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El dedo que acusa

Por Claudio Fantini* Se puede ser muy crítico del neoliberalismo, pero tratar a Vargas Llosa, defensor de esa posición, como si fuera un nazi o un miembro del Ku Klux Klan es absurdo.

La literatura llegó antes que las religiones a considerar al amor como esencia del matrimonio. Ulises y Penélope fueron los primeros esposos enamorados que fueron registrados por la bibliografía y, cientos de años después de que Homero escribiera La Ilíada , las religiones aún seguían bendiciendo casamientos pagados o acordados entre padres, clanes o estados.
Se entienda o no desde la heterosexualidad, lo evidente es que el amor puede existir en parejas del mismo sexo. De tal modo, la posición del sacerdote católico Nicolás Alessio a favor del matrimonio igualitario no fue descabellada ni inmoral.

Por eso, el durísimo castigo que le aplicó la Iglesia Católica hasta puede resultar agraviante para quienes apoyaron públicamente la nueva ley. No obstante, se trata de la decisión interna de una institución. Se la puede considerar oscura y retardataria, pero ocurrió puertas hacia adentro; ergo, sólo afecta a quienes forman parte de esa grey.

Presiones y censuras. Distintos son los casos en que la Iglesia sale de su órbita a imponer sus visiones. Para citar sólo dos de una lista interminable: a mediados de la década de 1980, denostó a Jean-Luc Godard y presionó de mil maneras para que no se exhibiera su película Je vous salue, Marie (Yo te saludo, María) y en los ’90 censuró a José Saramago, acusándolo de blasfemo por haber escrito El Evangelio según Jesucristo .

Bien o mal, lo que haga puertas adentro es un asunto propio, pero cuando intenta decidir qué puede y no puede ver o leer una sociedad, recurriendo a descalificaciones y anatemas, el accionar se vuelve autoritario.

Igual que los islamistas que se arrogan el derecho a condenar y castigar a quienes se expresen sobre Mahoma de modo que ellos consideran inadecuado. Seguramente, los religiosos actúan convencidos –incluso honestamente convencidos– de que el personaje al que hacen blanco de su "sagrada indignación" es un ser aborrecible y nefasto. Pero eso no implica que semejante pronunciamiento deje de ser lo que es: un acto de censura.
Vargas Llosa. No sólo el dogmatismo religioso produce censuradores que anatemizan y condenan. Lo mismo hace el dogmatismo ideológico y, al hacerlo, igual que el religioso, se pronuncia desde una supuesta superioridad moral. Eso hicieron y hacen los kirchneristas que salieron a denostar a Mario Vargas Llosa.

El escritor peruano suele incurrir en una despectiva insolencia al opinar sobre el Gobierno argentino, y así lo he cuestionado en artículos y comentarios que llevan mi firma.

Criticarle tales pronunciamientos, así como debatir sobre su adhesión ortodoxa al libremercado es parte de una sana confrontación de ideas. Pero la salud empieza a decaer si por cuestionar al matrimonio Kirchner, a Hugo Chávez y al castrismo se pone en duda que deba abrir la Feria del Libro. El escritor Vargas Llosa ganó los más importantes premios literarios; por caso, el Premio Rómulo Gallegos, el Premio Planeta, el Cervantes, el Príncipe de Asturias y el que otorga la Feria del Libro de Francfort, además del Nobel de Literatura y la Legión de Honor, máxima distinción que Francia otorgó en tiempos del socialista François Mitterrand.

Hasta suena absurdo justificar una invitación a alguien con semejante trayectoria. Lo grave no es el debate, que es válido, sino la "sagrada indignación" con que desde el vasto espacio mediático oficialista se sigue descalificando a Vargas Llosa por pensar como piensa, luego de que la Presidenta obligara a enmendar una carta agraviante del titular de la Biblioteca Nacional, Horacio González.

Superioridad moral. Se puede ser muy crítico del neoliberalismo, pero tratar a un defensor de esta posición como si fuera un nazi o un miembro del Ku Klux Klan es sencillamente absurdo. Antes que un ortodoxo libremercado, Vargas Llosa es un exponente del pensamiento liberal. Y es grave que en un país haya que pedir permiso para adherir a ese pensamiento. Es grave que se confunda debatir y confrontar con denostar y condenar mediante descalificaciones agraviantes. Es gravísimo que un dispositivo mediático active lo que podría derivar en otro pogromo, como el que impidió el año pasado terminar sus conferencias a la neurocirujana Hilda Molina y al periodista Gustavo Noriega en la Feria del Libro.

Si Martin Heidegger resucitara y alguien vetara una invitación para que dé un discurso como los que daba en la Universidad de Friburgo, argumentando el vínculo del gran filósofo alemán con el nazismo, posiblemente José Pablo Feinmann rebatiría al censurador con la misma lucidez y profundidad con que describió el pensamiento del autor de Ser y tiempo .

Algo parecido siente el océano de lectores que gozan con la literatura de Vargas Llosa. Pero, más allá de este caso, lo inquietante es la legión de denostadores que, desde medios y programas oficialistas, disparan contra la imagen de "sacrílegos y apóstatas". Denostando y descalificando, alientan la modalidad actual de pogromo en el país. Linchan la imagen pública del enemigo de turno, pronunciándose desde un púlpito inventado.

Al fin de cuentas, igual que en el terreno religioso, el dedo acusador que censura en la política y el pensamiento, siempre hace sus señalamientos desde una autoconcedida superioridad moral.