El día en que Cristina me hizo llorar
*Por Carlos M. Reymundo Roberts. Señora, por Dios, qué emoción. Qué alegría indescriptible verla y oírla anunciar que sí, que va por la reelección , que no hay nada en este mundo que pueda apartarla de su misión histórica: seguir liderando la revolución.
Señora, me temblaban las piernas. Me puse en la parte de atrás del salón, quietito, calladito, como para no llamar la atención de nadie. Yo sólo quería ser testigo de ese momento crucial, y cuando vi que no estaban ni Hebe ni Moyano, ni Morgado ni Rachid (¿los habrán
discriminado?), pensé: quedate piola porque en este club es más difícil entrar que salir.
Señora, no me había hecho los rulos, pero algo me decía que ése iba a ser el día. Por suerte, no le creí a Alberto Fernández, que desde hace meses venía diciendo (siempre en privado) que usted no se iba a presentar, que estaba anímicamente quebrada, que lloraba más de lo que hablaba.
Lo mío era pura intuición y cero información. No es que no haya preguntado: el problema es que todos me juraban que no sabían nada. Señora, me encanta ese velo de misterio. Que nos haya tenido a todos, a sus más estrechos colaboradores, a su gabinete, a sus militantes, a los medios, al país entero, encerrados en un puño. ¡Cómo disfruta del secreto, señora! A todos nos resulta más fácil compartir, prever, organizar. A usted no. Usted ama sorprender, esconder, histeriquear, hacerse esperar. Por Dios, ¡qué estadista!
Cuando me enteré de que había pedido la cadena nacional tuve la semiplena prueba. Me dije: o anuncia que se compró un nuevo modelo de cartera Louis Vuitton o confirma que va por un segundo mandato. Es decir, no había posibilidad de que fuera para una menudencia.
No sé si ya se lo dije alguna vez, pero me parece perfecto que haya roto con la tradición de usar la cadena sólo para los grandes acontecimientos. Eso es un viejazo. Fidel, Chávez y usted nos han enseñado que la palabra del Presidente es siempre de interés nacional. Incluso deberíamos extender su presencia y sus discursos a Internet. Sueño con una cadena en Google, en Twitter, en Facebook: abrir la pantalla y verla a usted, sólo a usted, reina y señora.
Mi único reparo -más duda que otra cosa- es si hace falta obligar a la gente a escuchar sus discursos. Creo que si no usara la cadena, igual todo el mundo preferiría oírla que poner música, una película, un partido o Tinelli.
Pero volvamos a la Casa Rosada. Le cuento que al ver sentados allí a Andrea del Boca, a Aníbal Fernández, a Cornide, al intendente Mario Ishii, la reflexión que me hice fue: "Señores, la revolución está servida; disfruten el banquete".
Al compañero Daniel (Scioli) lo encontré más bien seriote, y no entendí por qué: hubiese jurado que ninguna otra cosa le hacía más ilusión que usted fuera por la reelección y que usted lo ayudase a elegir a su compañero de fórmula para un segundo mandato en la provincia.
Se encendieron los micrófonos -el micrófono, su micrófono-, y allí empezó el encantamiento general. La magia. El éxtasis. Quién va a acordarse del anuncio del plan de los "LCD para Todos" si después usted, en la continuidad de sus palabras, dijo lo que dijo. Me dio un poquito de cosa, debo confesar, esos millones de personas que, al enterarse de que podían tener una TV de lujo en 60 cuotas, se largaron como locas a las tiendas y se perdieron lo mejor del mensaje: la reelección.
Bueno, es cierto que usted no usó esa palabra, ni tampoco habló de candidatura. ¿Olvido? ¿Estrategia? Nada de eso: sencillamente, estamos ante alguien distinto. Los mortales hablamos con palabras gastadas. Usted, exquisita, habló de "sometimiento a la voluntad popular". Lo comprendí muy bien: hay que someter a la voluntad popular. Recuerdo cuando perdimos las elecciones legislativas de 2009. Al día siguiente dijimos (qué bien lo hiciste, Néstor) que habíamos ganado. Cuando el campo y la ciudad se lanzaron a las calles contra la 125, dijimos que eran golpistas. Cuando los grandes medios que leen y miran las grandes masas se mostraron independientes, creamos nuestros medios. Cuando le dijimos a la gente que podía optar por la jubilación privada o la estatal y mayoritariamente eligió la privada, la estatizamos por decreto. Cuando votaron para que haya un Congreso opositor, compramos a legisladores de la oposición.
Sí, someter: nos encanta. En ello nos va la vida. No hay maldad, sino la convicción de que los argentinos queremos eso. Que nos sometan a escuchar la cadena, a comer milanesas, pescado y cerdo en cadena, y, sobre todo, a encadenarnos a las cuotas, a muchas cuotas, al votocuota, tan increíblemente rendidor.
¿El candidato a vice? Eliminado yo (ya probaré más adelante con Máximo o con Florencia), lo que usted decida está bien. Total, siempre queda el recurso del látigo, como el que disciplinó a Scioli, o del exilio, en el que Cobos se consumió.
Señora, desde mi rinconcito del salón yo la aplaudí, yo grité, yo me emocioné. Como todos y todas, me imaginé el paso triunfal hasta el 23 de octubre, la victoria sin vueltas (bueno, en primera vuelta), su saludo desde el balcón, su discurso, su homenaje a El, su llanto. Será su hora más gloriosa. Un país rendido a sus pies, en tributo justo y definitivo. Estará muy bien, señora, porque eso es lo que usted se merece. Y nosotros, todos los argentinos, también. Lo tenemos merecido.