Economía y psicología
*Por Robert Samuelson. Es un lugar común -pero cierto- que un enorme obstáculo para una recuperación más fuerte de la economía norteamericana es la falta de confianza en una recuperación fuerte.
Si los consumidores y las empresas sintieran más confianza, incurrirían en más gastos, contratarían personal y otorgarían préstamos con mayor facilidad. Incluso medidas un poco menos rigurosas podrían hacer maravillas para modificar la naturaleza débil de la expansión, destacada por el escaso aumento de 54.000 puestos de trabajo en mayo. En cambio, nos vemos inundados de informes que sugieren que, puesto que la recesión fue tan profunda, llevará años recuperar algo parecido a la prosperidad anterior a la crisis.
Justo la semana pasada, por ejemplo, el McKinsey Global Institute, la rama de investigaciones de la firma de consultores, dio a conocer un estudio que estima que EE UU necesita 21 millones de puestos de trabajo adicionales para reducir la tasa de desempleo al 5 por ciento. El estudio mostraba escepticismo con respecto a lograr ese objetivo. Ay, ay, ay. El pesimismo y el crecimiento lento se convierten en un círculo vicioso.
LA DESILUSION
La falta de confianza obviamente es una consecuencia de la ferocidad y la conmoción provocada por el colapso financiero y la subsiguiente recesión, incluyendo el devastador derrumbe de la industria de la vivienda. Pero hay otra causa, menos considerada: la desilusión de la economía moderna.
Probablemente sin darse cuenta, la mayoría de los norteamericanos aceptó las promesas fundamentales de la economía contemporánea, que eran las siguientes: primero, sabemos lo suficiente para impedir otra Gran Depresión; segundo, aunque no podemos impedir todas las recesiones, sabemos lo suficiente para asegurar recuperaciones sostenidas y, en su mayor parte, fuertes. Estas propuestas, avaladas por la mayoría de los economistas, se habían establecido en la estructura de creencias de la sociedad.
Creer en ellas no descarta decepciones económicas, reveses, preocupaciones y riesgos. Pero para la mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo, descarta la calamidad económica. La gente se sentía protegida. Si uno deja de creer en ellas, actúa en forma diferente. Uno comienza a protegerse, como puede, contra circunstancias y peligros que uno no puede prever pero que teme que están allí.
Uno se vuelve más cauto. Titubea antes de comprometerse -antes de comprar una casa o un auto; de contratar empleados, si uno es empleador; de iniciar una empresa nueva, si uno es empresario; o de otorgar créditos, si uno es un banquero-. Casi todos están ahora protegiéndose de alguna manera.
Los modelos económicos, basados en relaciones y suposiciones pasadas, no captan el cambio, que encarna nuevas suposiciones y creencias. Por supuesto, la mayoría de los norteamericanos no ha rechazado las promesas de la economía moderna concientemente. Ni tampoco las adoptó concientemente antes. Los criterios que se adoptaban eran intuitivos. La gente simplemente comparó las promesas con las pruebas. Desde los años 80, las recesiones fueron breves y suaves; la economía moderna había asegurado la estabilidad. Ahora, eso ya no ocurre.
MENOS EMPRESAS
Las actitudes y conductas se modifican. Un hecho perturbador del informe McKinsey es el siguiente: El número de empresas nuevas, una fuente tradicional de puestos de trabajo, bajó un 23 por ciento en 2010 desde 2007; ése fue el nivel más bajo desde 1983, cuando Estados Unidos tenía alrededor de 75 millones de habitantes menos. Las corporaciones mayores están distantes. Tienen alrededor de 2 mil millones de dólares en efectivo y valores en sus hojas de balance, que podrían utilizarse para contratar personal e invertir en nuevos productos. Mientras tanto, el último Estudio de Consumidores de la Universidad de Michigan informa que "números récord ... pensaron que sus ingresos quedarían a la zaga de la inflación en el curso de los cinco próximos años". Nota: No esperaban tanto una inflación alta como un crecimiento bajo de sus ingresos.
No es que la economía no haya logrado nada. Las medidas de emergencia adoptadas en muchos países a raíz de la crisis -tasas de interés excepcionalmente bajas, programas de "estímulo" para realizar gastos extra y recortes fiscales- probablemente impidieron otra Depresión. Pero también es cierto que ahora no hay un consenso entre los economistas sobre cómo fortalecer la recesión. Algunos, por ejemplo Paul Krugman, de Princeton, favorecen estímulos agresivos. Otros, como Martin Feldstein, de Harvard, quieren reducir los déficits presupuestarios a largo plazo basándose en la teoría de que hacerlo mejorará la confianza.
ECONOMISTAS
Los economistas sufren de lo que uno de ellos (Ricardo Caballero, del Massachussets Institute of Technology) llama "el síndrome de pretender saberlo". Actúan como si comprendieran más de lo que comprenden y suponen que sus políticas, ya fueran de izquierda o de derecha, tienen beneficios más predecibles de lo que realmente lo son. Vale la pena recordar que la lentitud actual de la recuperación está ocurriendo a pesar de varias medidas que se han tomado para acelerarla.
Es decir que la economía moderna ha sido exagerada y la población se siente incrédula. El desengaño alimenta obcecadamente la falta de confianza. Como la psicología es tan importante, la buena noticia es que si la economía nos sorprende positivamente, el fortalecimiento de la confianza podría acelerar la recuperación. La mala noticia es que si la recuperación continúa decepcionando, la incredulidad del pensamiento económico general crecerá. El vacío intelectual resultante exigirá nuevas ideas. Algunas, quizás sean buenas, pero otras -aunque superficialmente atractivas- serán extremas o dementes.