El después de la Time Warp: la historia de Leandro, un joven que estuvo 12 días en coma
Sus padres recuerdan con emoción y un poco de tristeza esos días en los que no sabían si su hijo saldría adelante.
Leandro Espinosa puede contar lo que es volver del infierno que significó la fiesta electrónica Time Warp: estuvo 12 días internados y sus padres recordaron esos días que se parecieron mucho a una película de terror.
"'Su hijo está lleno de estupefacientes', me dijo la doctora. La verdad fue un puñal, me mató cuando me lo dijo", recuerda Agustín Espinosa, su padre.
Sobre lo poco que recuerda de aquella noche, Leandro dice: "Era imposible respirar. La gente estaba totalmente transpirada. No se podía andar".
Su papá, mientras le acaricia el hombro en su casa de Lanús, donde recibió a La Nación, cuenta: "El sábado 16 de abril me preparaba unos mates para ir a trabajar y vi en el noticiero lo que había pasado en la fiesta. Eran más de las 10 y como Leandro no había vuelto fui a buscar a mi mujer que trabaja como ordenanza en un colegio cercano. Fue ella la que llamó al hospital Fernández y le confirmaron que Nano (como le dicen sus íntimos) estaba ahí".
"En las dos semanas que estuvo internado en coma farmacológico sufría unas convulsiones terribles, le saltaban los ojos y parecía un poseído. Hasta que de un tirón se levantó y rompió la camilla", agrega Agustín.
Agustín Espinosa y su mujer, Cristina, pueden hablar en primera persona de lo que representa la palabra esperanza, ya que tuvieron que aferrarse a ella cuando los pronósticos eran desalentadores.
"Nos decían que al quinto día los chicos se mueren porque están consumidos por la droga. A la madre de Micaela Polivoy (otra chica internada por la fiesta), a los dos días, le dijeron que su hija tenía el 90 por ciento de su cuerpo muerto. Cosas terribles", recuerda.
Cuando todo era desesperación y angustia, el doctor Ignacio Previgliano, jefe de Unidad de Neurointensivismo y Gestión en Procuración de Órganos y Tejidos para Trasplante en el Hospital Fernández, les tendió la mano y los invitó a soñar con que Leandro saliera adelante.
"Nos dijo que estuviéramos preparados para todo, lo bueno y lo malo, que Nano podía vivir o no. Ahí mi mujer se vino abajo. Pero al mismo tiempo nos pidió que rezáramos porque sus manos iban a curar a nuestros hijos", cuenta Agustín, que confiesa que esas palabras le inyectaron esperanzas.
Leandro pasa sus días descansando y recuperándose en su casa. Si bien los médicos le dieron el alta domiciliaria, sus padres prefieren esperar a que recupere parte de los 12 kilos que perdió durante su internación. No presenta secuelas mayores y su único tratamiento consiste en tomar una medicación anticonvulsiva y cumplir con las dos sesiones semanales de rehabilitación. "Me llamaron amigos que no veía desde la escuela primaria. Hubo cadenas de oración en todas partes. Es increíble el cariño de todos", expresa Leandro.
"'Su hijo está lleno de estupefacientes', me dijo la doctora. La verdad fue un puñal, me mató cuando me lo dijo", recuerda Agustín Espinosa, su padre.
Sobre lo poco que recuerda de aquella noche, Leandro dice: "Era imposible respirar. La gente estaba totalmente transpirada. No se podía andar".
Su papá, mientras le acaricia el hombro en su casa de Lanús, donde recibió a La Nación, cuenta: "El sábado 16 de abril me preparaba unos mates para ir a trabajar y vi en el noticiero lo que había pasado en la fiesta. Eran más de las 10 y como Leandro no había vuelto fui a buscar a mi mujer que trabaja como ordenanza en un colegio cercano. Fue ella la que llamó al hospital Fernández y le confirmaron que Nano (como le dicen sus íntimos) estaba ahí".
"En las dos semanas que estuvo internado en coma farmacológico sufría unas convulsiones terribles, le saltaban los ojos y parecía un poseído. Hasta que de un tirón se levantó y rompió la camilla", agrega Agustín.
Agustín Espinosa y su mujer, Cristina, pueden hablar en primera persona de lo que representa la palabra esperanza, ya que tuvieron que aferrarse a ella cuando los pronósticos eran desalentadores.
"Nos decían que al quinto día los chicos se mueren porque están consumidos por la droga. A la madre de Micaela Polivoy (otra chica internada por la fiesta), a los dos días, le dijeron que su hija tenía el 90 por ciento de su cuerpo muerto. Cosas terribles", recuerda.
Cuando todo era desesperación y angustia, el doctor Ignacio Previgliano, jefe de Unidad de Neurointensivismo y Gestión en Procuración de Órganos y Tejidos para Trasplante en el Hospital Fernández, les tendió la mano y los invitó a soñar con que Leandro saliera adelante.
"Nos dijo que estuviéramos preparados para todo, lo bueno y lo malo, que Nano podía vivir o no. Ahí mi mujer se vino abajo. Pero al mismo tiempo nos pidió que rezáramos porque sus manos iban a curar a nuestros hijos", cuenta Agustín, que confiesa que esas palabras le inyectaron esperanzas.
Leandro pasa sus días descansando y recuperándose en su casa. Si bien los médicos le dieron el alta domiciliaria, sus padres prefieren esperar a que recupere parte de los 12 kilos que perdió durante su internación. No presenta secuelas mayores y su único tratamiento consiste en tomar una medicación anticonvulsiva y cumplir con las dos sesiones semanales de rehabilitación. "Me llamaron amigos que no veía desde la escuela primaria. Hubo cadenas de oración en todas partes. Es increíble el cariño de todos", expresa Leandro.