Ecuador: la libertad de expresión condicionada
Por Marcelo Cantelmi* El presidente Rafael Correa acaba de infligir un serio daño a la vida democrática de su país al perseguir judicialmente y lograr el castigo a un diario que publicó críticas a su gestión.
Menos de seis meses atrás, en la legendaria plaza Tahrir de El Cairo un joven musulmán que rondaba los 20 años de edad, describía con énfasis a este periodista y a otro español las carencias de libertad que experimentaba su país. Aun no había caído la dictadura de tres décadas de Hosni Mubarak y el chico de nombre Tarek, quien nunca había experimentado tal cosa llamada "democracia", buscaba en el aire las palabras para precisar el significado de esas ausencias , y las sintetizó en darkness , oscuridad: no se podía elegir, no se podía hablar, no se podía opinar, no se podía escribir libremente.
Estudioso, además, Tarek removía en la memoria de sus interlocutores por lo que fueron del mismo modo castradores, ruines y crueles el franquismo en España o las dictaduras en Sudamérica. La comparación era didáctica. Es que de iluminar esas oscuridades se trata la democracia y todas las libertades que la incluyen.
Es importante remarcar esta idea obvia, debido a que se va amplificando por nuestra región una paradoja peligrosa que justifica como libertarios los recortes de esas libertades que, como demuestran hoy los árabes, y antes los latinoamericanos, han costado y cuesta tanto conquistar. Esas libertades, vale señalar, incluyen el universo completo de las instituciones, es decir el juego de los poderes republicanos y por extensión la libertad de prensa y sobre ella, la de opinión.
Si se atropella a uno de estos eslabones se descompone todo el sistema . Y en gran medida eso es lo que estamos viendo con mayor frecuencia cada vez.
Hace cuestión de horas el presidente Rafael Correa de Ecuador, celebró como un histórico éxito el fallo de un juez que cargó con cárcel a directivos y periodistas y una sentencia lapidaria de 40 millones de dólares contra el influyente diario El Universo de Guayaquil, crítico del mandatario y al cual el presidente procesó por injurias. Esa acción implicará, si otra instancia judicial no la detiene, el cierre del medio y una atronadora advertencia al resto de la prensa . Es un retroceso para la democracia de Ecuador y para la de la región. Es la oscuridad que refería como toda síntesis Tarek. No es algo que se debería celebrar.
Esto sucede curiosamente cuando en Gran Bretaña estalló el escándalo en torno a los medios del magnate Rupert Murdoch. Debería observarse más detenidamente ese caso, porque ha sido hasta ahora un ejemplo concluyente de la capacidad de reacción que tiene el sistema cuando una estructura de prensa descarrila sin que se caiga en los excesos que encandilan a quienes creen que hay que domesticar al periodismo.
Al margen de la polémica por las formas que tuvo el proceso contra El Universo – pasó por cinco jueces, cuatro de ellos recusados y se resolvió sospechosamente pese a su gravedad en apenas un puñado de meses--, es desde aquella doble perspectiva inevitable sobre libertad y república que debe analizarse este episodio.
Hay una noción defendida de modo persistente por los gobernantes de ese país pero también de otros, incluido el nuestro, que caracteriza la libertad de prensa como apenas la de las empresas editoras, y no como, lo que es, un valor común de un Estado de Derecho.
Una de las consecuencias de ese argumento subestimatorio es que acaba siempre siendo una maniobra para justificar otra vez el uso de la censura como en los tiempos que, retóricamente, se coincide en condenar. Pero el costado aún más grave es que debilita un poder que es de la gente y que fue, precisamente, parte de las banderas en las luchas contra los regímenes opresores. El problema no debería ser que ese poder pueda equivocarse o derrapar como denuncia el gobierno sobre El Universo . Con el periodismo la solución no es que haya menos sino que haya más medios, porque aunque la mayoría falle habrá alguno que acertará cumpliendo el objetivo que se pretende.
Lo contrario, otra vez, genera oscuridad y degrada la democracia.
Esto no es idealismo. El presidente ecuatoriano cargó contra El Universo porque un columnista lo trató de dictador y afirmó, falsamente según el gobierno, que había ordenado disparar contra un hospital lleno de pacientes durante el supuesto intento de golpe de setiembre de 2010. Ese episodio se originó en un acuartelamiento de la policía que reaccionó de ese modo contra un recorte del gasto federal que les bajó a los uniformados parte de sus ingresos. Durante todo el confuso incidente, el gobierno de Correa prohibió la cobertura independiente de los canales y ordenó una cadena nacional permanente con la señal excluyente de la televisión estatal . Sólo hubo una versión de los hechos, la oficial.
Correa, quien se empeñó en abortar cualquier tipo de cuestionamiento, incluso entre sus propia tropa legislativa de centro izquierda, tanto al ajuste como a la caracterización de golpe de ese conflicto, consideró injuriosa la nota de opinión del diario – que era eso, un punto de vista y no una crónica--, y pidió 80 millones de dólares de resarcimiento y el arresto de sus directivos y del periodista que escribió el editorial. Condenó así a la muerte al diario que se convierte en el pico máximo de un enfrentamiento permanente que este presidente, como muchos de sus colegas en la región, ha venido sosteniendo con la prensa .
El argumento de esa batalla es la crítica que se considera infundada de los periodistas. Pero no es difícil advertir que de lo que se trata no es de que los medios insumisos elogien a los gobernantes.
Lo que se pretende desde el poder es que no cuenten aquello que se quiere mantener oculto en una región plagada de problemas de corrupción, economías distorsionadas y violaciones de todos los preceptos institucionales.
Hace apenas tres meses, el gobierno de Ecuador ganó casi con el mínimo de votos un plebiscito que autoriza una regulación del contenido de los medios y le da al Ejecutivo mayor potestad para intervenir en el poder judicial, especialmente en la designación de magistrados, aumentado a niveles absolutos el presidencialismo. Ese cambio y especialmente sus efectos perniciosos en la democracia, está en el centro de este conflicto, que es un eco de otros procesos de factura similar con la misma obsesión centralizadora que se está observando en la región.
En esa contradicción, donde lo que se hace es esmerilar el juego republicano, la prensa que no se asume como propaganda se transforma en un problema y de inmediato en un enemigo a vencer. Esas formas de censura arman una paradoja de estos tiempos. Es el mismo laberinto por donde se extraviaban las dictaduras, caminado ahora por estas democracias con la mirada amputada.