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Dime qué guardas, y te diré quién eres

En la infructuosa búsqueda de mi celular perdido, tuve que revolver toda la casa.

Por Cristina Wargon

@CWargon

Una gran mudanza en situ, algo así como cruzar el océano sin haber haberse embarcado nunca. Esa pesquisa enloquecida y minuciosa dio como resultado un resumen de mi vida, tan lamentable como contundente.

Amén de delatar mi despelote congénito (encontré fósforos en la heladera y algunos zapatos sin su compañero), descubrí que soy una "huchadora" profesional pero básicamente "papelosa".

Vayamos por parte y definamos términos. Ser "huchadora" es guardar cosas que nunca nos sirvieron y que jamás nos servirán, pero que por motivos estrictamente afectivos "no podemos tirar". Dentro de ese rubro se encuentran los dos objetos más insólitos de la casa: un espectacular tapado de visón y dos zorros, que están agarrados entre sí por un broche. Creo eran el colmo de la paquetería allá por los años treinta. Ambos provienen de la tía Abu, quien vivió hasta los noventa y siete años, y me fueron obsequiados (para no tirarlos) por mis hijos que eran sus únicos herederos. Al tapado de visón puedo encontrarle una explicación rayana a la lógica: como la tía Abu medía, en puntas de pies, un metro cincuenta, su tapado bien podría convertirse en un saco para mi altura. Pero un saco de visón sólo lo podía usar Elizabeth Taylor. Para llevarlo yo alguien tendría que prestarme una vida que justificara semejante glamour y combinara con mis zapatillas. Debería regalarlo, pero ¿si un día tengo un golpe de fortuna y huyo con un magnate petrolero de esos que abundan en el Abasto, y justo tiré el tapado de visón? La posibilidad me da tal vértigo que ahí lo tengo, bello, peludo y para siempre inútil.

Lo de los zorros es otro tema .No aceptan ninguna justificación, son horrendos, tienen ojitos crueles, me animaría a decir que son asquerosos... pero acompañaron la juventud de la tía Abu y no seré yo quien tire a la basura tan bellos recuerdos. A lo sumo confío en las polillas y en no verlos más hasta la próxima mudanza.

Y vamos a los papeles. Alguien podría decirme que guardar una boleta de ENTEL, Segba u Obras Sanitarias de la Nación es demencial. Pero también lo era cuando nos cobraban diez años juntos ¡que ya habíamos pagado! Y el que se quema con leche... guarda todas las facturas. Por el contrario, fue maravilloso encontrar una cartita para el día de la madre donde mi hijito de siete años me declara su amor (doblemente conmovedora, porque después llegó a ser un prestigioso psicoanalista Lacaniano, resolvió su Edipo y ya no me quiere más); poemas de mi hija adolescente; cartas de mis padres; y hasta cartas de amor mías (espero que a mi marido) que navegaban todavía en el mar de papeles.

Ya de épocas "modernas", tengo guardadas más de una década de anotaciones tomadas en el trabajo. No pude evitar leer algunas y me encontré con la siguiente perla: durante un breve tiempo fui compañera de Cacho Fontana y, como en el secundario, le anotaba preguntas que le pasaba por debajo de la mesa. Una de ellas dice: "¿cuál es la mujer que más amaste y por qué?", y de su puño y letra él responde: "a... fulana; porque sabía respetar mis silencios" Nunca leí una declaración tan simple y contundente sobre el amor.

Y ahora, que ya saben las cosas que guardo, les habrá quedado en claro el grado y tipo de mi chifladura. No conozco lo que ustedes guardan, pero espero seguir contando con vuestras simpatías.