Disfrutar con ojos cerrados
*Por Javier Schurman. Habría que cerrar los ojos. Mantenerse así, en la oscuridad interna, para imaginarlo.
Habría que cerrar los ojos. Mantenerse así, en la oscuridad interna, para imaginarlo. Pensar en un equipo grande, muy grande, cuyo técnico no es muy amante del fútbol ofensivo. Pensar en una defensa –de ese equipo– bien cerrada, sólida, imbatible. Suponer que ese mismo equipo, con jugadores de buen pie y un nueve letal, no juega bien. Trata de tener la pelota, pero no arriesga mucho. No seduce por su belleza, ni siquiera lo intenta. Pero gana. Suma. Y gana. Su entrenador, además, no emite siquiera una carcajada. Serio. Podría decirse que es "el técnico de la cara de culo".
Y no es Julio César Falcioni. Ni se trata de Boca.
Hora de abrir los ojos: es el River del serio Juan José López.
De paladar negro, ni noticias. De efectividad, todas. Y en la primera plana. ¿Alguien imaginaba a este River puntero? ¿Alguien soñaba con llegar a la cima con apenas un delantero de área y un par de juveniles con talento llegando desde bastante más atrás? ¿Alguien pensó que un equipo de camiseta blanca y una banda roja sobre el pecho podría estar tan arriba jugando como se suponía que podía jugar su rival con el técnico que contrató?
Las virtudes de este River (orden, solidez, oportunismo, contundencia) son las que llevaron al Banfield de Falcioni a consagrarse en 2009. Tenía, entonces, una defensa tremenda. Un medio que combinaba marca (Bustos o Battión y Quinteros) con buen juego (James Rodríguez y Erviti). Un ataque letal (Silva y Papelito Fernández).
Julio César intentó repetirlo ahora en Boca. Pero, se ve, no le sale. Al que le sale, en la otra vereda, es a Jota Jota. Y le sale bien.
Se le puede reclamar mucho al técnico y a sus jugadores. Se puede pretender mayor agresividad, seducción desde la palabra y desde las acciones, vocación ofensiva que vaya en sintonía con la historia que mostró el club de Núñez a partir de los Alonso, los Francescoli, los Aimar y los Ortega. No los tiene. Y según palabras de López, ni siquiera los extraña.
Lo disfrutan igual desde arriba, donde está ahora, donde estaban los hinchas de River cuando terminó el clásico en Avellaneda. Sin la belleza. Sin el bagaje de tantos años jugando de otra manera, ese fútbol que le gusta a la gente. Hoy, el hincha de River tiene que hacer el ejercicio: disfrutar, aun con los ojos cerrados.