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El ajedrez de los cambios entre temores y pulseadas

*Por Pablo Ibáñez. A una semana de la primera muerte en Soldati, Cristina de Kirchner bendecirá este atardecer a Nilda Garré como ministra de Seguridad. Fulminará, con ese giro, un rasgo prototípico del septenio K en el que, como escudo, casi no se habló del factor inseguridad.

Al montar un ministerio específico -el cuarto de la era cristinista: antes creó Turismo, Agricultura y Ciencia y Tecnología- desintegra un mecanismo de protección, exitoso a medias, que usó el dispositivo K para desligarse de la recurrente crisis delictual.

Néstor Kirchner, a semanas de su muerte, había dado indicios de ese movimiento y lo hizo del modo más brutal: reprochó, en público, a Daniel Scioli -aquella frase sobre las manos atadas- y sembró una crisis en el peronismo que sólo se amansó con su fallecimiento, el 26 de octubre.

Forzada por los incidentes de Soldati, la Presidente decidió darle volumen a aquella idea y, en simultáneo, enviar un mensaje preciso: en el primer conflicto grave, sin Kirchner monitoreando desde Olivos, Cristina de Kirchner quiso transmitir que el eje del poder está, incompartido, en sus manos.

Aníbal F. fue le víctima, quizá propiciatoria. El jefe de Gabinete había, unas semanas antes, desafiado a la Presidente cuando refutó de mala manera a Amado Boudou por la inflación mientras el ministro de Economía estaba en Seúl escoltando a la mandataria.

Aquel episodio instaló hielo en el vínculo. Se vio en las conversaciones, de estos días, con Mauricio Macri en Casa Rosada: la negociación la encabezaba Fernández pero la Presidente intervenía, en contacto telefónico, a través del ministro del interior Florencio Randazzo.

Decidido a resistir, aunque golpeado por la entronización de Garré, ayer el jefe de Gabinete no aflojó en sus desprecios. Destrató a la futura ministra de Seguridad y hasta alardeó, con cierto relajo, que «está bien» cualquier designación que disponga la Presidente.

El quilmeño opera sobre un supuesto: cree que no hay, en el horizonte cercano, riesgos de que la Presidente decida moverlo de la Jefatura de Gabinete. Es una certeza viscosa que, anoche, tras el acuerdo con Macri por el Indoamericano pareció ganar solidez.

El estallido de Soldati, con sus réplicas menores, instaló en el Gobierno un temor que habían archivado para después del verano. El imaginario K era que el repunte, explosivo, de la imagen de Cristina de Kirchner recién comenzaría a amesetarse en marzo o abril.

Antes de la ocupación y las muertes, la Presidente oscilaba -según las encuestadoras- entre el 40% y el 56% de intención de votos. Todas registran un alza en la imagen positiva, una caída en la negativa y una suba de entre 10 y 16 puntos en acompañamiento electoral.

El alerta en Casa Rosada es que ese proceso se acelere y antes de fin de año comience el «descreme» de esos números mágicos. En rigor, el dato a determinar es si el crecimiento en los sondeos es producto de una burbuja -parece ya haber tocado el «techo»- o si es una escalera que instala un nuevo piso electoral para el esquema K.

Ese dilema fue el que decidió a la Presidente a propiciar un acuerdo en el caso Soldati. Si el conflicto se estiraba, el riesgo de que la crisis empiece a perforar sería cada día mayor. Atenta a eso, Cristina de Kirchner aceptó un modelo de solución que dista mucho de lo que sostenía cinco días atrás.

Sobrevoló otra preocupación. En Villa Lugano, la toma del club Albariño, territorio federal, amagó con generar una ola de ocupaciones en propiedades que administra el ONABE o depende del ferrocarril. En ese caso, el problema sería enteramente propio.

Julio De Vido, bajo cuya área están esas tierras, maniobró entre la decisión de reclamar un desalojo o montar un costoso operativo de custodia de esos inmuebles que, además, tienen un atractivo particular: están ubicados, en muchos casos, en zonas de alto valor comercial.

Ese episodio aguó los festejos de De Vido por el golpe contra Aníbal Fernández. No son días afables en la pingüinera: la llegada de un sureño, Arturo Puricelli, a Defensa, supone un avance global del «scrum» santacruceño, pero la convivencia interna está dañada.

En medio de esas pulseadas, urgida a abortar una secuencia inmanejable de ocupaciones, la Presidente manoteó el libreto que usó en 2005 cuando se fracturó, de manera irreversible, la alianza con Eduardo Duhalde que le había permitido a su marido llegar a la presidencia.

«Esto no se desmadró; se apadrinó», dijo, ayer, desde José C. Paz la Presidente para alimentar la imputación oficial de que Eduardo Duhalde estuvo, como ideólogo, detrás de las tomas. A media tarde era una ráfaga belicosa; unas horas después, tras el acuerdo con Macri, apenas una anécdota.