Sociedad
El cuerpo, un territorio en disputa: ser mujer y madre en zonas fumigadas con agrotóxicos
Los casos van en aumento pero parecerían no querer ser relevados por las autoridades, sino sólo por grupos de vecinos y profesionales independientes.
● La Salud anclada al territorio
Las personas “somos lugares” y somos “en” los lugares que habitamos y nos habitan. Como si se tratara de una banda de Moebius invisible que condensa el ser y el estar, no hay territorio sin sujeto que lo habite, lo perciba y le otorgue existencia, pero tampoco hay vida humana que no esté ligada a un territorio. “Somos” en un territorio. El territorio, al igual que el ambiente, es parte de un contexto donde como sujetos construimos sentidos e identidad propia.
El pensamiento complejo, al modo en que Edgar Morin lo expresa, nos propone considerar este “bucle” como una construcción dialéctica del espacio/territorio y de los sujetos. De este modo, la historia del territorio ha de ser asimismo la historia de sus habitantes, donde culturalmente nuevos sentidos los constituyen subjetivamente y viceversa. Entonces es menester pensar los territorios como parte indisociable de la salud y de la enfermedad, así como de las construcciones y disputas de sentido que sobre estas cuestiones se establecen.
¿Qué le sucede a la salud de las personas cuando se ven expuestas a fumigaciones con agrotóxicos? Estudios e investigaciones muy sólidas (como la llevada adelante por el yafallecido Dr. Andres Carrasco y continuadas por el Dr. Damian Verzeñassi y el Dr. Medardo Ávila Vázquez, entre otros) nos expresan que la mayoría de las sustancias químicas que componen los agroquímicos no tienen un efecto inmediato, sino a mediano y largo plazo.
Incluso el daño que generan es tal a nivel genético que este se expresaría no sólo en nuestros hijos, sino incluso en nuestros nietos, aunque ningunos de ellos vayan a estar expuestos luego a dichas sustancias. Hablar de ecocidio no llega a condensar el nivel de perversión que implica el acto de envenenamiento transgeneracional que este modelo agroindustrial impone como efecto colateral.
De todos los aspectos en los que los agrotóxicos afectan a la salud de las personas quisiera hacer foco en dos de ellos. Uno que me interesa señalar por la relevancia que implica poder abordarlo desde una mirada con perspectiva de género es el que está dado por el impacto que el modelo agroindustrial con uso de agrotóxicos produce en la salud reproductiva, y específicamente, la salud reproductiva de las mujeres. El segundo aspecto se desprende en parte del anterior e implica considerar también el impacto que tiene este modelo de producción agrícola en la salud mental tanto de las mujeres como de sus familias.
● El cuerpo como territorio: agrotóxicos y dificultades reproductivas
Cuando hablamos de territorios, no podemos dejar de pensar en la geografía de los cuerpos y en el cuerpo como un territorio en disputa (más si ese cuerpo es biológicamente femenino). El cuerpo también está plagado de significaciones que lo construyen y constituyen como tal. Abortos espontáneos, infertilidad, esterilidad y dificultades reproductivas de diversa índole, malformaciones congenitas en recién nacidos, cáncer en diversas franjas etareas (con alta incidincia en la infancia), enfermedades endócrinas, son algunas de las afecciones que aumentan año tras año en los habitantes de estas zonas fumigadas.
Los casos van en aumento pero parecerían no querer ser relevados por las autoridades, sino sólo por grupos de vecinos y profesionales independientes que encuentran en el activismo y la concientización un modo de resistencia y también de liberación ante un entramado de poder que los ha convertido en el costo necesario e inevitable de un modelo de muerte.
¿Cómo se transforma la vida de una madre y de su familia cuando le diagnostican leucemia a alguno de sus hijos? ¿Qué siente una mujer, su pareja y su familia cuando hay que enfrentar el diagnóstico prenatal de una patología congénita incompatible con la vida, o una vida con una malformación o enfermedad congénita de base que implican para su hijo dolorosos, costosos y agotadores tratamientos médicos. ¿Puede ser posible afrontar todo esto sin costo para la salud mental?
La fertilidad como capacidad que tienen los cuerpos de los seres vivos para reproducirse ha de ser una categoría relevante cuando de salud se trata. Vale aclarar que además este aspecto de nuestra salud portará distintas incidencias discursivas, ya sean biológicas, psicológicas, sociales e incluso políticas, según si se trata de un cuerpo biológicamente femenino o masculino.
En la mayoría de los casos cuando se habla de fertilidad o infertilidad, la mirada se dirige fundamentalmente a evaluar y diagnosticar la capacidad de las mujeres para poder o no gestar y parir hijos sanos; y en un segundo momento se aborda la posibilidad de que sea el varón quien tenga la dificultad.
En nuestra sociedad, aún hoy, para muchas mujeres ser diagnosticadas con infertilidad o esterilidad puede ser un estigma que se vive con mucho silencio, soledad y culpa, haciéndolas considerarse “falladas”, “poco mujeres”, culpables por no poder dar un hijo para la pareja o “malas madres” por no poder sostener la vida del hijo intraútero.
Estos imaginarios y significaciones con un gran sesgo patriarcal, aunque parecerían anacrónicos, siguen estando muy vigentes y anclados en las subjetividades femeninas, aún hoy en tiempos de auge de los nuevos feminismos. Tal es así que se escuchan con mucha frecuencia en el relato de pacientes mujeres que no pueden lograr un embarazo, o que sufren la pérdida recurrente de los mismos.
Si el cuerpo femenino como territorio está en disputa, entonces las significaciones sobre su salud o enfermedad también lo están. Por ende, no es lo mismo referir que las dificultades reproductivas de una mujer o pareja son producto de la genética que portan, qué decir que esa genética se ha visto alterada, modificada y degradada por las sustancias existentes en el aire, el agua y la tierra del lugar que habitan.
