El camino para pulverizar la inflación y bajar la pobreza
Por Manuel Adorni. Por estos tiempos la mirada de la sociedad argentina está puesta en sus históricos conflictos sin resolver: la inflación, el dólar y su futuro político.
En materia de inflación, lo que el mundo ha resuelto, claramente nosotros no. El mundo ha prácticamente pulverizado la inflación y ya no discute sus causas (menos aún sus oscuras consecuencias). Incluso en Argentina hemos tenido períodos de inflación cercana a cero (durante la década del noventa), y a pesar de ello no nos convencemos y seguimos debatiéndonos acerca de cómo resolver los problemas de precios. Aún confiamos en el éxito que tendríamos logrando un gran acuerdo económico y social, en poner dinero en el bolsillo de la gente o en obligar a comerciantes a desprenderse de sus productos a determinado precio, mientras que el mundo que ha logrado no solo eliminar la inflación sino crecer y bajar estrepitosamente los niveles de pobreza e indigencia, fue por el camino opuesto a estos delirios locales.
La fascinación del ciudadano argentino medio por el billete verde tiene un claro componente empírico: durante poco más de medio siglo nos hemos encargado de destrozar la moneda nacional. Atravesando cinco signos monetarios y habiéndole quitado trece ceros a nuestra moneda en tan corto período de tiempo, no solo hemos sufrido hiperinflaciones y pérdidas constantes del poder adquisitivo, sino que hemos estafado a todos y cada uno de los que a través del tiempo por algún descuido, creyeron en la moneda local. Nadie puede juzgar a quienes por un instante se detengan a mirar la Argentina de ayer: nadie quiere volver a perder. El refugio es una cuestión de supervivencia que surge naturalmente y en Argentina (en materia monetaria) eso tienen un nombre: dólar estadounidense. Argentina es un país extraño donde a pesar de todo el desastre monetario que hemos construido a través de décadas, creemos que lo que aumenta su valor es el dólar, cuando en realidad lo que pierde valor es nuestro devaluado Peso.
En materia política también hemos pecado, y lo seguimos haciendo. Por un lado, creemos que todo se soluciona en el sillón presidencial con la firma de algún decreto de corte populista. Aún creemos en vivir con lo nuestro, en la fuga de capitales y en que el mundo es malo y perjudicial. Incluso cada cuatro años nos debatimos en las urnas entre caminar un sendero capitalista (y en la realidad nunca lograrlo) o caminar uno socialista (y luego quejarnos de sus consecuencias). Mientras que el mundo ha decidido hacia donde quiere ir, aquí todavía lo seguimos debatiendo.
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