El bicentenario de Liszt
*Por Monseñor Héctor Aguer. Mañana se cumplen doscientos años del nacimiento de Franz Liszt, el gran compositor húngaro que representa la encarnación cabal, en el ámbito de la música, de la gloria y los defectos del romanticismo.
Educado en la práctica religiosa propia de una familia católica, desde niño experimentó una inclinación espontánea a la devoción y en sus años adolescentes pensó abrazar el sacerdocio.
Con el tiempo se fue manifestando una personalidad rica, compleja, en muchos aspectos contradictoria. Su fe católica fue subjetivamente indiscutible, aunque en su configuración objetiva mezclaba un idealismo espiritual con aspiraciones místicas y los toques de naturalismo y humanitarismo que caracterizaron a la síntesis religiosa y cultural del período romántico. Su sincera adhesión a Roma y al Papa iba acompañada de simpatía por las ideas liberales y las de cierto socialismo retórico.
Mañana a las 20, en la Catedral platense, se realizará un homenaje al compositor Franz Liszt, a doscientos años de su nacimiento.
Su biografía es una novela. Niño prodigio, ofreció su primer concierto público a los 9 años y dejó entrever ya entonces las condiciones que le permitirían conquistar con su virtuosismo pianístico las principales ciudades de Europa. Reinó sucesivamente en París, Weimar y Roma. Su vitalidad, su calidad de viajero incansable, su sociabilidad, lo convirtieron en un personaje público; el desorden inocultable de su vida afectiva causó escándalo a muchos y a los más cercanos resultó risible por el clima de sentimentalismo pseudo-místico que lo revestía.
Fue Liszt un hombre bondadoso, de gran generosidad para con sus colegas; ayudó especialmente a Wagner, a Berlioz, a Albéniz y a los compositores rusos contemporáneos. Elevó el piano a la categoría de símbolo de la música de su época; a él le sirvió como instrumento óptimo para representar paisajes, lecturas, acontecimientos históricos, obras pictóricas, ideas filosóficas y sentimientos religiosos. Su catálogo reúne más de 600 composiciones para piano solo: además de las originales suyas, las transcripciones y paráfrasis de obras ajenas; al esfuerzo personal corresponde un desarrollo técnico impresionante.
MUSICA DE IGLESIA
Liszt, que admiraba profundamente a Bach y al órgano, se propuso renovar y engrandecer la música de iglesia. De hecho, se destaca entre los compositores de su siglo por la dedicación puesta en ese campo. Su primer trabajo, cuando era todavía un niño, alumno de Salieri, fue un Tantum ergo, hoy perdido. Durante toda su vida compuso obras religiosas: misas, oratorios, varias versiones del Padrenuestro y de Avemaría, salmos, Te Deum, Via Crucis y un largo etcétera que incluye algunas composiciones para piano solo. En su aporte al género misa -género en el cual se juega la aptitud propiamente litúrgica- se pueden advertir las oscilaciones de su programa: hacia 1834 pensaba que se debía unir el teatro y la iglesia; treinta años más tarde, la reforma tendría que adoptar como base exclusiva el canto gregoriano. Sus tempranos fervores le inspiraron críticas de este tenor: "¿Oyen ustedes ese mugido estúpido que resuena bajo las bóvedas de las catedrales? ¿Qué es eso?
Es el canto de alabanza y bendición que la esposa mística dirige a Jesucristo -es la salmodia bárbara, pesada, innoble de los cantores de parroquia... y el órgano, ese papa de los instrumentos, ese océano místico que antes bañaba majestuosamente el altar de Cristo: ¿lo oyen ahora prostituyéndose en aires de vodevil?" (¡Qué diría ahora de la música ratonil que ha invadido en tantos lugares la liturgia!). Él conservó ese fervor toda su vida, y confesó que ya que la tarea lo tentaba singularmente haría todo lo posible por cumplirla.
La realización más avanzada de su proyecto fue la Missa Choralis, compuesta en 1865 en la Villa d'Este, el mismo año en que para sorpresa de todos entró en el estado eclesiástico y recibió las órdenes menores. Se la ofreció al Papa Pío IX como homenaje en el décimo octavo centenario de la Santa Sede. Es ésta una obra de admirable sobriedad. Liszt renuncia a toda pretensión teatral y al uso de la orquesta; sólo el órgano sostiene las voces de un coro mixto; evita los cromatismos propios del estilo romántico y da plena cabida a la tradición del canto llano. La obra toda tiene un carácter contemplativo: el Gloria, más que un himno triunfal es una serena alabanza al misterio de Dios; en el Credo se manifiesta la voluntad de afirmar la fe en cada una de las verdades católicas expresadas en el texto; los acentos místicos asoman sobre todo en el Sanctus; el Agnus Dei canta la unión del creyente a la pasión de Cristo, en gratitud por el sacrificio de la redención. El "Dona nobis pacem" con el que se cierra la obra, y que retoma el tema del Kyrie inicial, inunda al oyente de una paz celestial.
Mañana, sábado 22 de octubre, en la misa de las 20 horas que celebraré en nuestra catedral platense, escucharemos esta obra, ofrecida como homenaje, agradecimiento y sufragio a su autor.