Dos genios, locos, extraterrestres, que claman desde el cielo: PAZ EN LA TIERRA
Nikola Tesla y Wolfgang Pauli, mentes brillantes y algo olvidadas que idearon un mundo maravilloso, pero le estamos fallando mal. Nos merecemos bellos milagros, no sangre, violencia y ruinas.
Todo lo que usamos hoy a diario, absolutamente todo, salió de la mente de un serbio (o croata, porque nació en el imperio austro-húngaro), a quien Tomas Alba Edison llamó para que colabore con él en Estados Unidos y después no le pagó lo prometido: se llamó Nikola Tesla.
Patentó cerca de 700 inventos, algunos de los cuáles hoy se guardan bajo siete llaves pues podrían ser peligrosos para la humanidad de caer en manos criminales.
Imaginar un mundo en el cuál la energía correría en forma inalámbrica parecía una locura cuando aún la electricidad estaba siendo diseñada y las lámparas de kerosén era lo que alumbraba en medio de la oscuridad. ¿Control remoto, wi fi, hornos de microondas, radio, tv, internet, celulares?
Si hubiera habido esa legión de ignorantes blogueros que todo critican sin saber, lo habrían masacrado a mansalva. Aún así, se reían de las ideas de Tesla y cuando le preguntaban de dónde sacaba semejantes teorías, el croata repetía que le venían destellos que lo enceguecían y salía de ese estado con nuevas propuestas sobre las que después trabajaba.
¿Luces misteriosas, mágicas? Por eso lo llamaban extraterrestre, loco, demente. Pero Tesla no les hacía caso y seguía en lo suyo.
La energía eléctrica moderna y la revolución industrial que cambió al mundo salieron de su cerebro loco. En 1943, el año de su muerte, la Corte Suprema de los Estados Unidos lo acreditó como el inventor de la radiofonía. Ya era tarde, terminó sus días en la pobreza porque jamás se preocupó por sus finanzas. Lo suyo era la genialidad a toda prueba, no el billete.
La anti gravedad pasó por su cabeza y de ahí que cuando se habla de tecnología OVNI, Tesla es un nombre al que se recurre casi obligatoriamente.
Los misiles que van de aquí para allá en la guerra moderna también se basan en sus inventos, que hasta Hitler investigó con su siniestra demencia.
Pero el croata nunca pensó en las deflagraciones sino en la mejor de las comodidades, un mundo donde la energía transmitida inalámbricamente sería gratuita y sin contaminar el medio ambiente.
El hombre tenía un cerebro privilegiado, leía todo y memorizaba libros enteros con su memoria fotográfica.
En 1887 empezó a desarrollar lo que después se conoció como rayos X. Los mismos rayos X con qué hoy nos miran el interior del cuerpo. El primer radio transmisor de la historia lo presentó en público en 1893. Nos llevaría mucho espacio para describirlo, pero basta con estos botones de muestra.
Wolfgang Pauli es otro de los grandes genios algo olvidados. Es uno de los padres de la mecánica cuántica, un concepto de la física aún en desarrollo.
Pauli tenía 21 años cuando en una conferencia científica refutó algunos conceptos de Albert Einstein sobre la teoría de la relatividad. Cuando los científicos mayores lo quisieron comer crudo por decirle a Einstein que estaba equivocado en algunas teorías, el propio Einstein lo defendió y lo puso bajo su ala protectora.
El gran drama de Pauli era el alcoholismo, entraba y salía de los hospitales y si no fuera por esa terrible adicción, hubiera llegado a niveles increíbles, según reconocía el propio Einstein.
Pauli hizo terapia con otro célebre psicólogo de entonces, Carl Jung (fue colaborador de Freud, no discípulo como a veces se dice), y sus sueños llevaron a que Jung desarrolle conceptos como el del llamado sincrinismo, que hoy formula asiduamente Depak Chopra (su libro Sincrodestino es fiel reflejo del combo Pauli-Jung).
En 1945 recibe el Premio Nobel de Física, pero Pauli seguía teniendo extraños sueños, uno de ellos era recurrente, soñaba con el número 137. "Psicología y Alquimia", una de las grandes obras de Jung, tiene mucho que ver con sus experiencias psicoanalíticas con Pauli.
Los científicos de entonces se rindieron a la evidencia de estar frente a un genio, al que llamaron "el genio borracho de Dios".
Einstein lo defendía con una frase: "Si una idea al principio no es descabellada, no tiene destino". En 1958 regresa a Zúrich y lo vuelven a internar. Al llegar en camilla leyó el número de sala que le tocó: La número 137. Y le dijo a su acompañante: "Ahora entiendo el sueño, en esta sala moriré". Así fue, falleció a los 58 años.
Dos genios que seguramente estarán rezando donde se encuentren sus almas bajo la consigna que rezamos todos, salvo un puñado de miserables que hacen negocio con la muerte.
Hasta me parece escucharlos diciendo: PAZ EN LA TIERRA.