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El día que mi hija robó un bebé

Este relato es útil para todas las que estén luchando con hijos adolescentes, o para recordar cómo era ese martirio.

Este relato es útil para todas las que estén luchando con hijos adolescentes, o para recordar cómo era ese martirio. Me parece que todo comenzó en la estación de tren, allá en Córdoba, cuando todavía los trenes funcionaban, sí sé que era en una heladísima noche de julio, pero seguramente fue antes, quizás comenzó con una de esas sentencias que solía proferir, que a mi juicio eran profundamente educativas y que mis hijos utilizaron siempre para justificar sus más incalificables desmanes. Ahora que lo pienso bien, todo comenzó con un festival de rock y culminó cuando mi hija se robó un bebé.

Lo primero que deberíamos aprender las madres de adolescentes es que, como los reos, todo lo que digamos puede ser usado en nuestra contra. Enseñanza que, notoriamente, nunca asimilamos, pues seguimos diciendo sandeces hasta dos minutos antes de nuestro propio entierro. Pues bien, dentro de una sarta de pavadas que consideraba profundamente educativas estaba la palabreja "libertad". Y la unía a la democracia y mis criaturas a cualquiera de sus más espurios fines. Lo cierto fue que durante una sobremesa la Negra me anunció con decisión:

-El 15 de julio hay un festival de rock en Buenos Aires y pienso ir.

La estocada me llegó de espalda mientras marchaba con los platos hacia la cocina. Me di vuelta desparramando restos de pizza por todo el piso para gran alegría de Hermeto, nuestro gato, que a fuerza de indiferente era el único alegre con la situación.

-Es rock, es en Buenos Aires y tenés catorce años - repliqué, y la batalla había comenzado. La Negra se acomodó en su silla.

-Si tengo catorce años es por tu culpa y no la mía- preferí dejar caer ese guante que nos llevaría a cuantas peras puede dar un olmo- Si se hace en Buenos Aires tampoco tiene que ver conmigo y no veo por qué decís ¡rock! Con esa cara de milico, si siempre nos dijiste que adorabas el rock.

Retomando mi dolorosa reflexión inicial, he aquí el ejemplo de que el pez y las madres por la boca mueren: ¿por qué no les habré dicho que adoro la música barroca que trae menos problemas?

¿Cómo se dice no?

En esa época estaba divorciada y vivía sola con mis dos pichoncitos. Gentil metáfora. En realidad me sentía como un domador de tigres que debe salvar su vida dejándoles al mismo tiempo la sensación de que controla airosamente la situación. Era difícil, sobre todo porque una divorciada, puede aprender a hacer cualquier cosa menos a dar permisos. Para ser más precisos: a negarlos. Ese rotundo, fulmíneo "NO" que puede decir un padre, para mi le sale directamente de los testículos, y por más empeño que una ponga "eso" no tenemos. Con esa inferioridad de condiciones empezó el combate. Apelé entonces a la primera regla de oro para decir "No" a una jovenzuela levantisca: "Sos muy chica". La Negra sacudió briosamente su pelo con lo cual una tanda de migas cayó al piso para alborozo de Hermeto que ya comenzaba a interesarse por el caso.

-Si soy lo suficientemente grande para que me guste el rock, soy lo suficientemente grande para ir a escuchar rock.

Debe existir alguna respuesta inteligente para esto, pero todavía no la encontré. Avancé entonces por un flanco que me parecía absolutamente irrebatible.

-No tenemos plata para ese gasto - el resto de la familia se puso de mi lado. Hermeto lamía sus miguitas, recordando, lastimeramente , que era el único gato vegetariano de Córdoba, y la bestezuela menor comenzó su histórica proclama por zapatillas nuevas.

En el tumulto subsiguiente, que por ser uno de los clásicos familiares era más previsible, creí, en mi inclaudicable inocencia, que la Negra se había dado por vencida. Si hay en el cielo algún lugar para madres ilusas, tengo asegurado mi ingreso con aplausos.

(Continuará)