Diría el Diego: El Yoga no se mancha
El hombre con el marketing de ser medio niño y medio afeminado y tener todo superado dejó escapar a la bestia, abrió las compuertas del infierno pero al final del túnel se está haciendo la luz. . "Es el karma estúpido", nos tienta decir. Por Boimvaser.
* Por Jorge D. Boimvaser
El entonces juez Mariano Bergés que imputaba a la Escuela de Yoga de Buenos Aires en delitos varios entró hecho una furia al despacho de Roberto Marquevich (juzgado de San Isidro), y en tono amistoso pateando el escritorio le dijo: "Yo te voy a enseñar cómo hacer mierda a una secta".
Ambos jueces parecían querer más la fama mediática que cumplir sus funciones con sinceridad. Marquevich había realizado megas allanamientos en una causa llamada "Los Niños de Dios", despertó la indignación pública adjudicándose haber desbaratado una gran secta mezcla de esclavistas, corrupción de menores, pedófilos y otros delitos igual de aberrantes. La Cámara de Apelaciones de San Isidro dejó la causa en la nada, permitió la libertad de los imputados y se hace difícil pensar que el tribunal de apelación fue benevolente con los imputados. Tres jueces villanos y Marquevich un santo absoluto no cierra en ningún planeta. La histeria que en grupos pseudo religiosos se generaban orgías de sexo y droga tiene varios orígenes (algunos obispos conservadores ayudaron a forjar esa creencia). Pero uno de ellos –el mito de la marihuana aromática- te lo contamos para entender como la ignorancia y la fatalidad puede instalar en la conciencia colectiva una visión deformada de la realidad que después todos repiten como loros sin entender de que se trata. El autor de este informe fue protagonista involuntario de este hecho, y así fue la historia.
En 1968 nos sonaba fuerte una información que venía a cuenta gotas de la vieja Europa. El mayo francés estaba en curso e íbamos a ciegas buscando una luz para salir del oscurantismo que generaba la dictadura argentina encabezada por el mediocre general Onganía (si no lo registras no te gastes en buscar sus referencias, fue un personaje totalmente olvidable).
Un amigo trajo la novedad. Cerca de Juncal y Suipacha, en el porteño barrio de Retiro, se iba a realizar una jornada de charla y meditación orientada por el primer yogui que llegó a América del Norte a comienzos del siglo XX. Se trataba de la Escuela de Paramhansa Yogananda, entonces un desconocido para todos. Solo una curiosidad nacida al influjo del acercamiento de Los Beatles a Oriente nos acercaba a sus doctrinas. Había algo allí nuevo y transformador que teníamos que descubrir.
Era un encuentro de absoluto bajo perfil. El gobierno militar perseguía toda manifestación espiritual mas por ignorancia e influencia del clero que por saber de qué se trataba. Allí fuimos dos adolescentes de 16 años.
Después descubrimos un libro de belleza inusual. "Autobiografía de un yogui", del mismo e ignoto para nosotros Paramhansa Yogananda. Pero en ese entonces no supimos nada.
Una charla fascinante y después una meditación guiada. Y en medio de ella una suave fragancia que humeaba en el salón nos hizo abrir los ojos y decirnos en voz baja. "Esta gente fuma porros perfumados, aromáticos".
No nos atrevimos a preguntarles de donde los sacaron. Ignorantes nosotros, mucho después supimos que se trataba de sahumerios, no marihuana.
Te imaginas que al toque fuimos a buscar a nuestro proveedor habitual pidiéndole que consiga esa yerba aromática. Nadie sabía de qué se trataba. En esos tiempos toda "el pasto" venía del Paraguay, no se conocían plantines locales y aún la producción de El Bolsón no había empezado a producir ese híbrido que fue considerado en un concurso en España hace años una de las cinco mejores plantas del mundo.
Le dijimos al joven que nos conseguía "la cosa" que la habíamos olido en esa escuela de Paramhansa Yogananda.
Nadie sabía de qué se trataba. Tiempo después volvimos a la charla y meditación en Juncal y Suipacha y la sorpresa total. Se había corrido la voz que esos yoguis en la Argentina encendían marihuana aromática y la cola para ingresar daba vuelta a la esquina. Cientos de jóvenes habían escuchado la leyenda y fueron a conseguir el preciado tesoro, que obvio no existía.
Cuando el rumor llegó a las fuerzas de seguridad de la dictadura supimos que no podíamos volver a asomarnos a ese lugar, pero los seguidores del gurú indio también tuvieron mucho que aclarar y por un tiempo largo no se supo nada de ellos.
Pero nuestra ignorancia hizo lo suyo y cuando se quiso –aún hoy- rebatir los conceptos del yogui (entre ellos la doctrina de Auto Realización), se echa mano al mito urbano nacido en aquel 1968. "Los discípulos de Paramhansa Yogananda fuman marihuana aromática".
Les debíamos una disculpa pública a los maestros de yoga y también contar a los lectores como se instala en la sociedad un mito urbano que después se hace difícil desterrar.
La ignorancia y/o malicia hace lo suyo y después rueda como bola de nieve que no se puede detener.
Así ocurre con muchos mitos de sectas que desbordes del bipolar Claudio María hizo salir a la superficie nuevamente. Los delincuentes disfrazados de espirituales no son más que eso, delincuentes. No juzgamos lo que la justicia no condenó en la causa del "Maestro Amor", pero se cae de maduro que las denuncias contra él no son truchas.
Y pidiéndole el copyright al Diego lo decimos con conocimiento de causa: El yoga no se mancha.
Seguimos con el tema en próximas entregas.