcelarios.
El oficialismo, que tiene minoría en el Senado y la Cámara Baja, reforzó entonces una ofensiva para incorporar a sus filas a la hoy opositora Democracia Cristiana, que mantiene en Chile una alianza con los partidos socialdemócratas única en la América actual.
El ingreso de la Democracia Cristiana al gobierno, por ahora negado por los líderes de ese movimiento, otorgaría al oficialismo una mayoría electoral y social no contrarrestable para la izquierda.
Sin embargo, en el progresismo no todos están convencidos de mantener la alianza con la Democracia Cristiana, como reconocieron el senador del Partido por la Democracia Cristiana Guido Girardi y el ex candidato presidencial Marco Enríquez-Ominami.
Otros, como algunos líderes comunistas y socialistas, prefieren mantener el pacto con la DC y apostar a una movilización social que creen que crecerá con fuerza desde 2011 en sindicatos y federaciones estudiantiles controlados por sus dirigentes.
Piñera, a quien los chilenos ven en sondeos como un líder que luce en las crisis, deberá mostrar toda su capacidad o terminará cimentando el regreso de una ex amiga y hoy declarada adversaria, la ex presidenta Michelle Bachelet.
La líder socialista, el ex presidente más querido en la historia de Chile, sin embargo deberá encarar las divisiones y descrédito de los partidos que la apoyan, por lo que 2011 y sus consecuencias en las elecciones municipales de 2012 serán claves en el futuro presidencial chileno.
La mayor dificultad, aparte de la negativa por ahora de la Democracia Cristiana de adherirse a su gobierno, son las secuelas del terremoto de febrero que mantienen amplias zonas del sur del país en condiciones de emergencia.
"Esto nos puede destruir", dijo el propio Piñera a sus asesores al asumir en marzo, cuando tuvo certeza que el movimiento telúrico había dañado un millar de escuelas y 80 hospitales, y había dejado sin casa a 200.000 familias, además de destruir puentes y caminos.
Los 30.000 millones de dólares en daños y los 15.000 millones de dólares que deberán ser gastados del presupuesto en reconstrucción por los próximos años obligaron ya al gobierno a abandonar parte del programa por el que fue elegido.
"El presidente aún tiene una copia del programa en su escritorio", dijo en off un ministro, resumiendo el impacto de la tragedia, que causó daños equivalentes a un 17 por ciento del PIB.
Las protestas de afectados y alcaldes de las comunas asoladas por el terremoto, que derrumbaron ya en junio la popularidad de Piñera bajo el 50 por ciento, amenazan con volver en 2011, un año en que trabajadores y estudiantes prometen mayores movilizaciones.
Piñera, poseedor de un estilo locuaz y activo, sorteó este año la crisis gracias a la tragedia de 33 mineros atrapados 700 metros bajo tierra en el desierto de Atacama.
Desoyendo las sugerencias de sus asesores, el mandatario optó por acometer un inédito rescate en la historia de la minería, pero sin dejar de decir siempre que la operación "estaba en manos de Dios".
Finalmente, tras 69 días de espera, sacó con vida a todos los trabajadores, en un evento televisado en vivo a más de mil millones de personas que subió su popularidad al 70 por ciento y entregó al oficialismo un candidato presidencial, el hoy popular ministro de Minería Laurence Golborne.
El apoyo, sin embargo, decayó con igual rapidez en medio de huelgas de empleados públicos, protestas de la etnia mapuche, sospechas de intervención en el fútbol y la muerte en un incendio de 81 presos, situación que puso al descubierto la crisis y hacinamiento carcelarios.
El oficialismo, que tiene minoría en el Senado y la Cámara Baja, reforzó entonces una ofensiva para incorporar a sus filas a la hoy opositora Democracia Cristiana, que mantiene en Chile una alianza con los partidos socialdemócratas única en la América actual.
El ingreso de la Democracia Cristiana al gobierno, por ahora negado por los líderes de ese movimiento, otorgaría al oficialismo una mayoría electoral y social no contrarrestable para la izquierda.
Sin embargo, en el progresismo no todos están convencidos de mantener la alianza con la Democracia Cristiana, como reconocieron el senador del Partido por la Democracia Cristiana Guido Girardi y el ex candidato presidencial Marco Enríquez-Ominami.
Otros, como algunos líderes comunistas y socialistas, prefieren mantener el pacto con la DC y apostar a una movilización social que creen que crecerá con fuerza desde 2011 en sindicatos y federaciones estudiantiles controlados por sus dirigentes.
Piñera, a quien los chilenos ven en sondeos como un líder que luce en las crisis, deberá mostrar toda su capacidad o terminará cimentando el regreso de una ex amiga y hoy declarada adversaria, la ex presidenta Michelle Bachelet.
La líder socialista, el ex presidente más querido en la historia de Chile, sin embargo deberá encarar las divisiones y descrédito de los partidos que la apoyan, por lo que 2011 y sus consecuencias en las elecciones municipales de 2012 serán claves en el futuro presidencial chileno.