El día que apagaron la luz
* Por Por Marcelo J. García y Luis López * Año 2000, bastantes meses después del Y2K. La profecía del colapso garantido era psicosis pasada y conclusa; esa que machacaba con que una cuestión de software (el cambio de fecha) iba a generar un caos en el hardware (los objetos que nos rodean).
Año 2000, bastantes meses después del Y2K. La profecía del colapso garantido era psicosis pasada y conclusa; esa que machacaba con que una cuestión de software (el cambio de fecha) iba a generar un caos en el hardware (los objetos que nos rodean). Sobredeterminación en estado puro. En un aula de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, un estudioso extranjero hablaba sobre las bondades de la globalización, cuya verdadera dinámica, afirmaba, residía en el hecho de que todas las computadoras del mundo se interconectaban en red. Un fenómeno muy pero no tan soft. Aníbal Ford, para muchos en pecado de pesimismo –o hasta anacronismo–, pidió la palabra y preguntó hard. ¿Cuán importante es, en este contexto, la propiedad de la estructura, la posesión de los "fierros" de la globalización?
Existen un antes y un después de Egipto 2011 para discusiones de este tipo. En unas horas, un puñado de llamados telefónicos y/o un par de visitas armadas apagaron la web e hicieron desaparecer a un país. En el mundo de la globalización triunfante, escribió Ford en 1994, el símbolo parecía reemplazar a los fierros, en gran medida porque esos fierros estaban en manos de estructuras de propiedad con carácter oligopólico y transnacional. Era como si nos hubiese mandado a releer aquel párrafo de Marx: si la estructura es una variable dada, la discusión muere en lo superestructural. En las últimas dos décadas, la discusión comunicacional-mediática se nutrió de alimento light y balanceado: libertad de expresión y prensa, independencia del periodismo, Google, Twitter o Facebook o el que venga luego, y yerbas de similar tenor.
No se trata de la decadencia, desesperación o desaparición del régimen de Hosni Mubarak o cualquiera de sus parientes cercanos. El punto es que la Red es una nueva forma de territorio y, como tal, objeto de una disputa colonizadora. Hasta aquí, el gran triunfante ha sido el capital privado, que ha expandido su capacidad de brindar acceso pago al nuevo espacio.
Internet, dicen tanto un lector aficionado de Jürgen Habermas como la secretaria de Estado Hillary Clinton (http://www.state.gov/secretary/rm/2011/02/156619.htm), es el espacio público del Siglo XXI. Lo de espacio es incuestionable. Lo de público, declamatorio pero no necesariamente verdad. Internet es hoy más un parque de diversiones donde hay que pagar entrada para jugar que una plaza pública donde se transita y habla libremente. Un country (gated community) más que un barrio. La diferencia no es la cantidad de gente conectada (dos mil de los siete mil millones de habitantes de la Tierra), sino las lógicas de participación y propiedad del terreno. Para que sea calle, deberá ser de libre acceso y su dueño toda la comunidad, representada de manera sintética por el Estado como expresión máxima de la voluntad popular. No está claro que Mubarak haya leído a Max Weber, pero su intento de apagar la web es un resabio algo anacrónico del intento de recuperar el monopolio del uso de la fuerza en el espacio público.
La web crece a partir de nuevas lógicas globales que se insertan en los viejos esquemas nacionales. Su gobierno es reflejo distorsionado del esquema geopolítico de la época. No es de sorprender que uno de los pilares de la gobernabilidad de la web, la Icann (Internet Corporation for Assigned Names and Numbers) haya nacido y crecido bajo el paraguas del gobierno de los Estados Unidos. Como tampoco que dos conferencias mundiales sobre la Sociedad de Información en el seno de Naciones Unidas en 2003 y 2005 se hayan focalizado sobre los objetivos (comerciales) realizables de disminuir la brecha digital y no sobre el establecimiento de un gobierno global y público de la red. Naciones Unidas, por caso, hace tiempo clama por una reforma. Hasta que no sea así y el monopolio de la fuerza digital esté en manos legítimas, habrá más Mubaraks pero también más googles, facebooks o twitters, cuya rendición de cuentas es, "en última instancia", a sus inversores más que al público.
Volver al 2000. Imaginar a Aníbal Ford viendo por TV la reunión de Sui Generis tras veinticinco años de hiato. Mestre y García cantan que ya llegó el día en que estando juntos harán todo para este mundo, paralizando la tierra el día que apagaron la luz. Ford piensa que alguna vez alguien la va efectivamente a apagar. Once años después, Mubarak la apaga y los dueños de los "fierros" acatan el anacronismo del futuro, nuestro hoy. Llegará el día, decían Charly y Nito. También Aníbal.