El desafío norcoreano
Irán no es el único país dominado por individuos que, por su negativa a respetar las normas convencionales, podrían provocar una guerra nuclear.
De haber tenido éxito el intento del régimen norcoreano de poner en órbita un satélite, Estados Unidos, el Japón, Corea del Sur y casi todos los demás integrantes de la comunidad internacional hubieran reaccionado con dureza; coincidían en que en verdad se trataba de un misil balístico que, si funcionara, sería capaz de llevar una bomba nuclear hasta Europa oriental o la costa oeste de América del Norte. Así y todo, no están festejando el fracaso de la prueba que se atribuye a la tecnología primitiva de Pyongyang. Por el contrario, temen que la dictadura nominalmente comunista de la dinastía Kim se haya sentido tan humillada por la desintegración del misil, a pocos minutos de su lanzamiento, que reaccione adoptando una postura aún más belicosa que antes. Además de procurar repetir la prueba misilística, el joven dictador, Kim Jong-un, podría tratar de impresionar al resto del mundo y, desde luego, a sus propios compatriotas, ordenando más ensayos nucleares o, tal vez, ataques contra blancos en Corea del Sur como los que tuvieron lugar antes de la muerte de su padre, el "querido líder" Kim Jong-il.
Para los países democráticos y también para China, es prioritario impedir que el eventual colapso del despiadado régimen de Corea del Norte desate un cataclismo en el noreste de Asia, lo que sucedería si, como muchos creen posible, intentara salvarse provocando una guerra. Pero si bien hasta los chinos tienen motivos de sobra para querer que Corea del Norte se convierta en un "país normal", dejando de plantear una amenaza permanente a la paz de una región que está progresando económicamente a una velocidad vertiginosa, nadie sabe muy bien lo que convendría hacer. La estrategia de Estados Unidos ha consistido en darle a Pyongyang la ayuda alimentaria que tanto necesita a cambio de promesas de frenar sus programas nucleares y balísticos, aunque a esta altura entiende muy bien que interrumpir el envío de alimentos sólo serviría para que mueran de hambre centenares de miles de norcoreanos comunes sin afectar a miembros de la elite o de las fuerzas armadas. El dilema que enfrentan Estados Unidos y sus aliados es espinoso: si toman medidas destinadas a castigar al régimen por su conducta provocativa, se sentiría acorralado; si no las toman, los norcoreanos se sabrán impunes y, para conseguir más concesiones, se harán todavía más agresivos. El aislamiento no puede considerarse una solución ya que debido al estado catastrófico de la economía de Corea del Norte el régimen se ve obligado a relacionarse con los demás países, pero puesto que no tiene la más mínima intención de respetar las reglas internacionales, toda relación, incluyendo la que tiene con China, es forzosamente conflictiva.
Según algunos, Kim Jong-un –tiene 28 ó 29 años– rompió un acuerdo con Estados Unidos y otros países ordenando el lanzamiento de lo que la mayoría creía era un misil intercontinental para asegurar a los jefes militares que es tan fuerte como eran su padre y su abuelo. Otros sospechan que los norcoreanos lo hicieron para llamar la atención del resto del mundo a su existencia porque, a su juicio, los demás países se concentraban demasiado en el peligro planteado por Irán. También hay optimistas que esperan que el dictador esté preparándose para acercarse mucho más a la comunidad internacional, pero quiere hacerlo no como un suplicante sino como el líder indiscutido de una potencia respetada. El que tantas teorías distintas estén en danza es de por sí preocupante. Para reducir el peligro planteado por un régimen extraordinariamente brutal que siempre se ha destacado por su desprecio absoluto por la vida y bienestar tanto de sus víctimas inmediatas, los habitantes a menudo famélicos de Corea del Norte, como del resto del género humano, será preciso entender la forma de pensar de sus dirigentes y las razones por las que actúan de manera tan truculenta, pero parecería que ni siquiera los surcoreanos, japoneses y chinos saben muy bien lo que se ha propuesto la camarilla totalitaria, racista y dinástica, que ya se ha dotado de un arsenal atómico y aspira a complementarlo con misiles de alcance intercontinental.
Para los países democráticos y también para China, es prioritario impedir que el eventual colapso del despiadado régimen de Corea del Norte desate un cataclismo en el noreste de Asia, lo que sucedería si, como muchos creen posible, intentara salvarse provocando una guerra. Pero si bien hasta los chinos tienen motivos de sobra para querer que Corea del Norte se convierta en un "país normal", dejando de plantear una amenaza permanente a la paz de una región que está progresando económicamente a una velocidad vertiginosa, nadie sabe muy bien lo que convendría hacer. La estrategia de Estados Unidos ha consistido en darle a Pyongyang la ayuda alimentaria que tanto necesita a cambio de promesas de frenar sus programas nucleares y balísticos, aunque a esta altura entiende muy bien que interrumpir el envío de alimentos sólo serviría para que mueran de hambre centenares de miles de norcoreanos comunes sin afectar a miembros de la elite o de las fuerzas armadas. El dilema que enfrentan Estados Unidos y sus aliados es espinoso: si toman medidas destinadas a castigar al régimen por su conducta provocativa, se sentiría acorralado; si no las toman, los norcoreanos se sabrán impunes y, para conseguir más concesiones, se harán todavía más agresivos. El aislamiento no puede considerarse una solución ya que debido al estado catastrófico de la economía de Corea del Norte el régimen se ve obligado a relacionarse con los demás países, pero puesto que no tiene la más mínima intención de respetar las reglas internacionales, toda relación, incluyendo la que tiene con China, es forzosamente conflictiva.
Según algunos, Kim Jong-un –tiene 28 ó 29 años– rompió un acuerdo con Estados Unidos y otros países ordenando el lanzamiento de lo que la mayoría creía era un misil intercontinental para asegurar a los jefes militares que es tan fuerte como eran su padre y su abuelo. Otros sospechan que los norcoreanos lo hicieron para llamar la atención del resto del mundo a su existencia porque, a su juicio, los demás países se concentraban demasiado en el peligro planteado por Irán. También hay optimistas que esperan que el dictador esté preparándose para acercarse mucho más a la comunidad internacional, pero quiere hacerlo no como un suplicante sino como el líder indiscutido de una potencia respetada. El que tantas teorías distintas estén en danza es de por sí preocupante. Para reducir el peligro planteado por un régimen extraordinariamente brutal que siempre se ha destacado por su desprecio absoluto por la vida y bienestar tanto de sus víctimas inmediatas, los habitantes a menudo famélicos de Corea del Norte, como del resto del género humano, será preciso entender la forma de pensar de sus dirigentes y las razones por las que actúan de manera tan truculenta, pero parecería que ni siquiera los surcoreanos, japoneses y chinos saben muy bien lo que se ha propuesto la camarilla totalitaria, racista y dinástica, que ya se ha dotado de un arsenal atómico y aspira a complementarlo con misiles de alcance intercontinental.