Dudas razonables
Por Ricardo Trotti* La duda no quiere decir que los delitos no ocurrieran o que no hay responsables, pero sirve para contrarrestar los posibles abusos que se cometerían si se condenara sin certeza.
La excarcelación el pasado martes 5 en Orlando, Florida, de Casey Anthony , acusada del asesinato en primer grado de Caylee, su hijita de dos años, cayó como un balde de agua fría sobre gran parte de la opinión pública estadounidense. La mayoría de los ciudadanos esperaba un fallo contundente y un castigo ejemplar.
Hubo rabia e indignación. Y no es para menos. Tras seis semanas de testimonios y sólo unas horas de deliberaciones, un jurado de 12 personas no encontró pruebas suficientes para condenarla y la absolvió otorgándole el beneficio de la duda.
El veredicto es muy duro de comprender para el público, que ya había prejuzgado a Anthony como asesina y que parecía no vacilar sobre su culpabilidad. Es que durante tres años, a través de los medios, el público fue bombardeado con las mentiras y contradicciones con las que esta madre de 25 años y vida disipada intentó tapar la desaparición de su hija, cuyo cadáver fue encontrado en un bosque, meses después de su muerte, en 2008.
La impunidad que dejó el dictamen enfureció a la gente, que reflejó su ira en pancartas, medios y redes sociales. Muchos condenaron el sistema judicial y reclamaron justicia, aunque como sinónimo de castigo o venganza, sin entender la misión del juez, como bien expresa el axioma colgado en los tribunales: "Quienes trabajamos aquí, sólo buscamos la verdad".
Si se entendiera ese paralelismo entre justicia y verdad, sería más comprensible la labor del jurado y su veredicto final. Sucedió que la fiscalía no logró aportar las pruebas suficientes y el abogado defensor planteó dudas razonables sobre las escasas evidencias existentes, como que la niña murió al caer en la piscina familiar y que luego su abuelo, por temor a ser incriminado por el accidente, ocultó el cadáver simulando un asesinato. Nada pudo probarse.
La verdad –en beneficio de las dudas y de la presunción de inocencia del acusado hasta que se pruebe su culpabilidad– fue escurridiza en este caso. De ahí que la Justicia, o lo que aparenta ser una falta de ella, se sintió dolorosa, como bien lo retrató Jennifer Ford, integrante del jurado que lloró por no haber podido condenar a Anthony como creyó que lo merecía. Pero de creer a probar, hay la misma distancia que entre la justicia y la inequidad. "No dije que fuera inocente; sólo dije que no había pruebas suficientes para determinar el crimen", admitió Ford.
Esa diferencia se diluye aun más por la labor de algunos medios cuyo sensacionalismo ayuda a encender pasiones, incentivando a que se condene antes de tiempo o que se haga justicia por manos propias. No es casual que muchos pretendieran pena de muerte ante el crimen, que la familia Anthony haya recibido amenazas o que se prevea protección para Casey, ahora en libertad.
También con Strauss-Kahn. Esa confusión entre verdad-justicia y castigo, también ocurrió con el ex director del Fondo Monetario Internacional Dominique Strauss-Kahn, después de que una camarera de hotel en Nueva York lo acusara de agresión sexual. Tras mostrarse como botín de caza con manos esposadas, detenido y sin que se presuma su inocencia, los fiscales retiraron los cargos al comprobar que la acusadora había mentido.
La decisión fue tardía, porque el financista hasta perdió su trabajo en el proceso, aunque la Justicia actuó bien pese a aparentar que falló. Se rectificó ante las dudas y la desconfianza en la acusadora.
La duda no quiere decir que los delitos no ocurrieran o que no hay responsables, pero sirve para contrarrestar los posibles abusos que se cometerían si se condenara sin certeza. El sistema sería peligroso e injusto.