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El arte nuevo de hacer campañas

Menos por menos, igual a más. Tanto el Gobierno como la oposición parecen apostar por una campaña con muy bajos decibeles. Se reconfiguran las cifras del 11A y surgen nuevos nombres. Reclamos en Nueva York.

Acaso porque han llegado a la edad de la razón o porque aprendieron la lección de las PASO, Mauricio Macri y Alberto Fernández pusieron en consideración la idea de avanzar hacia el 27 de octubre con una campaña sin campaña. Este domingo estalla con el arranque del proselitismo audiovisual, el tramo más estridente y cansador de cualquier campaña, y el oficialismo de Juntos por el Cambio lo hace con un spot sin la imagen del presidente. En el comando del Frente de Todos se ufanaban en las últimas horas de que tenían listo un solo spot. Los convenció la idea prosaica, pero admitida por pocos, de que el 11 de agosto el oficialismo sacó un porcentaje de votos que repitió los apoyos de las PASO de 2015, y que el peronismo unido se acercó a los mismos números de la suma de Scioli+Massa de aquel año. El apoyo a las grandes tendencias del voto no se modificó pese a que pasaron 4 años de gestión macrista, y otros 4 años de desgaste de una oposición arrinconada, por el desprestigio que heredó de las presidencias Kirchner. Tampoco esos apoyos fueron tocados por el énfasis de las costosas campañas de publicidad. Esto convierte a las elecciones del 27 de octubre en un primer round para el cual hay que tener una nueva estrategia en las dos fuerzas: Lope de Vega justificó su poema preceptivo “Arte nuevo de hacer comedias”, esa joya del Siglo de Oro español, en la intención de apostar por situaciones más cercanas al pueblo, y con un toque más popular. Como buscan ahora Macri y Alberto.

Fantasías: Alberto simula que ya está gobernando

El responsable de esas manualidades me confesó que hasta pensaron en no hacer directamente campaña, si es que mostrarlo a Alberto viajando en modo estadista por el universo mundo, y con Cristina amordazada, les reditúa en imagen. El reproche se suma a la observación de propios y extraños, de que cualquier cosa que diga Alberto puede producir marejadas, poner el agua al nivel del cuello, y convertirlo de bombero en incendiario. Como si un candidato estuviera forzado a no hacer campaña, Macri tiene la misma presión. Abundan quienes le reclaman que sea más presidente que candidato, como si un rol pudiera diferenciarse del otro en las vísperas del final de su primer mandato, que puede ser el único. Alberto lo entiende y simula que es ya un gobernante en gestión, con el solo recurso del espejismo de los números del 11 de agosto. Recibe a gobernadores y hasta representantes de organismos internacionales como el presidente del BID, con quien negocia compromisos de un futuro que, como todo futuro, es tan irreal como la eternidad (Octavio Paz dixit). En esas reuniones con gobernadores lo acompaña una carpetita con los compromisos que firmó con cada uno de ellos, en la previa del acto de cierre de la campaña para las PASO, en Rosario. Le había pedido a cada gobernador del peronismo que le hiciera una minuta con los 5 proyectos que le pediría a un hipotético presidente amigo, es decir él. Firmó esos compromisos con cada uno y los discute y desmenuza en las reuniones que tiene con ellos, cuando lo visitan en sus oficinas de la Capital, o en el restorán de la esquina del búnker de la calle México en donde almorzó, por ejemplo esta semana, con Sergio Uñac.

Otra generación dorada, como en 2007

En el ciclo de reuniones de presidente de fantasía, se filtran algunas conclusiones que son anuncios de futuro. Por ejemplo, que su gabinete estará integrado por gente joven, nueva en el ruedo y que ninguno que fue antes ministro volverá a serlo. Es la misma idea que le impuso en 2007 al primer gabinete de Cristina de Kirchner, y que ella y Néstor le admitieron en parte, con nombres como los de Federico Randazzo, Martín Lousteau o Graciela Ocaña. No duró mucho esa experiencia, que fue un veranito de poco éxito porque se los fagocitó el lote de los veteranos heredados de la gestión de Néstor. Se salva en esas filtraciones el nombre de Felipe Solá, que se mueve como un canciller in pectore. Es cierto que conserva un élan juvenil, que ya prescribió en él el recuerdo de haber sido ministro —lo fue de asuntos agrarios de Antonio Cafiero en 1987— y que estuvo en los proyectos de Néstor como embajador en Francia, cargo que rechazó.

