Drama e insensibilidad
Más de 90 mil niños murieron en Somalía por hambre en los últimos tres meses, mientras el país es azotado por la peor sequía y una sangrienta guerra civil. Aquí sí deben actuar las superpotencias.
El Cuerno de África es una región de aproximadamente dos millones de kilómetros cuadrados, situada en la confluencia del mar Rojo y el océano Índico, frente a la Península Arábiga. Lo integran Somalía, Yibuti, Eritrea y Etiopía, con una población de casi 100 millones de personas. De ellas, 60 por ciento vive en Etiopía, el tercer país del continente por el número de sus habitantes, luego de Nigeria y Egipto.
Si África es un gigante pródigo en riquezas naturales (desde petróleo y uranio hasta coltan, cobalto y decenas de los llamados "metales raros", fundamentales en las tecnologías de punta actuales), es un escenario también enorme de horrorosas tragedias. Testimonio de ellas son el genocidio practicado por los belgas, a fines del siglo 19 y comienzos del 20 (contra unos 10 millones de congoleños), hasta las intervenciones directas de potencias extracontinentales.
En el Cuerno de África se vive el drama más horrendo, por la interminable sucesión de guerras: entre Etiopía y Somalía –mayo de 1977 a marzo de 1978–, entre Etiopía y Eritrea –1998 a 2000–, que causaron más de dos millones de víctimas y el desarraigo de millones de personas que sobreviven en precarios campamentos de refugiados. Desde hace más de 20 años, se arrastra en Somalía una cruda guerra civil, mientras que en Yibuti y Eritrea han estallado varios conflictos de baja intensidad.
Súmese la denominada "primera guerra mundial africana", en la que intervienen más de 10 países, que, armados por las superpotencias, combaten desde hace una década por el control de los yacimientos de coltan en el Congo (posee el 90 por ciento de las reservas mundiales), en una confrontación silenciada que ya se cobró más de cuatro millones de vidas.
Añádase el incesante flagelo de la sequía, que en Somalía alcanza la máxima intensidad de los últimos 60 años. Doce millones de personas esperan ayuda humanitaria de emergencia.
El drama de Somalía, esa terrible fusión de fratricidio, hambre y sed, se agrava por la insensibilidad mundial. Según denunció la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, sólo se recibió el 44 por ciento de los fondos requeridos.
Las principales víctimas son los niños, que mueren por desnutrición. Las Naciones Unidas estiman que unos 640 mil chicos somalíes padecen de malnutrición y una representante del organismo internacional informó al Congreso de Estados Unidos que más de 90 mil chicos menores de 5 años fallecieron en los últimos 90 días en el sur de Somalía.
El hambre no puede esperar. Toda la fuerza que usan potencias como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia en otras zonas para preservar cuestionables intereses –en Libia, por caso– deben utilizarla ahora para salvar de la muerte irremediable a millones de personas.