Dos décadas de frustraciones
El fútbol argentino suma 18 años de fracasos continuados. El último título que ganó fue la Copa América de 1993, en Ecuador; desde allí a hoy todos fueron sinsabores. Por ello, la eliminación del sábado último a manos de Uruguay en Santa Fe es solo el último eslabón de una cadena de decepciones. Las paradojas se imponen con fuerza.
¿Argentina no es ya una potencia futbolística? ¿No salen de estas fronteras algunos de los jugadores más cotizados del mundo, los que además tienen pergaminos de sobra para ser considerados como tales? Messi, balón de oro y máxima estrella mundial. Su compañero en el Barcelona, Mascherano, uno de los mejores mediocampistas de la historia. Tevez, goleador en Inglaterra, el jugador "de la gente"; Zanetti, campeón de Europa con el Inter hace un año.
Higuaín, Agüero, Milito, Burdisso, Zabaleta y la lista de los profesionales podría seguir. ¿Cómo es posible no tener un equipo de temer con semejantes apellidos? La realidad ha demostrado que ni siquiera Bolivia le tuvo respeto a esta Selección en la Copa América. Se pudo perder, pero logramos un empate agónico. Con Colombia el resultado fue injusto: debió ganar el equipo cafetero. La "recuperación" vino con el muleto de Costa Rica, un equipo que apenas podría jugar en la B nacional.
Pero todo fue un espejismo. Con más garra que talento, Uruguay, un equipo regular y con una idea simple de cómo plantear un partido difícil, golpeó en el alma a la selección de Batista. Hizo un gol y aguantó, metió miedo con sus contraataques y los tiros de Forlán que llovían sobre el área local. Y apostó su última ficha a la eficacia de su arquero. En la pasión del momento, todas las críticas fueron dirigidas al que erró el penal, Tevez, el jugador impuesto al DT nacional por el voto de la gente y la dictadura de Julio Grondona. Y siguieron luego con el esquema de juego planteado por Batista, ese "rombo" -según denominó- que intentó construir de la mitad hacia delante con Messi como punto de partida y final. Pero Batista hizo lo que sabe y puede. El problema es más profundo. Tiene que ver con la ausencia de una planificación táctica y estratégica, con una idea marketinera del fútbol que se basa en amontonar apellidos famosos y no piezas de un tablero. Pareciera que la foto, es decir, la imagen exterior, importara más que la estructura. No es el fútbol solamente. Las cosas también funcionan así en el país.
Justamente es aquí donde parece residir la causa de los males que se traducen en frustraciones futbolísticas. Dos décadas de sueños negados se explican por el sencillo hecho de que en Argentina el fútbol está contaminado por la política, y en consecuencia nada bueno puede esperarse de tal mezcla. Grondona cumplió en abril pasado 32 años como presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), y nada indica vaya a dejar el cargo por esta nueva desilusión. Grondona es al fútbol lo que Hugo Moyano al gremialismo y la política nacional. Tan propio siente el sillón de esa entidad que hasta nombró a su hijo como subdirector de Selecciones Argentinas. Una forma, de paso, de controlar a Bilardo, el director. Grondona ha resistido todos los embates, los del Gobierno, los de los técnicos y los de los jugadores que se atrevieron a desafiarlo. Les ganó a todos. Es el dueño de las decisiones. La única vez que debió negociar con el poder político fue cuando en la Rosada pidieron por Maradona, al que le soltaron la mano tras el humillante 0-4 ante Alemania en los cuartos de Sudáfrica. Diego llenó el corazón de emociones a los argentinos cuando llevaba el "10" en la espalda. Pero nunca tuvo la capacidad ni la personalidad exigible a un director técnico de una selección nacional.
Sin embargo, era "el" DT elegido por el matrimonio presidencial y así debía hacerse. Diego, que ni siquiera podía gobernar su vida tras su tratamiento por adicciones, demostró pronto que el cargo le quedaba demasiado grande. Aún resuenan sus groserías irreproducibles ante la prensa cuando logró la clasificación a duras penas. La eliminación de Argentina en el Mundial de 2010 confirmó, una vez más, que nada que empieza de la mano de los caprichos de la política puede tener un final feliz. Más allá de Maradona, Batista, Grondona y los gobiernos de turno, lo que queda claro es que la crisis del fútbol argentino es estructural. Anda mal la Selección mayor y andan peor los seleccionados Sub 17 y Sub 20, a los que habría que considerar como los semilleros. Evidentemente, lo que falta es idear y poner en práctica un proyecto deportivo esencialmente profesional, con una renovación dirigencial y de políticas que fracasaron. Hace falta asumir que en estas condiciones, ni los mejores jugadores del mundo pueden salvar a la Selección Argentina de su desgracia.