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Educar es educar en valores

*Por Eduardo Escalante. Para que los jóvenes adquieran conocimientos es preciso que los mismos estén insertos en un marco valorativo, ética y moralmente significativos. De tales cuestiones se ocupa esta nota.

Para estudiar cómo se desarrolla el juicio moral en los niños, Piaget observa el juego infantil en diferentes edades y con ello determina cómo van construyendo las reglas o normas de juego; también propone situaciones morales dilemáticas, cercanas a sus experiencias cotidianas y observa la evolución de las respuestas en la solución de los dilemas.

Una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones. Decimos entonces, por ejemplo, que tiene carácter y buena índole. La moral forma parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas que se expresan por costumbres, hábitos y valores aceptados. Una persona es moral cuando obra conforme a las costumbres y valores establecidos que, eventualmente, pueden ser cuestionados por la ética. Una persona puede ser moral (sigue las costumbres) pero no necesariamente ética (obedece a principios).

El papel del conocimiento moral, en cuanto conocimiento de los valores, implica una unión indisoluble con la experiencia de los valores mismos. Un simple incremento de saber puro no produce necesariamente una auténtica madurez de conciencia. Se requiere que los conocimientos nuevos impacten la conciencia de la persona particular o de la sociedad, de modo que se capte el nuevo valor y quede transformada por él; sólo entonces esta conciencia moral llega a la verdadera norma y se siente vinculada a ella.

Lo cual quiere decir que no es puramente un tema cognitivo conceptual: No es suficiente saber en abstracto qué es el bien y qué es el mal (quizá en términos de prohibición-mandato) para sentirse de verdad vinculados en conciencia a este saber.

Pero esto significa un desarrollo progresivo y gradual de la formación de la conciencia y de toda la experiencia moral; el paso del saber conceptual, más fácil de transmitir, al saber valorativo, que se alcanza sólo a través de una cierta experiencia del que se educa, puede ser sólo resultado de un proceso de maduración gradual, con ritmos muy diversos según las personas.

Esto tiene importantes consecuencias a nivel educativo. Se devalúa toda apelación al voluntarismo y toda forma de educación planteada sobre objetivos de inhibición, disciplina y represión de los instintos y de las tendencias naturales y se ponen en primer plano objetivos de espontaneidad, naturaleza y autoaceptación con límites claramente fijados.

A una psicología de la represión le sucede una pedagogía creadora de espacios, de vínculos, de convivencia, de gratificación, de mediación.

Normalmente el camino para llegar a este nivel de madurez es largo y difícil, y no se recorre si no es con la ayuda y la guía de un adecuado ambiente educativo. Hay que pasar por una serie de etapas intermedias de madurez moral, paralelas en muchas facetas a los niveles del desarrollo del conocimiento y de la personalidad en general.

Si conocer el bien es conocerlo en sentido profundo, un sentido que incluye las cualidades de la conciencia que se considera constituyentes de la madurez moral, entonces el verdadero "conocer el bien" culmina de verdad en el "hacer el bien", porque la libertad humana no es pura indeterminación sino libertad condicionada y orientada; cada una de las cualidades de la conciencia constituye una condición no sólo para que la virtud sea verdadera y plenamente tal, sino para que simplemente sea.

Estas condiciones preorientan la voluntad hacia el bien, se lo hacen accesible y deseable de modo concreto: autonomía, racionalidad, altruismo, integración de la personalidad, son el terreno psicológico en el que germina el contenido de la virtud.

Naturalmente, la disciplina educativa será tanto más eficaz cuanto más razonada y, a partir de una cierta edad, progresivamente condicionada al consenso del educando para que la viva como una forma de autodisciplina.

Dado la complejidad de la formación de la conciencia moral, lo que hay que evitar son las discontinuidades y la asimetría entre los espacios humanos que tienen que vivir los niños, adolescentes y jóvenes; esto quiere decir que si la familia y la escuela no convergen a su formación, simplemente se puede producir incoherencia que irá obstaculizando la credibilidad de quienes se están haciendo cargo de mediarla.

Pero hay otra distinción de la que hay que hacerse cargo: la diferencia entre lo que entendemos por educación en valores y educación moral. Los valores son proyectos globales de existencia que se instrumentalizan en el comportamiento individual, a través de la vivencia de unas actitudes y del cumplimiento, consciente y asumido, de unas normas o pautas de conducta.

Visto de esa manera, toda educación es una educación en valores, sobre todo si consideramos la amplia gama de valores que construye el ser humano: valores estéticos, religiosos, cívicos, vitales, científicos, jurídicos, morales; sin embargo, generalmente cuando se habla de educación en valores, se hace especial referencia a estos últimos ya que ellos al contemplar la dimensión individual y la social preparan a la persona para su convivencia en sociedad y para su crecimiento personal.

Aun cuando se considere la educación moral como incluida dentro de la educación en valores, ambas se apoyan, se complementan y están interconectadas.

No olvidar que el hombre más virtuoso no se atiene a la virtud y es por eso que posee la virtud... el hombre menos virtuoso nunca se aparta de la virtud y es por eso que no tiene virtud.

El fin de la educación moral para los enfoques constructivistas es el desarrollo de personas autónomas, aptas para la cooperación y eso se logrará, según Piaget, con una educación moral fundamentada en la experiencia vivida por el sujeto y no con procedimientos verbales.

Según el autor, la cooperación en el trabajo escolar constituye el más fecundo procedimiento de formación moral, ya que implicará, en algunas ocasiones, el respeto unilateral; en otras, el respeto mutuo; en ambos, se fundamenta el desenvolvimiento moral de la persona.

El juicio moral no puede enseñarse directamente, ya que resulta necesario que el individuo, estimulado por conflictos sociocognitivos, reorganice activamente su estructura cognitivo-afectiva.

La tarea prioritaria del educador, para mediar la construcción del sujeto, deberá centrarse en conflictos morales, ubicando el razonamiento que usa el alumno para resolver dichos conflictos y discutiendo sus respuestas, en el grupo, para tratar que el alumno, conflictuado en su forma de pensar, avance hacia estadíos superiores de razonamiento.