Mendoza, bisagra de todas las ambiciones

La reticencia a hacer campaña va en línea con el temor del peronismo a arruinar, con algún tropezón, la chance que le da la aritmética del 11 de agosto. Esta es la campaña del gol en contra y puede resultar ganador quien menos se equivoque. Pero hay objetivos superiores, como dar batalla en el campo principal de confrontación, que es hoy Mendoza. La elección de gobernador de esa provincia es la bisagra de esta campaña. Para el oficialismo es clave ganarla, porque será la muestra de que sostiene el respaldo de su público en una plaza en la que perdieron en las primarias Macri y Alfredo Cornejo. Si pierden, es un retroceso de prestigio difícil de recuperar. Para el peronismo, ganarle al distrito del presidente de la UCR, socio principal de Juntos por el Cambio, es bingo. Por lo menos perder por poco. Es explicable la confrontación de estrategias. Para el peronismo, la nacionalización extrema de esas elecciones. Para Cambiemos, provincialización al mango. Por eso este martes Alberto Fernández estará en Mendoza con un lote de más de 10 gobernadores del peronismo para repetir la foto de Rosario. En cambio, no se verá a ninguna de las estrellas del oficialismo nacional, y menos a Macri, por la tierra del buen sol, el buen vino y las mujeres hermosas, según una leyenda de la publicidad turística de antaño. Todos tienen pronósticos pero los ocultan: las encuestas tardarán mucho en recuperar prestigio.

Raid a la ONU y cumbre con todos los candidatos en Olivos

Macri estará el mismo martes 24 en el techo del mundo, para un raid de estadismo criollo: almuerzo con Antonio Guterres y una miríada de jefes de Estado en la ONU, cóctel con Trump y discurso ante la Asamblea General. Rapidísimo viaje de un día junto a Jorge Faurie y Fulvio Pompeo, y regreso a las apuradas. Tiene comprometida para el día siguiente una gran foto con todos los candidatos a legisladores nacionales de todo el país en Olivos. Estarán también quienes buscan reelegir en Buenos Aires y CABA, para poner en marcha ese plan de las 30 visitas a ciudades de todo el país, que se hace bajo el lema de la “cercanía”. Esta palabreja aparece en todos los formatos de la campaña oficial como si los números del 11 de agosto connotasen lejanía. En esas elecciones no hubo competencia de partidos entre sí, algo que recién ocurrirá en octubre. Esta será la situación de voto real, que es cuando el público opta dentro de una oferta cerrada de candidatos. No como en las PASO, en las que los partidos manifiestan sus adhesiones, pero no compiten con el resto. Es como si en las primarias de EE.UU. los analistas hubieran sumado los votos de Trump y los de Hillary Clinton en las primarias. Acá se hizo porque son obligatorias y el mismo día. En Estados Unidos son en fechas separadas, el voto es voluntario y se eligen compromisarios en un sistema de representación indirecta. Pero tomarlo como una encuesta, como ha hecho aquí con picardía la oposición, para sacar ventaja dialéctica, es una fantasía. Esa visión de la oposición es otro acierto táctico, como haber ido a las PASO y a las generales uniendo a todas las tribus, aunque fuera al costo de postergar la ambición de sus principales dirigentes—los gobernadores, los jefes territoriales de Buenos Aires como Fernando Espinoza y Verónica Magario, y aun a la propia Cristina. En el debate interno del Gobierno, avanza esta nueva percepción de lo que fueron las elecciones. Bajan las acciones del sector derrotista que llora el “palazo”, y crece el cuarteto real que pide campaña a destajo —Miguel Pichetto, Elisa Carrió, Mario Negri y ahora el propio Macri.

Manhattan también tiene una justicia a la carta

​Macri tiene una misión de adelantados en Estados Unidos: los abogados Bernardo Saravia Frías —procurador del Tesoro— y el asesor presidencial Fabián Rodríguez Simón. Viajaron de urgencia a Nueva York para presentar este lunes un pedido de revocatoria de la decisión de la jueza de la demanda, Loretta Preska, —por la expropiación de las acciones de Repsol en YPF—, de postergar el juicio hasta que se conozca el resultado de las elecciones. Dicho así parece parte de una conspiración internacional contra el mandato Macri. Esperaban que los mercados aguardasen resultados electorales para invertir (2017) o para soltar una moneda (el FMI este año). Pero que la Justicia haga depender el trámite de un juicio por una incertidumbre electoral parece exagerado. Los navegantes de aguas profundas del Gobierno, que manejan los secretos y maniobras incansables fuera de la luz pública, presumen de tener localizados a una treintena de analistas financieros, que siguen el caso argentino para los bancos y fondos de inversión. Ese lote —que integran nombres recopilados por “Toto” Caputo y Santiago Bausili, baquianos en el mundo financiero de esas comarcas neoyorquinas— toma decisiones leyendo noticias de la Argentina, y recomiendan entrar o salir, premiar o castigar según lo que leen. Muchos de los gestos del Gobierno tienen como público a ese grupo de consejeros. Para ellos se hizo el llamado a Miguel Pichetto a integrar la fórmula presidencial, porque en abril pasado los había sorprendido con una defensa del Gobierno y de la figura de Macri ante el escenario neoyorquino, de una convicción y una credibilidad que no tenían los funcionarios oficiales. La seguridad y la confianza en Pichetto fue lo que motivó el vuelco de las expectativas y generó la burbuja de optimismo que estalló con la aritmética del 11 de agosto. Apostaron a la Argentina y perdieron millones.

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