El "caníbal vegetariano"
El secreto del insólito desafío de devorar a un ser humano vivo frente al público. Conocé esta increíble historia.
Por Enrique Márquez
La historia que contaré está relacionada con una "frustración personal" y que, paradójicamente, recuerdo con una sonrisa. El infortunio se debe a no haber podido experimentar en "carne propia" los efectos de anunciar públicamente un acto de canibalismo.
En el año 2001 trabajaba con el actual director de este medio en su programa radial "Edición Chiche". En setiembre de ese año le propuse llevar a cabo una experiencia "macabra-humorística". Le comenté de qué se trataba y que el único antecedente se remontaba al siglo XIX. El relato lo acompañé con un afiche que había diseñado y que ilustraba el desafío que plantearía: "me comería a un ser humano vivo".
Esta locura le pareció divertida y más aún cuando le conté el desenlace, pero lamentablemente nunca se concretó y, probablemente, temiendo de su parte alguna consecuencia indeseable.
Origen del gran fiasco
En mi biblioteca atesoro la edición en castellano de "Confidences d'un prestidigitateur" (1859), libro escrito por el gran ilusionista francés Jean Eugène Robert-Houdin (1805-1871).
En uno de los primeros capítulos, Robert-Houdin comienza a describir a uno de los tantos integrantes de los que él denominaba "la gran familia de los charlatanes". Durante una estadía en Angers (Francia), le llamó especialmente la atención un prestidigitador no muy hábil pero que "tenía facilidad para excitar la curiosidad del público".
"La encarnación del charlatanismo"
Así lo definió Robert-Houdin al señor Castelli, un normando que fingía ser italiano y todos los días anunciaba un nuevo prodigio en gigantescos carteles. Pero, en realidad, era "una decepción y la mayor parte de las veces un chasco dado a los espectadores" que, finalmente, le reportaban buen dinero.
Entre esos varios anuncios, hubo uno en especial que resultó sumamente atractivo y, despertando el morbo de la gente, la oferta superó las expectativas del propio protagonista con una afluencia inusual de público que llegó a pagar el doble por la entrada a su espectáculo.
Sin duda la propuesta era muy audaz: Castelli se comería a un hombre vivo frente a todos los espectadores. En caso de no cumplir con su promesa, el dinero recaudado sería destinado a obras de beneficencia. Había un detalle de máxima importancia y que garantizaba la imposibilidad de cualquier tipo de engaño: para que nadie sospeche que podría recurrir a un compadre, Castelli ofrecía realizar la prueba con una persona del público. Más garantías, imposible.
Show antropofágico
Llegó el gran momento y, como cierre del espectáculo, Castelli invitó a subir al escenario a alguna persona del público que deseara participar de la experiencia. De inmediato se ofrecieron dos caballeros.
Uno de los espectadores era "alto, seco y huesudo, de tez amarilla y biliosa", mientras que el otro, y en pleno contraste, se caracterizaba por ser "mofletudo, de tez rosada y que parecía nacido exprofeso para servir de pasto a un epicúreo caníbal", recuerda Robert-Houdin.
El primero, y entre bromas festejadas por el público, fue descartado por no apto para satisfacer el gran apetito del caníbal Castelli.
Al regordete le preguntó si aceptaba ser comido vivo. La respuesta afirmativa no se hizo esperar: "Sí, señor, consiento; con tanto más motivo, porque tan sólo he venido con ese objeto".
La mesa está servida
De inmediato el mago tomó un gran salero y comenzó a sazonar al espectador. La víctima se intranquilizó pero, no obstante, obedeció la última orden: "poneos de rodillas y poned las manos encima de la cabeza en forma de pararrayos...". Luego Castelli le recomendó encomendarse a Dios para poder iniciar su festín.
Después de volver a confirmar la buena disposición de la persona para ser devorada, Castelli comenzó a morderle enérgicamente los dedos de la mano. El pobre hombre se quejó respetuosamente y exclamó: "¡Caramba! Señor mío, poned cuidado, que me hacéis mucho daño". Y, poniendo cara de sorprendido, Castelli le replicó: "¡Cómo! ¿Os hago daño? ¿Qué diréis, pues, cuando llegue a la cabeza? Es una niñada que gritéis de esa manera al primer bocado. Vamos, sed razonable y dejadme continuar"; mientras le obligaba a mantenerse arrodillado oprimiéndole los hombros.
Con mucho esfuerzo y quejándose a los gritos, el hombre-alimento salió disparado del escenario mientras el público rompía a carcajadas. El cierre no podía ser más maravilloso cuando Castelli se excusó con las siguientes palabras: "Señores, me veo sorprendido y al mismo tiempo contrariado por la huída de este individuo, que no ha tenido el valor de dejarse comer. Si hay alguno que quiera reemplazarle, lejos de retroceder en el cumplimiento de mi promesa, me encuentro en tan feliz disposición, que me comprometo a comerme no sólo al primer espectador que se presente, repetir con otro y después otro, y para hacerme digno de vuestros aplausos a devorar toda la concurrencia" [Robert-Houdin, J. E. (1894) Confidencias de un prestidigitador. Edit. Pascual Aguilar, Valencia, Tomo I, Cap. 4, pp. 84-91].
Aplausos, todos felices, fin del espectáculo y una gran recaudación.