¿Dónde están los diamantes que Putin le regaló a Cristina?
Los obsequios que reciben los mandatarios no son personales, son para el Estado que representa el visitante o anfitrión, según el caso.
Nos recuerda aquel film del eterno 007, los diamantes son eternos, pero en este caso no es ficción sino pura realidad. Abril del 2015, Cristina visita Rusia para esos protocolos truchos que dicen firmar acuerdos inexistentes.
Su anfitrión es quizás el estadista más brillante del siglo XXI, Vladimir Putin, ex jefe de la KGB siendo muy joven en plena guerra fría. No duda en eliminar a sus adversarios si se ponen molestos ni siquiera bajo la modalidad "que parezca un accidente". Los hace envenenar con material nuclear y siempre deja la huella digital para advertirle a sus enemigos que para sacarlos de encima no tiene escrúpulos.
Hasta utiliza un lenguaje maradoniano, como cuando dijo: "Juzgar a los terroristas es tarea de Dios... enviárselos a Dios es tarea mía".
Y en parte cumplió, sacándose de encima la amenaza del ISIS que era la espada de Damócles que se cernía sobre el mundial de fútbol de Rusia.
No sabemos si Cristina leyó las magníficas biografías del jefe ruso, hay varios autores y cada uno agrega un segmento de misterio que apasiona por su versatilidad.
Putin es dueño de varias minas a cielo abierto y la fortuna que atesora en diamantes nadie la supo calcular aún, pues el Premier ruso es muy cauteloso en sus dichos y nada ostentoso en su vida diaria.
Se sabe apenas que sus minas de diamantes representan riquezas incalculables.
Y como no podía ser menos, cuando Cristina estuvo en Moscú el jefe de Estado le obsequió una bolsita que según dijo después la propia Cristina a su comitiva (siempre Parrilli hablando de más), jamás había visto algo semejante. Y mirá que las joyas de la señora no son bijouterie de la calle Libertad. Por algo siempre hacía gestos (como llevarse la mano a la cabeza) en los cuales mostraba, como casualmente, relojes que valen fortunas.
Pero el regalo de Putin, según los protocolos diplomáticos de la Argentina, no son obsequios personales sino deben formar parte del Estado argentino. Así como cuando Cristina le llevó mate, bombilla y azucarera al Papa Francisco y hasta le quiso enseñar cómo se usa (el blooper mas demencial de su reinado), ese juego pertenece al Vaticano y no al ex Jorge Bergoglio.
Un puñado de diamantes en bruto -los que caben en la palma de una mano- pueden rondar los 350 mil dólares, y los que caben en una fina bolsa de gamuza no se puede calcular si no se los vé.
Pero millones de dólares, seguro.
Cristina volvió al país con el obsequio de Putin haciendo alarde de ellos, pero nadie sabe dónde quedaron. Por lo pronto, sabemos que no fueron ingresados en las actas donde se llevan los registros de los regalos al Estado argentino, no a su presidente.
Quizás la "doctora" no sabía de protocolos y su canciller, el hijo bobo de Jacobo Timerman no se animó a decirle que no se los podía llevar a su casa.
Igual, en relación a la fortuna que pasó del Estado a su patrimonio personal, esos diamantes eternos no representan gran cosa, aunque un alma caritativa los hubiera puesto al servicio de escuelas y hospitales.
Si, ya entramos en el terreno de la ficción, así que decimos como Osho cuando cerraba sus charlas: "Basta por hoy".