Dime con quién andas
* Por Emilio J. Cárdenas. El previsible derrumbe del régimen dictatorial de Muammar al Gaddafi provocó en nuestra región reacciones disímiles.
Mientras Venezuela, Nicaragua y Ecuador apoyaron explícitamente al dictador libio, Brasil, Colombia y Panamá endosaron –en cambio– la acción del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que autorizó a la OTAN a prestar cobertura aérea a los insurrectos libios para evitar que continuara una salvaje matanza de civiles inocentes que ya se había iniciado.
La enorme intimidad entre Hugo Chávez y Muammar al Gaddafi no es nueva, como veremos. El pueblo de Libia la conoce. Por esto no puede considerarse sorpresivo que cuando los insurrectos ingresaron en Trípoli agredieran, como símbolo del apoyo externo al dictador que procuraban deponer, la Embajada de Venezuela en la capital libia. Esto es a la vez deplorable y, desgraciadamente, comprensible a la luz de la lamentable historia reciente.
Hugo Chávez fue siempre un aliado estratégico y hasta un admirador confeso del dictador libio. Sus relaciones políticas fueron particularmente cercanas, a tal punto que en plena ofensiva contra Trípoli circularon rumores de que Gaddafi podría refugiarse en Venezuela o en Nicaragua, en caso de decidir abandonar su país. Hasta ahora no ha sido así, sin embargo.
El rumor presumiblemente tiene en cuenta la actitud de Chávez todo a lo largo de la insurrección, a la que el caribeño calificó de "guerra civil". Chávez, desde hace años, ha expresado regularmente su devoción no sólo por Gaddafi sino por su incomprensible "Libro Verde", una suerte de evangelio sobre el que se edificó la llamada "Revolución Verde" libia, de la que algunos sostienen que Chávez abrevó más de una vez para sustentar algunas de las ideas sobre las que descansan las llamadas "leyes del poder popular" venezolanas.
Chávez –que es astuto como pocos– comprendió, desde el inicio, que la insurrección contra Gaddafi podía terminar con su régimen. Por esto propuso la creación de un "grupo de amigos" de Libia, apenas después de que la ciudad de Bengasi se transformara en capital de la rebelión. Su propuesta de que "mediará" en la crisis fue desoída por todos. Primero, porque la comunidad internacional estaba empeñada en tratar de interrumpir la salvaje masacre de civiles inocentes que había puesto en marcha Gaddafi. Segundo, porque nadie creía, ni cree, en la "neutralidad" de Hugo Chávez. Además dos misiones de personeros de Gaddafi estuvieron recientemente en Caracas, circunstancia que naturalmente alimentó las versiones de la posibilidad de que Gaddafi se refugiara en Venezuela.
Venezuela y Libia han operado, de la mano con Irán, dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), empujando allí constantemente los precios del crudo hacia el alza. El cartel, no obstante, no siempre siguió las duras propuestas de esos tres países.
En septiembre del 2009 Gaddafi visitó personalmente Venezuela. Con la extraña forma que lo caracterizara. En esa oportunidad, Chávez le regaló una réplica de la espada que utilizara Simón Bolívar. El prócer continental no merecía ese mal trato. En esa ocasión Venezuela y Libia firmaron, como es habitual, a la manera de "biombos", distintos acuerdos de cooperación. Con frecuencia detrás de ellos se realizan acciones no demasiado transparentes. No es sorpresivo que –en esos marcos– ambos países estuvieran trabajando juntos en la organización de una extraña conferencia internacional cuyos concurrentes, cuidadosamente seleccionados, deberían definir el concepto de "terrorismo", conforme a su visión y conveniencia. Durante la estadía en Venezuela, Chávez definió al visitante libio como "soldado revolucionario, líder del pueblo libio y líder de los pueblos de África", exageración con la que confirmó "urbi et orbi" su cercanía con Gaddafi.
Durante su visita a Venezuela, para las deliberaciones que tuvieran lugar en la isla de Margarita, Gaddafi instaló una carpa beduina al lado del lujoso hotel en que se alojaban las demás delegaciones. Todo vale, cuando de llamar la atención se trata.
La caída del régimen paranoico de Gaddafi afecta –queda visto– hoy directamente la política exterior de Venezuela. Como sucede también con los casos de Irán, Bielorrusia o Siria, Chávez había elegido caminar de la mano con uno de los peores dictadores de mundo. Por esto el título de esta nota.
(*) Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas