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El ajuste le toca a Aerolíneas

*Por Ricardo Roa. La conducción de Aerolíneas Argentinas lleva tres años y medio y ya consumió pérdidas por más de US$ 2.200 millones . Una montaña de plata financiada por el Estado y que equivale al valor de una compañía exitosa como Gol, que tiene 120 aviones.

Como si nada hubiera pasado, el Gobierno ratificó ayer a su cúpula. Pero no puede ocultar el descalabro: anunció un ajuste que implicará, entre otras cosas, anular vuelos internacionales, dar de baja aviones y aumentar la productividad de los pilotos.

Admitir la realidad nunca está de más. El punto es que el Gobierno la reconoce en los hechos, no en las palabras.

Según el ministro De Vido, "vamos a seguir haciéndonos cargo de Aerolíneas sin dar un paso atrás" ¿Qué relación hay entre no dar un paso atrás y renunciar a rutas y sacarse aviones de encima? También dijo, en tono épico: "El pueblo argentino necesita tener una compañía sana, productiva y rentable". A confesión de partes, relevo de pruebas: Aerolíneas no reúne, hasta ahora, ninguna de esas tres condiciones.

Recalde, el presidente de la empresa, nunca había admitido semejante cosa. Al contrario, aseguró que AA era rentable y al mismo tiempo que iba a equilibrar las cuentas y reforzar los destinos al exterior . Ayer pegó una vuelta en el aire: reconoció que este año las pérdidas serán, por lo menos, iguales a las del 2010.

También había dicho que no existían conflictos con los sindicatos pero militarizaron a los controladores, fueron a la Justicia para sacarle la personería gremial a los técnicos y quieren cambiarle ahora el régimen laboral a los pilotos, para que trabajen más horas aunque habrá menos aviones.

Menos mal que todo andaba bien.

El dato político es que la Presidenta decidió no soltarle la mano a Recalde ni a sus compañeros de La Cámpora a cargo de la empresa. Y alineó a De Vido y al secretario Schiavi, que mantienen una vieja interna con ellos.

Después de tres años y medio, todos hablan como si la película recién hubiera empezado y llegaran para corregir una crisis provocada por otros.

Demasiada pretensión.