El cable ultrasecreto sobre Cristina
Yo tengo mi teoría sobre cómo llegaron a WikiLeaks los 250.000 cables del Departamento de Estado. Las versiones que están circulando dicen que fue obra de un hacker, o de la CIA, o de una suerte de división cibernética de Al-Qaeda. No estoy de acuerdo.
Yo tengo mi teoría sobre cómo llegaron a WikiLeaks los 250.000 cables del Departamento de Estado. Las versiones que están circulando dicen que fue obra de un hacker, o de la CIA, o de una suerte de división cibernética de Al-Qaeda. No estoy de acuerdo. Los que difundieron los cables fueron los propios diplomáticos norteamericanos, hartos de estar años y años escribiendo informes que nadie leía. Fue como una revolución de las bases, un movimiento surgido de las propias entrañas de las embajadas.
En rigor, lo mío no es una teoría: es información pura y dura. Fuentes de la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires me revelaron que allí viven redactando cables con información ultraconfidencial sobre todos los grandes temas de la Argentina sin que en Washington se den por enterados. "Es muy frustrante: jamás en la vida tenemos un «OK», un «recibido», un «conforme» y, mucho menos, una devolución", contó uno de los miembros de la misión. Y añadió: "Tanto nos ignoran que los medios han publicado todas las preguntas que nos hizo Hillary Clinton respecto de los Kirchner, pero no se ha dicho una sola palabra de nuestras respuestas".
Vaya, qué interesante. Le pregunté entonces a mi fuente qué habían contestado a la inquietud de la secretaria de Estado sobre la salud mental de Cristina Kirchner, sobre si tomaba medicación y sobre cómo manejaba su ansiedad. El informante, feliz de que por fin alguien se interesara en su trabajo, me contó línea por línea lo que decía el perfil de la Presidenta hecho por los profesionales de la embajada, del que hasta ahora no había trascendido nada.
En primer lugar, el cable estaba titulado "En Cristina, todo es armonía". Y sostenía esa afirmación con un reguero de pruebas: la Presidenta pronuncia dos o tres discursos por día y su palabra es envidiablemente fresca, creativa, florida, llena de interesantes reflexiones sobre el pasado y de promesas para el futuro; considera una pérdida de tiempo reunirse con su gabinete, negociar con la oposición y atender a la prensa, actividades que, como todo el mundo sabe, en una democracia no tienen importancia alguna; viaja por el país y por el mundo y su relato es el mismo cuando se dirige a los desposeídos del conurbano o a los capitalistas de Wall Street; tiene una extraordinaria paciencia para soportar a funcionarios que no contribuyen nada con las investigaciones de organismos internacionales sobre vinculaciones de la Argentina con narcotráfico y lavado de dinero; afronta con absoluto donaire el hablar una y otra vez de la redistribución de la riqueza siendo, como es, una mujer rica, riquísima, una muy buena capitalista; ama a Chávez y ama sacarse una foto con Obama; ama el indigenismo de Evo Morales y las líneas puras de Louis Vuitton; ama los helicópteros, los aviones y los trenes bala; ama la diplomacia formal y las embajadas paralelas; ama los medios periodísticos del Gobierno y no ama tanto a los independientes; odia la inflación y, como la odia, ama el Indec de Moreno; odia a los menemistas y a los duhaldistas, y ama a los kirchneristas que antes fueron de Menem y de Duhalde; odia el mercado y ama que el FMI la ayude a volver a los mercados.
El informe de la embajada decía que no le constaba que la señora consumiera medicación, salvo una Hepatalgina después de cierto raid por restaurantes de Nueva York, y que, vista su cuidada administración de los horarios destinados a recreación, descanso y estética, no presentaba el perfil típico de las personas presas de la ansiedad.
El cable, que incluía también interesantísimas consideraciones sobre los atributos de los principales colaboradores de la Presidenta (la versatilidad de Aníbal Fernández, el oficio diplomático de Héctor Timerman, la coraza de teflón de Julio De Vido, la impronta liberal/progresista de Amado Boudou, la simpática levedad de Florencio Randazzo), terminaba con una afirmación que, probablemente, fue escrita con absoluta ignorancia de su significado histórico y sin otra intencionalidad que rematar el documento con un giro de color local. "El Departamento de Estado -decía- puede estar muy tranquilo. Aquí, en la Argentina de los Kirchner, la casa está en orden."