A nivel de responsabilidades y en cuanto al impacto subjetivo, no es lo mismo creer que los hijos mueren en el vientre porque se ha nacido “fallada”, que saber que esto ocurre porque a diario te están envenenando. Y a su vez, las acciones que cada persona asumirá al respecto también serán otras. Tal vez la acción no sea tan sólo acudir a médicos y realizar tratamientos, sino también denunciar y reclamar por su derecho a un ambiente sano.
● Vivir en zonas fumigadas con agrotóxicos: el impacto en la salud mental
Considerando que las personas somos cuerpo y mente, es necesario reafirmar que no hay salud sin salud mental y que una mirada integral de la salud nunca debiera dejar por fuera este aspecto fundamental. Los agrotóxicos son sustancias de altísimo nivel inmunosupresor que además alteran el sistema neuroendocrino generando fallas a nivel hormonal que luego se traducen en abortos espontáneos, o dificuldes para poder gestar o embarazarse.
El impacto psicológico que implica para muchas personas el diagnóstico de infertilidad en general no es tenido en cuenta cuando hablamos del impacto del modelo agroindustrial con uso de agrotóxicos. Y aquí es donde una mirada desde la psicología, y más aún desde la psicología perinatal, tiene mucho para aportar por interesarse en la salud mental materna, centrándose en el acompañamiento a las mujeres o personas gestantes y sus familias durante el proceso de gestación, parto y puerperio, lo que también incluye a personas con dificultades reproductivas o en proceso de duelo por muerte gestacional o perinatal.
Respecto a las dificultades reproductivas, el impacto subjetivo de perder un hijo es una experiencia sumamente dolorosa, con marcas subjetivas muy profundas, indistintamente del tiempo de gestación o de nacido que tenga ese hijo. La importancia de las palabras y su uso en el lenguaje nos demuestran que ese dolor es innombrable. Se llama huérfano a quien ha perdido padre y/o madre, viudo/a a quien a sobrevivido a su cónyuge, pero no hay palabra que nombre, a quienes han perdido un hijo. La pérdida de un hijo en gestación o ya nacido no es algo que se supere, sino algo con lo que se aprende a vivir, lo que implica un proceso de muchísimo gasto de energía psíquica y que en muchos casos requerirá un acompañamiento profesional. Si a esto le agregamos la falta de sostén que viven estas personas, el impacto a nivel emocional es aún mucho mayor.
Las parejas, y principalmente las mujeres que han pasado por esa experiencia, a menudo tienen luego mucho temor de volver a intentar un embarazo, y si esto sucede, los meses de la gestación son vividos con mucho miedo, y cada control médico se convierte en una prueba de vida: a veces es muy difícil lograr hacer que ese tiempo sea “una dulce espera”.
Además, las pérdidas gestacionales y/o dificultades en el embarazo y parto pueden operar como importantes factores de riesgo para el desarrollo de patologías tales como depresión post parto, la cual no remite sin tratamiento psicológico y psiquiátrico. La salud mental de la mujer incidirá también en todo el seno familiar, tanto en el vínculo de pareja como en el vínculo con los otros hijos si los tuviese.
Todo se vuelve aún más complejo, si las dificultades para poder concebir y gestar implican recurrir necesariamente a las técnicas de reproducción humana asistida (TRHA). Cuando las mujeres deben recurrir a las TRHA para poder llegar a la maternidad hay que saber que esto implica métodos que van desde la programación exhaustivamente meticulosa y cronometrada de la vida sexual, hasta periodos de estimulación hormonal para la ovulación, aspiración de óvulos, transferencia de embriones, pérdidas gestacionales, ovodonación e incluso para enfermedades como por ejemplo la endometriosis podría requerir de intervenciones quirúrgicas. Todos estos procedimientos implican una forma muy particular de “poner el cuerpo”.
Y aquí quiero destacar que también hay un aspecto importante a considerar pues, esta “puesta del cuerpo” de las mujeres en los tratamientos de reproducción asistida, no es el mismo para la mujer que para el varón.
Los agrotóxicos no sólo fumigan cuerpos, también fumigan historias, vidas, ilusiones, familias, amigos, compañeros, vecinos, hijos y maternidades. El modelo de producción agroindustrial sojero obliga a los habitantes de estas zonas a “poner el cuerpo” cual carne de cañón de su maquinaria de enriquecimiento. Estos cuerpos gestantes, maternos, paternos, los cuerpos de los hijos por venir, de los hijos ya nacidos, todos esos cuerpos quedan objetivados como otro territorio de posible conquista y arrasamiento.
Pero también estos cuerpos pueden rebelarse, despojarse de una culpa que no es suya y reconocerse en otros cuerpos hermanos, armar lazos de lucha y de sostén colectivo, que les permitan retomar la potestad de sus cuerpos-territorios, alzandolos como testimonio, denuncia, lucha y energía vital que pulsa, siendo cuerpos que avanzan hacia un proceso de deconstrucción/reconstrucción de sus propias producciones de sentido, gestando nuevas posibilidades tanto para ellos como para su comunidad.
Sin dudas, nuevamente, la complejidad es el camino y la guía, pero hay que saber que se trata de una complejidad que no promete en ella completud alguna, sino que encierra en sí la imposibilidad del todo, Morin decía que ”la complejidad es una palabra problema y no una solución”. Habrá entonces que continuar complejizando lo existente, ya no en busca de una respuesta única y salvadora, sino como un artilugio para la vida, a modo de protesta y resistencia a los sentido impuestos por quienes detentan un saber que solo con la lucha de nuestros cuerpos deseantes y colectivamente empoderados le lograremos arrebatar.
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