Economía del pesimismo
* Por Robert Samuelson. Podría haber llegado el momento de superar el pesimismo. Desde la crisis financiera, los norteamericanos se han sumergido en el miedo y la ansiedad.
Y es comprensible. Aunque la recuperación -tal como la definen los economistas académicos- se inició aproximadamente hace dos años, no se ha hecho sentir como tal. De los 8,7 millones de empleos perdidos en la recesión, sólo se han recuperado 1,8 millones. La recuperación es una de las más lentas desde la Segunda Guerra Mundial y enfrenta amenazas continuas: los altos precios del petróleo; la crisis de la deuda en Europa; una inflación inesperada; las peleas de Washington por el techo de la deuda federal.
Los norteamericanos están comprando otra vez, aunque con menos fervor; las exportaciones están mejorando; las empresas están contratando
Todo es cierto. Pero también es cierto que la recuperación parece estar, cada vez más, impulsada por sí misma. Los norteamericanos están comprando otra vez, aunque con menos fervor; las exportaciones están mejorando; las empresas están contratando. El gasto masivo del gobierno y las tasas de interés bajas de la Reserva Federal parecen menos esenciales para el crecimiento. Aunque son buenas noticias, el pesimismo generalizado posterior a la crisis nos impide reconocerlas.
A pesar de las diferencias, todas las recesiones comparten ciertas características. Una, es el papel de los "desequilibrios" económicos. Algo en la economía alcanza un exceso, y la "corrección" deprime la producción, los empleos y los ingresos. La inflación se eleva, y por lo tanto la Reserva la sofoca aumentando las tasas de interés. O las empresas invierten excesivamente en las fábricas y edificios de oficinas; los gastos de inversión se derrumban cuando los excedentes se vuelven obvios. O las acciones alcanzan alturas artificiales -y después, el derrumbe.
LOS DESEQUILIBRIOS
Las recuperaciones comienzan cuando se superan los desequilibrios por el paso del tiempo, por otras fuerzas en la economía o por políticas gubernamentales. Esto está ocurriendo ahora con tres enormes desequilibrios que ayudaron a la recesión: los gastos excesivos del consumidor (un desequilibrio entre las adquisiciones familiares y los ingresos); el déficit comercial (el desequilibrio entre las exportaciones y las importaciones); y la "burbuja" de la vivienda (el desequilibrio entre los precios de las viviendas y los ingresos de la gente).
Examinémoslos individualmente.
Durante los años de auge, los norteamericanos obtuvieron muchos créditos, generalmente contra los valores más elevados de las viviendas; ahorraron menos y gastaron más. La tasa de ahorro personal -la porción ahorrada de los ingresos después de los impuestos- alcanzó un punto mínimo de un 1 por ciento en 2005. Los gastos en automóviles, electrónica, vacaciones y muchas otras cosas florecieron. Después, a comienzos de 2008, los gastos del consumidor cayeron de manera drástica durante 18 meses, cuando los precios de la vivienda se desplomaron y el crédito personal se apretó. Los norteamericanos pagaron sus créditos o entraron en mora; gastaron menos y ahorraron más.
Ahora, años de hacer esto (es decir de "desapalancar") han restaurado el poder adquisitivo. Las deudas se han reducido o eliminado; la tasa de ahorro se ha recuperado a entre un 5 y 6 por ciento. Los consumidores no tienen que desviar una creciente porción de sus ingresos de los gastos. Por ejemplo, el servicio de la deuda del consumidor (el pago del principal y el interés) es menos del 12 por ciento del ingreso disponible, mientras que en 2007 era casi de un 14 por ciento, informa la Reserva. La diferencia excede 200.000 millones de dólares en potencial poder adquisitivo anual.
Después está el déficit comercial. Alcanzó su pico más alto en 2006, con 759.000 millones de dólares, debilitando la fabricación interna. Ahora, la depreciación del dólar hace que los artículos norteamericanos sean más competitivos en los mercados mundiales. Tanto las exportaciones agrícolas como las industriales están creciendo rápidamente, un 22 y un 18 por ciento en los tres primeros meses de 2011, comparado con el mismo período en 2010. Para 2010, el déficit general había caído a 496.000 millones de dólares.
Finalmente, está la vivienda. Es cierto, aún está deprimida. Pero lo peor quizás haya pasado. Las moras en las hipotecas están cayendo. Mientras tanto, la demanda acumulada está creciendo. La construcción de viviendas nuevas debería promediar 1,6 millones de unidades al año en la próxima década -tres veces la tasa actual- para mantener el ritmo de la creciente población y de las nuevas familias, estima el economista Ben Herzon, de Macroeconomic Advisers. "Hay un boom ahí afuera en algún lado", sostiene. "Es sólo cuestión de cuándo".
PRONOSTICOS
Algunos economistas están elevando los pronósticos. Mark Zandi, de Moody's Analytics, señala que la deuda familiar ha bajado en 1,1 mil millones de dólares y que el número de tarjetas de crédito de bancos y tiendas ha caído de 600 millones a 460 millones. Espera un crecimiento económico más rápido para 2012. Joachim Fels, de Morgan Stanley, piensa que los fabricantes aumentarán sus gastos de inversión. "El sector de exportación de Estados Unidos no tiene suficiente capacidad y necesita expandirse", escribe.
Sin duda, no hay garantías. Los formidables problemas a largo plazo de la nación, comenzado con el masivo déficit presupuestario, en gran medida están desatendidos por Washington. Los precios más elevados del petróleo y otros desarrollos a corto plazo podrían perturbar la recuperación; en verdad, la energía más costosa ya ha contribuido para agrandar los déficits comerciales. Incluso con una economía más fuerte, el agudo desempleo declinará lentamente. El pronóstico de Zandi para fines de 2012 es de un 7,9 por ciento, mientras que en abril fue de un 9 por ciento.
Pero el mensaje más general es que la recuperación se está alimentando a sí misma. El crecimiento económico saludable no tiene que estar sostenido por el gobierno e, idealmente, no se ve frustrado por políticas perversas. La mayor barrera para la recuperación ahora podría ser la psicología -el pertinaz pesimismo- que condiciona las decisiones de los gastos familiares y empresariales. Hay una curiosa reversión de papeles. Un optimismo tonto condujo a la crisis financiera y la recesión, al suponer que todo saldría de la mejor manera posible. Ahora, un pesimismo reflexivo debilita el crecimiento al ignorar las buenas noticias o creer que no pueden durar.