El agua de la decadencia
Un verano desusadamente caluroso está llevando a extremos riesgosos para la salud de los cordobeses el problema del estrés hídrico.
El 12 de abril de 1890 se inauguraba el dique San Roque, que con su capacidad de embalse de 250 millones de metros cúbicos fue por entonces la mayor obra de ingeniería hidráulica del mundo. Se tardó sólo tres años en construirlo. La obra estaba destinada, fundamentalmente, a proveer de agua potable a la población de la ciudad de Córdoba y al riego de cultivos en su cuenca. Un siglo más tarde, el llamado "estrés hídrico" de la ciudad comienza a tornarse dramático, no solamente para la ciudad, que, según la tendencia planetaria, se expandió mayoritariamente hacia su noroeste, sino también para los centros urbanos que en esa centuria surgieron y se desarrollaron vigorosamente.
Por cierto, desde 1890 se realizaron otros complejos hídricos en el territorio provincial, cuya disponibilidad de cursos naturales de agua es reducida. Una de las fórmulas encontradas para solucionar, o en gran parte atenuar, el constante aumento de la demanda fue la construcción del canal Los Molinos-Córdoba. Un proyecto que retrata con doliente realismo las bajas capacidades de talento para afrontar los desafíos y de medios para concretarlo.
El tendido del canal se arrastró a lo largo de lustros y décadas (hasta se debieron construir dos veces los sectores más complejos). En todo sentido, un pueblo capaz de hacer la mayor obra de ingeniería hidráulica del mundo desnudaba la decadencia de su clase dirigente. El canal Los Molinos-Córdoba es hoy uno de los monumentos más largos del mundo: un monumento de 64 kilómetros de extensión a la mediocridad de su voluntad de progreso y a su adicción a la fuga de la realidad.
El canal Los Molinos-Córdoba no solucionó los problemas del abastecimiento de agua al 29 por ciento de la población de la Capital y del regadío a la parte más importante de su cinturón verde. Se ha transformado en un problema en sí mismo. Las deficiencias de su construcción, plagada de grietas, y la evaporación han reducido su caudal a menos de tres metros cúbicos por segundo (fue diseñado para transportar entre siete y ocho metros cúbicos, un 160 por ciento más). Y a ello se agrega la impune contaminación con pesticidas, un problema que el Gobierno provincial y la empresa prestataria del servicio no reconocen. Pero los cultivos de soja llegan a menos de tres metros de distancia del agua, y las fumigaciones aéreas y en tierra se propagan al canal.
Por esa agua insuficiente y contaminada, los cordobeses pagan la tarifa más cara del país. Y ahora se habla de traer el agua desde el Paraná. Probablemente se venda entonces en botellas de 250 centímetros cúbicos.