Dios nos perdone
Suena el teléfono y estoy preaparada para lo peor. ¡Qué difícil que es consolar a una amiga!
Suena el teléfono
-Hola Wargon
Ay Diosito santo es mi amiga Anita, que anda perdiendo las babas y los calzones por un casado. Para decirlo menos groseramente, esta chifladamente enamorada del guanaco.
Obvio no lo conozco, pero desde que a mi amiga le ocurrió la desgracia de enamorarse vengo teniendo un relato pormenorizados de las buenas y malas artes de ese escuerzo
No intento salvar de la idiotez a mi amiga pero le ocurrió el amor como si la hubiera atropellado un camión. Tuvo un segundo de debilidad, ese segundo cuando las mujeres piensan "jamás me enamoraría de él", se relajó, y ya estaba perdida. De él poco puedo contar medianamente fidedigno. Desde el relato de Anita, no es más que un cliché que debo reconstruir. Salvo que esté dispuesta a creer en una mujer enamorada y que define a su amor como un "divino". ¡Puaj! Un radiólogo de mediana edad un poco aburrido, sin demasiada imaginación metido en un lío amoroso. Nadie lo podría distinguir en un identikit de infieles. No hay un solo rasgo del relato que escape al mediocre lugar común:
-No era un militante de la pasión
-Se tentó con la mina
-Estaba levemente preocupado. No sabía muy bien si el pájaro que debía cantar hasta el amanecer, tenía una afonía pasajera o estaba enmudeciendo por el hastío matrimonial.
-Por supuesto, jamás cambiaria su cómoda de esposa por por una incierta cana al aire (y ahí hay que darle la razón al hombre). Con su cabeza rebotando de dudas, se tiro el lance. Mi amiga tiene lo suyo, pero eso que lo escriba él. Yo soy amiga de ella.
Por supuesto, el hombre no le ahorró el relato todos los lugares comunes de esos señores: "Con ella ya no pasa nada", "es una buena compañera", "te amo a vos" y silenció lo demás para salvaguardar a mi amiga que se lo creyó. Sobre este telón de fondo comienza el dialogo.
-¿Cómo anda eso?, pregunté. (Desde que fue tan arteramente derribada por el amor , no tiene otro tema de conversación).
-Angustiada, dice. -Osvaldo está muy mal (Así se llama el batracio).
-¿Qué pasó? Pregunto y me inquieto, mi parte polaca me hace esperar lo peor (por suerte la parte francesa es muy de festejar) ¿Se hizo el análisis de próstata y le salió mal?
-¡¡¡No!!!, simplemente está tan depre que apenas se levanta de la cama.
-¡Uy¡, ¿qué le pasó?
-Es que le salió un congreso en Minnesota, ¿viste? Algo de radiología.
-¡Te vas con él! ¡Qué mejor que un viaje para los amantes clandestinos! ¡Ni siquiera tenés que armarle la valija! (Este tipo de situaciones me despiertan los pragmatismos mas villanos).
-No puede, pobre, no puede y eso lo está matando.
- No entiendo bien, ¿por qué no puede? Siempre podés parar en otro hotel. Qué se yo Anita, no te voy a enseñar yo a hacer trampa (sin que esto signifique claudicar a los deberes de la amistad, Anita entiende de esas cosas).
-No se puede. Tiene que viajar con la esposa.
-¿Cómo que "tiene", si el congreso es de radiólogos y la mina me contaste que era maestra jardinera?
-Eso le dije yo, que me puse muy loca. El me explicó que hace mucho le había prometido llevarla al próximo congreso. Y vos viste, él es de palabra. Así que no aguanta que no viajemos juntos, está demolido. Pobrecito. ¡No sé cómo consolarlo y además se va tan celoso!
Despacito, silenciosamente, corté el teléfono. Era tal mi ira que sólo me acordé de lo que dicen que dijo el bueno de Aristófanes: "Lo único peor que una mujer es otra". Porque, a esa altura él ya había sido perdonado, y puesto en el altar de todos los ídolos, si a alguien quería rebanarle el gaznate era a mi amiga. ¡Realmente no se puede ser tan boluda! Si se la cruzan en alguna esquina de Buenos Aires, es una morocha con cara de atormentada, por favor, ¡písenla!